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Egipto, 1300 a.C

Nacido bajo los rayos de Bastet y la protección de Ra el príncipe Jeon quien algún día se convertiría en el futuro rey de Egipto; un Horus viviente sobre la tierra, disfrutaba de todos los lujos que cualquier niño podría desear: sirvientas, muchos juguetes, comida deliciosa, una hermosa cama donde descansar y mucho más por ser el descendiente varón de su majestad.

Su madre era asiática por conveniencia del reino de Egipto, por eso él era considerado una belleza al ser muy diferente a los demás niños de todo el reino. Con su cabello moreno, piel pálida como la porcelana, ojos grandes y claros a pesar de su genética asiática, y lo más importante: gozaba de una salud deslumbrante. Con ello se ganaba el corazón de todas las mujeres del harem, y el orgullo de sus progenitores.

Se podría decir que su vida era casi perfecta si no fuera por el detalle de que, a pesar de todas las comodidades y el amor que recibía, le exigían mucho por ser el heredero al trono. Él todavía era muy chico como para entender la carga que ello conllevaba.

Por suerte su hermana mayor, Istar, lo consolaba cada vez que él no aguantara más los duros entrenamientos o los estudios súper exigentes a los que era sometido que según su madre ''eran para ser un gran gobernante''. Istar recibía cada noche a su hermanito en sus aposentos, quien en general venía llorando herido o con la cabeza ardiendo por tanto estudio.

—Hermano mío ¿qué te ha sucedido hoy? — Ambos se sumergían en un abrazo reconfortante, mientras el pequeño hipaba intentando contener su llanto.

—H-hoy me han regañado por no haber hecho bien una maniobra en combate, me exigieron más de la cuenta hermana— La mujer lo apretó un poco más entre sus brazos mientras le acariciaba el cabello que por regla debía ir corto.

—Tranquilo, ya ha pasado ese momento horroroso— Las palabras de su hermana lograron reconfortarlo un poco.

— Siento que todo lo que hago no es suficiente hermana, siempre me exigen mucho más que a los demás niños ¡es tan injusto! — Inquirió, soltando las primeras lágrimas.

Se pasaron la noche abrazados, luego de que su hermana le ordenará a las ciervas traer un delicioso postre para que su hermanito se pusiera de mejor humor y recuperará un poco de su energía.

Mientras tanto del otro lado de la ciudad en el sector Hebreo, en una vieja y arruinada choza se encontraba un niño un año mejor que el príncipe quien admiraba las estrellas luego de un largo día trabajando en los campos de sembrado. Vivían con tan poco que esa noche solamente cenó un pedazo de pan y gracias a que su padre no quiso comer para que él se alimentara.

— Sigo preguntándome porque a nosotros señor... ¿por qué nos tocó vivir tanta desgracia? ¿es que acaso nos has abandonado mi señor? — El niño estaba intentando encontrar respuestas, preguntándole a su Dios cuya cara nadie conoce y del cual los egipcios se ríen. Tae es un niño de muchísima fe, inculcada por sus padres los cuales nunca dejan de agradecerle a Dios por lo poco que tienen, esa fe lo ha mantenido de pie durante las largas jornadas de trabajo a pesar de ser un niño o cuando veía a su padre regresar a casa lastimado luego de que los constructores de la obra donde trabaja le pegaran con el látigo sin razón alguna.

— ¿Por qué?...

— ¿Tae? — El pequeño se vio interrumpido por su madre, quien subió al techo de la casa para buscarlo.

— Ya voy madre...— Adelantándose a las palabras de su mamá, se paró y la siguió dentro de la choza, bajaron por las escaleras para cenar con su numerosa familia. Sus 2 hermanos mayores peleaban entre sí por un juguete, su hermanita menor se chupaba el dedo en su cesto y su padre estaba en el cuarto excusándose de no tener hambre.

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⏰ Last updated: Feb 09, 2020 ⏰

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