-Capítulo único-

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Diez pasos. Esa es la distancia que nos separa. Estoy sentada en el suelo del patio del colegio, y el sol me da en la cara. Entre mis manos tengo un cuaderno, con otro dibujo sin terminar. Siendo sinceros, es imposible concentrarme, habiendo tan poca distancia entre nosotros. Creo que él nunca había estado tan cerca, y hay que admitir que estoy bastante nerviosa. Tomo mi pelo y le doy vuelta entre los dedos, tratando de disimular, y con la vista en mis zapatillas rojas, aunque sé perfectamente que él  nunca se fijaría en alguien como yo: simplemente, soy de las chicas del montón; no soy de las hermosas que llaman la atención.

Por otro lado, ahí está él: sonriente, y seguro como todos los días. Conversando con alguien, aunque no puedo verlo. Ambos ríen, y puedo notar sus perfectos dientes, y las arrugas que se forman al costado de sus ojos, pero corro la vista, como siempre, porque no quiero que sepa que estoy mirándolo.

Comienzo a hacer garabatos sin sentido en la hoja del cuaderno, para distraerme, pero él no se mueve: todavía está sentado cerca de mí, con la cabeza apoyada en la pared de ladrillo, y mirando hacia arriba, la sonrisa plasmada en su rostro. Muy en el fondo me pregunto de qué se está riendo. La idea de que probablemente se esté burlando de mí hace que cierre los ojos un segundo, y al abrirlos, caigo en la cuenta de que yo podría causarle gracia tranquilamente: estoy despeinada, mi ropa no es de diseñador, y, lo peor: estoy sola.

Casualmente estoy esperando a que mi mejor amiga salga de la oficina del director: siempre está en problemas, y supongo que esta vez ha sido grave, porque no se ha aparecido en todo el recreo.

A cualquier persona que me viera en este momento, le daría la impresión de que no soy muy amigable. Pero la verdad es que soy lo opuesto a eso; siempre tengo un tema para conversar, y suelo sacarle una sonrisa a la gente. Lástima que a él nunca le he hablado, por lo que no me conoce, así que sólo tiene esa imagen de chica solitaria y desarreglada que ofrezco a simple vista.

Miro a la izquierda, hacia donde se encuentra. El chico con el que estaba conversando, se está levantando de a poco, y una vez que está de pie puedo ver que se despide de él, da media vuelta, y se aleja caminando despacio.

No puedo evitar sonrojarme: él está a diez pasos de distancia, y solo. Las ganas de hablarle me invaden, pero no tengo un tema para iniciar una conversación. No voy a hacer un comentario que me haga quedar como una estúpida, y antes que hablar de algo sin sentido, prefiero quedarme callada.

Vuelvo a los garabatos que había dibujado en el cuaderno, y sigo deslizando el lápiz, sin pensar en nada.

El viento aparece de pronto, y despeina mi cabello. Giro la cabeza hacia su lugar y veo que también está despeinado, pero no le queda mal. Presto atención y me doy cuenta de que está dibujando en un cuaderno, igual que yo, y no puedo impedir ponerme nerviosa por la coincidencia. Lo veo tan concentrado, que no volteo; me quedo mirándolo en silencio.

Nunca había podido observarlo con detenimiento, porque nunca había estado tan cerca, por tanto tiempo. El viento le ha dejado el pelo revuelto, cayendo sobre su cara.

Sigo mirándolo, pero me doy cuenta de que deja el lápiz en el suelo, así que me volteo y bajo la vista, avergonzada, por tercera vez. Sigo dibujando como si no hubiera pasado nada, reprimiendo el impulso de mirarlo.

"No lo hagas, no voltees"- pienso y me contradigo. Cierro los ojos, respiro profundamente, dejando que el aire me llene y me calme.

Al abrirlos fijo la vista en mi cuaderno, intentando concentrarme para no mirarlo.Pero alguien me está hablando, así que, sin otra opción, levanto la vista.

Y mi corazón da un vuelco, al darme cuenta de que las palabras que han interrumpido mi concentración han salido de su boca.

- Dis... disculpa, ¿Qué dijiste?- le pregunto, con la voz temblorosa. La verdad es que no lo he escuchado.

- Quería saber qué hora es- me contesta, algo nervioso y su voz me hace cosquillas. Sus ojos están clavados en los míos, provocando que la sangre suba a mis mejillas.

- Eh... la...las- miro mi reloj, pero mi mano está temblando, así que el lápiz se cae y rueda hacia donde él está- Son las cuatro.

- Genial, gracias- sonríe, y se levanta del suelo, toma mi lápiz y recorre los diez pasos que nos separan, para devolvérmelo.

Estoy temblando, pero lo tomo y murmuro un agradecimiento inentendible. Él se gira y comienza a caminar alejándose de mí, y justo cuando voy a pedirle que se detenga, suena la campana. Miro su lugar anterior, ahora vacío, y caigo en la cuenta de que sus cosas todavía están en el suelo.

Me acerco y tomo su cuaderno. La curiosidad me invade de forma inmediata, por lo que lo abro y comienzo a pasar las páginas. Nunca me había imaginado que alguien pudiera dibujar tan bien. Hay bosquejos increíbles, todos sin pintar, pero hermosos.

Al llegar al último dibujo que hay en el cuaderno, mi corazón comienza a latir más rápido que nunca: en la hoja hay una chica despeinada y algo desarreglada, de perfil, con la vista fija en un cuaderno. Debajo del  dibujo se lee:
"Siempre busqué la forma de hablarte..."

Una sonrisa se dibuja en mi cara.

A diez pasos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora