El cielo se llenaba de oscuras y ondas nubes que amenazaban con engullir cualquier alma de luz que osase atravesarlas. Las figuras que descendían del cielo, cruzando aquel esperpento de cólera y confusión, eran de todas las razas que habitaban los cuatro mundos. No se entreveía ningún ápice mortal entre la muchedumbre enfurecida, ningún ser vivo, ningún sentimiento humano. Todo lo que se podía deducir de aquellas sombras antropomórficas era la furia en sus gritos de guerra, su sed de sangre, de destrucción y de devastación. Pero, más allá de toda esta vorágine de odio, entre las arenas negras del desierto del primer mundo, allí donde descendían los antropomorfos, surgía un ejército de mortales encabezados por El Inmortal, custodiando sus espadas de rebter, el mineral que daba la vida a su mundo. Estaban dispuestos a luchar contra aquellos monstruos que atentaban contra su mundo, contra su bien más preciado, en busca de La Joya Divina.
El Inmortal miró atrás para comprobar la posición de sus hombres: magos, escuderos, elfos, licántropos, humanos e, incluso, su propia raza estaba dispuesta a dar su vida por proteger aquella pieza celestial que él había custodiado desde hacía meses. Buscó con su mirada dónde se encontraba, cuando la identificó todos sus músculos se tensaron en alerta. Estaba dispuesto a ceder su vida y la de su gente por aquella creación fantástica. No iba a dudar más, tenía que ser el último fragmento que quedase en pie para acabar con la aniquilación de los cuatro mundos, solo esa joya tenía poder suficiente para destruir al gran Sisseh.
Los antropomorfos comenzaban a estar cada vez más cerca de ellos, cada metro que avanzaban era un metro menos que tenía para observar por última vez aquella posesión de los dioses que les acompañaba. Cuando los truenos comenzaron a vislumbrarse entre el denso cielo, supo que había llegado el momento. Suspiró, cerró los ojos un momento, saboreando su último momento en vida, recordando todo lo sucedido meses atrás. Una vez más, recordó por qué esa había sido su misión desde que había encontrado aquel cielo azulado en aquel bosque sin luz. Abrió los ojos, concentró todo cuanto había aprendido ese tiempo y dio el primer grito de guerra. Sus acompañantes profirieron un sonido gutural, burdo y firme, a modo de confirmación. Todos estaban listos. Listos para morir.
—¡Protegedla! ¡No dejéis que nada la toque, cumplid la Profecía! – vociferó el general de aquel ejército. – Ya vienen, debéis protegerla. Nos ganan en número pero no en fuerza.
Fue el único alarido de aliento que aquella figura al frente de su ejército profirió para con sus camaradas, que sondeaban sus armas en afirmación. Los magos comenzaban con sus gráciles movimientos elaborando magia de protección, de refuerzo, de destrucción. Los escuderos creaban barreras contra aquellos que osaban avanzar hacia ellos. Los elfos descargaban su peso en figuras de alerta, como guerreros entrenados para la batalla. Los consanguíneos de El Inmortal descansaban a sendos costados de este, con la mirada fija en todo cuanto les rodeaba, deseando acabar con ellos en cuanto se encontrasen a la distancia necesaria para acatar tu plan de ataque.
La lluvia comenzaba a caer, la negra arena comenzaba a transformarse en barro. Las sombras de aquellas figuras ya descansaban sobre el fango. El día, la hora y el momento profetizado había llegado. Solo quedaba dar el primer golpe.
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Vyambara
Teen FictionDeseosos de una revolución en los cuatro mundos, las razas antropomórficas de Krishna descienden de los cielos entre densas nubes en busca de La Joya Divina, custodiada por El Inmortal, general del ejército del primer mundo, Syddartha. La joven Ya...