Cápitulo 1 - Atrapada

115 6 1
                                    

Me hallaba atada de pies y manos, amordazada y bajo una especie de red o algo similar que provocaba en mi piel estremecimiento. Me retorcía con tenacidad hacia ella. Me quedaba sin respiración al no hallar salida alguna; sudor recorría mi frío y tenso cuello, hasta que la primera gota de este chocó contra el suelo, y la irritante red desapareció.

Abrí los ojos, y una luz tenue, pero cegadora, me nubló la vista. La pequeña pero potente fuente de energía procedía de la esquina izquierda superior de lo que parecía ser la oscura habitación en la que me hallaba encerrada. Sin embargo, esta luz no desprendía calor, más bien lo contrario, estaba congelando cada gota de sudor que empapaba mi cuello.

De pronto, comenzó a sonar en mi cabeza lo que parecía ser una voz enfurecida conmigo.

Tras un cojín estrellado en mi confuso rostro, vuelvo a la realidad y mientras lo asimilo, oigo a mi madre gritar desde la habitación de al lado, correteando de un lugar a otro:

-¡Vamos Kim, ya es tarde!¡A este paso vamos a perder el tren!-se acercó a los pies de mi cama mientras yo fingía seguir durmiendo-Sé que no quieres mudarte cielo, pero...-hizo una pausa para acariciar mi pierna con movimientos maternales tranquilizantes- pero lo hacemos por tu bi...

La interrumpí en aquel instante recostándome en mi cama, ya había escuchado ese mismo sermón un millón de veces, no quería escuchar el sermón un millón uno aquella mañana.

-Lo sé mamá, lo sé. ¿Puedes dejarme al menos un poco de tiempo e intimidad para cambiarme? Le dije. Ella murmuró algo que no logré entender y se marchó, una vez más, sin cerrar la maldita puerta.

Minutos después de malgastar mi tiempo buscando en el armario vacío de mi habitación, descubrí que lo que mi madre quiso decir es que me había dejado la ropa encima de la cómoda; eran mis pantalones grises de chándal favoritos, eran perfectamente anchos y se ajustaban a mi cintura, además, adoraba ponérmelos con mis converse rojas y la sudadera que me había dejado al lado, del mismo color; nada más cómodo para un largo viaje. Por primera vez, agradecí el echo de que no me insistieran en ir arreglada, como en teoría una chica de mi edad “debe vestir”.

Me vestí en tiempo récord, guardé el pijama en mi maleta de mano y, tras un último vistazo nostálgico a la que ahora era mi antigua habitación, cerré la puerta y bajé las escaleras con mis peculiares saltos agarrada a la barandilla, tras decir en voz alta, pero para mi:

-Bueno, ¿qué más podría ir peor?

Después de un café que abrasó mi débil garganta, ayudé a mi madre con las maletas y salimos hacia la estación del tren. Una vez ahí, las dejamos, salvo las de mano. Mi madre siempre ha sido un desastre con las mudanzas y viajes, y, como era habitual, tuve que ir encabezando nuestro diminuto grupo en busca de los asientos.

-37, 38, 39...- Decía para mi mientras avanzábamos a lo largo del tren. Al mismo tiempo, miraba por las ventanas de los vagones; gente despidiéndose emotivamente, que asco. Mis amigos y yo nos despedimos la noche anterior, y, tras años de amistad, fue la única noche que les permití establecer contacto conmigo, no soy el tipo de chica amigable, no voy repartiendo amor por ahí, el amor, en mí, es como un plato roto, un plato que aporrearon hace años contra la pared. Aunque, he de reconocer, que me hubiera gustado verles ahí, para despedirnos por última vez.

Mientras estaba sumergida en mis pensamientos, había dejado de tener conciencia de hacia donde iba, hasta que me choqué con un torso.

Caí al suelo bajo mi propio trasero como una imbécil, miré hacia arriba para ver quien osaba interponerse en mi camino. Si esto fuera un libro juvenil y romanticón, ahora debería quedarme helada al mirarle a los ojos y perseguirle el resto de la historia, al final de la cual viviríamos felices y comeríamos perdices; pero no fue así. Él chico parecía amable, no me malentendáis, pero si no suelo ser amable a diario, menos lo iba a ser hoy.

Sólo dime que algún día serás mía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora