Prologo

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Prologo.

.- Creo haber provocado el interés de un par de vecinos recientemente – pienso para mí mismo mientras miro a través de la ventana entre el espacio de las cortinas que la adornan así como el resto de las ventanas que tiene la casa. Dos vecinos hablan al otro lado de la acera mientras miran hacia la casa, por obviedad no notan mi mirada desde aquel punto a tal distancia. Mi taza de café se enfría por lo que dejo el asunto para otro día y camino a trasvés de la cocina en dirección al sótano.

Las escaleras rechinan pues en este país la costumbre de materiales para los viene inmuebles casa-habitación es la madera mayormente. Creí haber dejado la luz encendida, pero estaba completamente a oscuras ahí abajo. En cuanto enciendo la luz se logra ver a una joven mujer atada de ambos brazos en un nudo complejo que le eleva ambos mientras la une en una columna justo en medio del cuarto. Herméticamente cerrado, la única abertura del lugar era, antiguamente, un par de ventanas que dan con el jardín a las espaldas de la casa ahora cubiertas por cinta negra y pintura.

Se ve tan linda con ese traje de cuerpo completo, solo me gustaría que ella misma se pueda ver. Cosa imposible pues está totalmente cerrado, no puede verme o escucharme, la máscara que lleva puesta no la deja en lo absoluto. Me acerco en un paso ligero y mientras me agacho para tomar una bandeja que sirve de plato para la comida, una de mis rodillas choca con su hombro. Ella se mueve, agitada en el inadvertido contacto.

Su cabeza golpea el costado de mi abdomen cuando recién gire hacia ella con la bandeja en mano mientras mi otra mano le sostiene de un hombro para evitar que se mueva. Un vago intento para hablar se ahoga tras la máscara produciendo una serie de gemidos y "palabras" que con suerte llevan una vocal. Sus mejillas buscan reconfortarse sobre mi vientre plano, de forma instintiva y un tanto desesperada lo hace en una sucesión de movimientos repetitivos. Le aparto con ambas manos aun sosteniendo la bandeja, su cara y cuerpo se empujan más hacia mi rechazando el movimiento. Ello es inútil pues yo igual me aparto un par de pasos para dejar la bandeja sobre una mesa cercana junto a un par de herramientas. Vuelven un par de gemidos que por el tono se entienden son de súplica, ahogados una vez más tras la máscara.

Han sido un par de meses ya desde que la deje en ese estado por lo que va siendo momento de cambiar las formas, dejar que se acostumbre a esto resultaría infructífero para el objetivo principal. Tarda un poco liberarla de la columna y de la misma atadura para ambos brazos, los cuales caen al suelo. Adormecidos e inertes para su dueña mucho más que sus piernas y rodillas por la posición seiza. Esa necesario cargarla piso arriba, casi inmóvil y sin sentidos; es más una muñeca que persona.

Sus brazos se balancean conforme subo las escaleras y le recuesto sobre uno de los sofás de la sala de estar. Ambas manos intentan aferrarse a mis antebrazos, imposible por su estado. Es apenas un rose sobre la piel, más que el dolor es la falta de sangre circulando en sus venas lo que le hace tener tan poca fuerza; casi nula. Subo al 2do piso en dirección a mi habitación, desde donde rebusco en unos cajones y bajo en seguida, ahora con una nueva mascara y un par de aditamentos para ella. Tengo que sentarla sobre mis piernas para evitar que se mueva demasiado al sentir mis manos sobre ella.

Es sencillo quitarle aquella mascara gracias a la cremallera tras su nuca. Algo de su cabello se encuentra humedecido por el sudor; ha sido un día caluroso. Donde antes era una melena irradiante y unas facciones con ligero maquillaje ahora quedan un cabello recortado burdamente con tijeras y la mirada hipnótica – aunque perdida –fijándose en mí. Babea un poco con labios separados al tiempo en que me ve directo a los ojos la saliva corre hacia su mentón.

.- Ya no sé si me amas realmente o son las drogas que hacen que me sigas mirando con esos ojos...

Creí haberlo pensado, pero son mis labios que exhalan esa oración sin mi previo consentimiento mientras ambos nos vemos. Me sonríe, aunque no creo que sea su respuesta al escuchar aquello; demasiado drogada como para entender con claridad mis palabras. Me besa torpemente, nuestros dientes chocan a la vez que su lengua hurga dentro y mi espalda recae en el respaldo del sofá. Por reflejo mis manos bajan hacia sus caderas; un viejo habito desde donde aprieto con las yemas el principio de sus glúteos.

El cuerpo gira hacia mi sin romper el beso, aquellos muslos escondidos bajo el traje de látex se colocaron a mis costados en un abrazo falto de fuerza y la punta de sus pechos se presionan bajo los míos. Vaya muñeca más engreída resultó ser. La temperatura de su cuerpo y la excitación del momento me distrajo, aunque solo fueron un par de segundos. Le termino dando un sonoro azote en el trasero y muerdo su labio inferior antes de apartarla para continuar poniéndole la nueva mascara.

La nueva es de un grosor mucho menor a la anterior, pero conserva el negro intenso que refleja la luz en una imagen de su alrededor. Una serie de hoyos en los costados para sus oídos y un par más en la parte frontal para las fosas nasales. Ya no hay cremallera para este diseño, se ajusta casi uniformemente pues es específica para sus medidas. Aberturas para la boca y los ojos, ahora podrá gozar de mayor libertad, pero me niego a mimarla; razón por la cual traje algo más. Los aditamentos de antes son un par de cuerdas cortas no elásticas unidas a dos ganchos que sirven para forzar la mandíbula a mantenerse abierta.

Se queja e intenta hablar cuando le coloco los ganchos, agita la cabeza hacia los lados y hace un esfuerzo por levantar los brazos que no avanza más allá del nivel de mis codos. Sus intentos por gesticular palabras son en exceso evidentes tanto como la ausencia de sentido en sus palabras; como hablar con un bebé que recién comienza a reproducir una borrosa imitación de lo que escucha a diario. Esos pómulos resplandecen por su forma en el negro del látex, un giño que no hacen sus ojos perdidos en el espacio.

Los mismos me hablan, perseveran en su intento por más afecto cosa que por supuesto quiero yo también tras tanto problema hasta este punto. Le acerco hacia mí con ambos brazos tras de ella, nuestros abdómenes chocan a la vez que sus caderas se frotando sobre mis piernas en un empuje que hace rechinar el sofá. Mis brazos le abrazan con fuerza a modo de respuesta, pero el sonido del timbre en la entrada rompe con el ambiente, así que le dejo caer sobre el sofá mientras camino hacia la puerta.

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De las cartas a su sótanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora