Rojo de ira, como no lo había visto antes, Taeyong sujetó fuerte, entre sus dedos, el mentón endurecido de Yoonoh, ignorando el golpeteo irritante de la puerta y la diferencia fastidiosa que establecían sus sombras. El sol afuera hacía de las suyas y la gente que gritaba sus nombres eran abrazados por el calor. Adentro, no obstante, ninguno de los dos prestaba atención al bullicio. Solo eran ellos dos, como era desde hace un tiempo.
Entonces, se concentró Yoonoh, el joven Yoonoh, el elegantísimo hijo único de la dinastía Jung, en los ojos ajenos, reclamando algo más que la obstinada persistencia de la furia. Necesitaba saber que Taeyong lo amaba, que todavía era importante para él. Por favor...
Pero él solo temblaba, y sería imperceptible para cualquiera, mas Yoonoh lo conocía muy bien, y esos movimientos no significaban nada, nada de lo que esperaba. Fuera de sí, de pronto, sintiéndose volar por la precipitación de sus pensamientos, empujó a Taeyong -que solo era un fraude- contra el muro detrás de él, cambiando las posiciones, como debía ser, y continuó Yoonoh fijando con determinación sus ojos en los contrarios, volcando su alma, en la búsqueda de arrepentimiento o algo similar.
Pero él solo temblaba, y no había nada. Aparentemente, Taeyong no sentía culpa alguna y no se molestaba ni un poco en ocultarlo.
—Estás desquiciado —masculló el peliblanco, su voz ahogada en la impotencia y sus cabellos desordenados cayendo sobre su semblante.
Se estremeció. Taeyong provocaba en él un tenebroso sentimiento que inquietaba su ser. Creaba una marioneta a su lado que pretendía ser llamada consciencia: Yoonoh la detestaba.
—¿Lo estoy, Taeyong? —Yoonoh lo miró, y poco a poco fue encerrando su cuerpo, acariciando sin pensar los hombros del más bajo, volviendo el lugar asfixiante solo como ellos lo sentían— ¿Lo crees así?
Taeyong, con sus manos heladas, esta vez con suavidad, tomó el rostro que lloraba de Yoonoh... tan bonito y estropeado. El más alto de los dos, el más complicado, se perdió por un segundo en la calma del aura que los rodeaba. Su corazón dictó latidos lentos mientras se dejaba mimar por las caricias de quien más adoraba, por quién daría su vida y las que fueran necesarias para hacerlo feliz. Sin embargo, en cuanto notó las motas rojizas apareciendo de rato en rato en todo el conjunto chocolate que eran las orbes de Taeyong, despertó y gruñó, alzándose como una bestia. Había sido persuadido por él. Otra vez.
bueno ola, desde el 2017 tengo esto en borradores y nunca la continué, yCADA VEZ QUE LO LEO ME ENAMOROOO igual necesito subir algo además del único os q subí alguna vez bue aquí esta me redimo