Desde la cama soñaba con ella cuando todavía no cumplía los cinco años. Vestía de rosa en una figuración, pero en mi sueño era en cine mudo. Rubia, pelo lacio, pequeña como la esperanza. La miraba sin poder. La sentía desde la cama, al otro lado de la casa, sobre el tejado de una fábrica irrecuperable. Lloraba. No recuerdo si lo hacía buscando consuelo o si era mi necesidad de darle alivio la única justificación de su llanto. La conciencia asexuada de mi propia persona era tan natural que no ha entrado en conflicto con la persona física real. Fue entonces cuando conocí lo que era volar. Sobre la cama, permanecía boca arriba y sentía cómo veinticuatro gramos de mi cuerpo salían como si fueran un príncipe con una corona pequeña, una banda plateada y un traje azul completado con sus botas y sus mayas blancas. La prefiguración de caballero era natural. Pero volaba, llegaba a la ventana del cuarto donde el cristal estaba roto y la veía allí. La noche era azul, en todos sus tonos. Las luces se mantenían y el tendido eléctrico era un marco desolador. La urgencia de llegar a ella tan pronto se tornaba insoportable como se calmaba, pues la ventana cedía al príncipe y la calle se quedaba en una barrera de papel y agua. Desde el tejado ella me miraba y cesaba el llanto. No surgía ningún sentimiento más desde su vestido rosa, o no lo conservo, salvo sí el alivio.
Fueron una cantidad de veces innumerables las que tuve aquella visión. A veces me despertaba antes de verla abandonar el llanto, el resto simplemente contemplaba su cocodrileo desde el vidrio de la habitación. Lo que podría verse como un romanticismo exacerbado desde la cuna, no ha sido si no hasta muy entrada la conciencia, un infantilismo del amor. El ideal del surrealismo. Un amor de contemplaciones sin riesgos, de riesgos tomados al vacío del fracaso. Pero fue mi sueño favorito porque en mi vuelo hacia el amor la flotación era tan real como mi respiración. Despertaba con el estómago lleno de aire y la decepción de haberlo terminado inoportunamente. Ella se perdía. Yo me quedaba. O tal vez viceversa. Con lugar a dudas fue el primero de los desajustes donde me sentí un elemento extraño, el primer paso hacia la privacidad mental más absoluta.
Aquella no fue la primera vez que la vi, sin embargo, fue el momento en que la conocí, la certeza es una virtud que puede enfurecer la ceguera, y es la mía. Mis instintos fallaron, las dianas desaparecieron y la habilidad enfermiza para enamorarme a primera vista quedó sepultada por la realidad.
Esta es la historia que no íbamos a escribir. Posiblemente la única fiel a una imaginación exacerbadamente pasional. La única imposible en el mundo de hoy y de ayer, pero la que esperamos siempre para mañana. La que ama y ama eternamente sin que sea suficiente. Porque pedir que la aventura sea tranquila tal vez sea demasiada ambición para una única utopía.
@Ella, un adyacente inolvidable. No únicamente estuvo allí mientras ponía el timón de la vida entre mis manos otra vez, sino que se quedó para darme la calma y el derecho de hacerlo. Me tocó por la espalda y me convenció de las fortalezas que faltaban al comienzo de aquel olvido necesario. Me dio permiso para quererme a mí y con ello pude quererla a ella. La quiero, porque la quiero, y quise tenerla desde antes de besarla, cuando me robó el sueño en la vigilia donde sólo pudimos darnos el mejor sabor del pistacho.
No pretendo decir nada que no sepa. Es seguro que entre las manos soy más verdad que en las palabras. Pero hoy, con ella en mis brazos, he descubierto que comunicarnos no es siempre una oportunidad garantizada, y cuando no me tenga debería mantenerme con la misma verdad con que me cuando no llevaba ropa.
@Ella no era nadie el día que la conocí. La más absoluta inconsciencia nos hizo de antesala. Aquellas antesalas al trauma de sepultarnos mutuamente la realidad contra la fantasía que manteníamos candente por la culpa. Había llegado mientras saltaba al vacío, o más bien, mientras tiraba por la borda una vida de alguien que no era yo. Me miró desde abajo lo que sabía desde arriba con la calma de quien ve la película otra vez solo por el placer de disfrutar un final apoteósico. Sonreía continuamente sin malicia, sabiendo que estaba en pañales en la vida que afrontaba. Bien fuera ella con la suya o yo con la mía. Pero se reía igualmente. En silencio me dio las alas, y sin pretenderlo acabé bailando en su cintura.
Y aunque la poesía le hacía alguna justicia, no era unidireccional. Al final descubrí que la poesía era solamente ella, y todos la describen porque era lo único de lo que merece la pena hablar. Kavafis aún espera llegar a su Ítaca. Pero se convirtió en mi viaje favorito, mi barco y mi vela y mientras la disfruto nos llevamos al fin del mundo una vez cada cinco minutos. Y todas las veces que quiera yo la llevo a la vida. Si nos esperaba Ítaca sobre el mar nos había dejado de importar, recorrernos mil veces desde los pies hasta la tontería sobre un pelo que se había cansado de peinar. Qué bonita era. Nadie podría describirla ni en la mayor de las tristezas por no tenerla, no le harían justicia nunca al calor que desprende.
Cuidó de mí y le di la primicia de demostrarme que mi mundo se equivocaba en la univocidad. Lo hizo. Me tendió la mano, la apreté con fuerza desesperada y cuando supimos dónde estaba la vida nos encontramos en la cama. Tenía en los ojos el mar al que había soñado escaparme. Me inundaba la calma que ella tenía sobre su paciencia. Como si supiera que sólo respirando todo estaría bien. Me dejaba caer sobre su hombro, tomaba la desdicha del momento y la tornaba hacía mí. Me decía: it's ok.
Hablaba sin temblar. Tenía una vida sin huecos, un sol sin reflejos. @Ella era todo lo que llevaba consigo y las necesidades eran una desdicha de otros. Se bastaba con quererse y decirse que donde podría estar cualquier otro estaba ella. No sufría cuestiones eternas y triviales, las solventaba con explicaciones causales que me rompían la lógica de no saberme contundente, ni irremediable, tan sólo probable.
No sufría el caos en el que yo había nacido. Me permitió sudar la derrota de mis empeños sin dejarme en el lodo de la condescendencia. La mujer que quería vivía dentro de ella. La vi representada a través de sus ojos y en cada latido. Era verdad. Estaba allí y dedicarle las noches llenas de soles fue una terapia de cien años que terminamos en turnos de media hora sobre nuestra espalda.
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Cap I. @Ella
Romance@Ella es el comienzo de una historia, que es mi vida. En un marco donde los planes lo llenan todo, donde la improvisación está fuera de la ecuación de las horas, se producen los rayos de no esperarla ni al anochecer ni en la ducha. Pero @Ella está...