Capítulo 3 - Agresiva.

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-Kimmy... -Dijo Joseph limpiando mis lágrimas con su dedo pulgar, acariciando mi mejilla. -Tranquila, Susan, -mi labio comenzó a temblar con frenesí y Joseph no sabía cómo pararlo -Susi... Susi estará bien, confía en mi. -Dijo, con la mano en el pecho, cerca de su corazón.

-Pe-pero... -Tartamudeé, acercándome al cachorro que sostenía en su brazo. -Yo... ¡hip! -Salté. Y es que siempre me entraba hipo al llorar, era horrible.

-Mamá y yo la llevaremos al veterinario, todo estará bien, ya verás. -Forzó una sonrisa apaciguadora.

-Pe... pe-pero... ¡Yo tengo que ir! Debo... de-debo ir... -Dije agitando los puños arriba y abajo. El hipo aumentaba a medida que lo hacía mi sentimiento de impotencia.

-Eh, Kimy, ¡Kimy! -Me zarandeó, comenzando a subir el volumen. Su paciencia se estaba agotando y le poseía la desesperación.

-Yo sólo... Debo... yo... Yo debo... -Mi respiración se entrecortaba, sentía que me faltaba el aire y ahí no estaba mamá con mi inhalador.

-¡Kim! -Seguía, con movimientos cada vez más bruscos. -Din don din, atención señores pasajeros, la siguiente parada es... -Siguió hablando, con voz robótica, lo cual me dejó muy sorprendida.

Abrí los ojos de golpe y la luz que atravesaba el cristal me cegó. Mi pecho subía y bajaba bruscamente y me levanté de mi asiento, alterada.

-Kimy, cariño, ¿estás bien, cielo? -Dijo mi madre.

Todo había sido un sueño, un maldito sueño que clavó el terror en mis entrañas. Miré por la ventana con la esperanza de haber llegado a nuestra parada, sin duda quería acabar ese viaje; pero no fue así, y todo lo que vi fue la estación de un pequeño pueblo rural.

Me coloqué el pelo detrás de las orejas y comencé a buscar mi sudadera roja. Al llegar a los asientos sentía mucho calor, pero aquel sueño me dejó medio congelada.

Me pasé las manos por la cara más de una vez, llevándome con ellas pequeñas gotitas de sudor.

No era capaz de asimilar el porque de mi estado, tampoco había sido mi peor sueño; pero supongo que detestaba desbloquear recuerdos reprimidos mientras yacía durmiendo.

-¿Kim?¡Kimmy! -Mi madre seguía.

Al oír eso, me destapé la cara rápidamente para gritar. -Estoy harta de decirte que no me llames así. -Y pude notar varias miradas clavadas en mi nuca, pero no me importó. Justo en aquel momento, encontré mi sudadera, la cogí y me fui.

-¿A dónde vas? -Dijo mi madre al verme avanzar. Y esa... esa era una jodida buena pregunta. No sabía a dónde, pero me quería ir de ahí.

Conseguí encontrar un tono calmado antes de decir -A... A-Al baño, ahora vuelvo. -Le dije al llegar a la puerta del vagón; la cerré y avancé. Dudé un poco, pero resultó convincente. Al final, haber hecho teatro me iba a servir.

Pasajeros me miraban con curiosidad, otros me ignoraban, algunos dormían y niños correteaban. Supuse que habrían escuchado mis gritos.

Tres vagones después, dejé mis huellas en el cristal de la siguiente puerta. Me temblaban las manos, y me deslicé hasta el suelo. Ahí, me quedé sentada.

Sin darme cuenta, me fui encogiendo, poco a poco, y crucé mis brazos sobre mis rodillas flexionadas. Lágrimas ardían al cruzar mi cara, llegando hasta la comisura de mis labios y dejando mi boca salada.

Se hizo el silencio, y, como había previsto, estallé en carcajadas nerviosas. Cada vez que lloraba, me acababa riendo; igual que siempre que me reía, acababa llorando. Pero ambas reacciones se distinguían por la ausencia o presencia del hipo en ella.

La puerta chocó contra mis pies en aquel momento, y mi risa se cortó. Alguien intentaba entrar.

Estaba en medio de una conversación, y, por la voz, parecía un tío. Absorto en la charla, no pareció darse cuenta de que no podía abrir la puerta.

Más ágil que un puma, coloqué mi pie izquierdo en la puerta, a modo de cuña, y me levanté. Me froté, con las manos, mi cara, me sacudí el polvo y me atusé el pelo. Me importaba un mierda quien fuera, pero no podía permitirme el echo de que alguien me viera así de... débil.

Quité el pie y la puerta se abrió lentamente. Mientras, busqué un pañuelo en mis bolsillos, para aparentar que, si tenía la nariz roja, era de sonarme; conocía la táctica.

El individuo entró y mi cabeza estaba bajada, por lo que no lo vi, cosa que él tampoco hizo, pues nuestras cabezas se chocaron. -¡Ah! -Se quejó.

-¡Au! -Farfullé, acariciando mi frente dolorida.

-Oh, joder, lo siento, no te había vist... -Dijo al percatarse de que había chocado conmigo, creo que nuestro cabezazo acabó con las pocas neuronas que poseía.

-Hostia, menuda cabeza más dura. Ve con más cuidado, gilipollas. -Me quejé, con las manos aún en la cabeza.

-¡Eh! -No sé si se le iluminó la mente o si se estaba quejando, pero parecía intentar recordar algo. -¡Tú eres Kimy! -Comentó alegre y despreocupado -¡Que coincid...!

No recuerdo exactamente que pasó, pero, de repente, él estaba en el suelo, retorciéndose de dolor y con la nariz chorreando.

-¿Quién coño te crees que eres?¡Nadie,absolutamente nadie, puede llamarme así! -Le grité. -Y menos un desconocido tan despreciable e irritante cómo tú. -Seguí, levantando los puños cómo amenaza.

-¡Ah! -Se quejaba. -Joder, menuda derecha tienes. -Dijo, con las manos en la nariz.

-Primero en el pasillo, ahora aquí, ¿es que nunca miras por dónde coño vas? -Los pocos pasajeros despiertos de aquel vagón nos miraban, curiosos. -Encima esta vez me has hecho daño, ¡subnormal!

-Eh, Kimy, ha sido un accidente, tranquilizate. -Dijo haciendo gestos con las manos, los mismos que se hacen cuando un perro te va a atacar. Y vaya si iba a atacar.

-¡No me digas que me tranquilice! Y -Me agaché para agarrarle de la camiseta blanca que llevaba, la cual estaba manchada de sangre. -como vuelvas a llamarme así, -Me acerqué a su cara. -te juro que te parto la puta cara, ¿entendido?

Se me quedó mirando detenidamente a los ojos. -¿Has estado llorando, Kimy Kim? -Sentí cómo mi cara cogía color, desde luego, esa no es la respuesta que me esperaba. Obvié la mezcla de apodo y nombre que hizo, le solté y me tapé la nariz.

-¿A qué mierda viene eso? -Dije levantándome y viéndole recostarse sobre sus codos antes de hablar.

-¿Porqué te tapas la nariz? Soy yo a quien se la acabas de partir, no sé si lo recuerdas. -Sonrió e hizo una pequeña mueca de dolor. Definitivamente, me sacaba de quicio.

-Te he hecho una maldita pregunta. -Pataleé. -¡Respóndeme!

Suspiró. -Se te nota en los ojos.

Le esquivé, yendo a verme en la ventana del vagón; era de esos cristales oscuros dónde se refleja tu imagen. -Pero si no se me nota. -Me giré para verle.

-Osea, que sí has llorado. -Levantó las cejas.

Me volví a girar, de brazos cruzados. -Eres insoportable.

Entonces, esbozó una de sus malditas carcajadas.

Sólo dime que algún día serás mía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora