"La vida es eso que cambia en un parpadeo" escuché que alguien lo decía por televisión. No le tome gran importancia, pues se trataba de uno de esos programas de variedades que la NHK tiene para ocupar sus espacios vacíos.
Seguí arreglándome, pues mis padres me esperaban para llevarme a la universidad, ese día estaba segura que sería genial, ya que en mi escuela nos llevarían a conocer la prefectura de Niigata.
Debido a que era un lugar nuevo para mí, quería verme muy linda y llevar mi mejor abrigo. Abrí mi closet y fue imposible no mirar mi kimono y, así es, no puede evitar recordar el día en que lo use por primera vez para asistir al Matsuri de mi ciudad al lado de Otani. Aunque siempre lo veía, ese día sentí algo muy especial y el recuerdo de Otani se hacía presente con gran fuerza.
Habían pasado dos meses desde que Otani regresó a sus estudios en la Universidad de Tokyo. Después de pasar increíbles días juntos, en los que escuchamos las más recientes canciones de Umibozu e íbamos a la cafetería de siempre para probar las novedades del menú, días en los que éramos otra vez nosotros dos, la pareja cómica que tantas aventuras vivió en el instituto.
— ¡Baja, Risa!— gritó mi padre con una potente voz que interrumpió mis recuerdos.
Tomé mi abrigo y baje corriendo las escaleras y nadie me paro hasta haber llegado al auto de mis padres que al cerrar la puerta, se puso en marcha y no se detuvo hasta llegar a mi universida.
Me despedí de mi padres y rápido me uní a mi grupo de amigos. Todos juntos subimos al autobús que nos llevaría a Niigata. El camino sería largo, pasaríamos ocho horas viajando por carretera y disfrutando de las montañas con sus cumbres nevadas.
Saque mis audífonos y le di play a la música. Con cada canción el recuerdo de Otani regresaba a mi mente, pero de pronto un estruendo parecido al de los glaciares cuando se desprenden y tan feroz como el de las olas me dejó en el más profundo silencio, seguido de un dolor tan brutal que partía en dos mi columna vertebral.
Abrí mis ojos, pero la luminosidad de la habitación en la que estaba me cegaba y me impedía mantenerlos abiertos. Intenté dormir, pero él dolor en mi espalda seguía siendo intenso.
— Risa — escuché a lo lejos. Por el rabillo del ojo busqué a quien me hablaba y con gran esfuerzo lo logré y ahí estaba él, Otani.
Se acercó a mí y la paz regresó. Entendí que habíamos sufrido un accidente en carretera, que estaba en un hospital y que Otani había hecho una pausa en sus estudios para estar conmigo. Tenerlo cerca indudablemente me hacía sentir bien y olvidarme de los cientos de cables a los que estaba conectada y del enorme soporte que los médicos habían colocado en mi espalda.
Sus manos en mis mejillas eran cálidas, las podía sentir, con el transcurso de los minutos fui siendo consciente que la sensación en mis piernas ya no estaba. Me eché a llorar y entonces Otani se acercó aún más y en un susurro me dijo.
— Así eres perfecta y lo que siento por ti, jamás cambiará.—
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Risa, así eres perfecta
RomanceEse día curiosamente el recuerdo de Otani se hizo presente con gran fuerza y lo que sería un día emocionante, Risa jamás imaginó cómo terminaría.