Era casi navidad y no tenía nada que hacer ese día; en realidad no tenía nada que hacer ningún día. Hace dos meses que el dueño de la carpintería donde trabajaba, Don Paco, murió y su hijo, al dedicarse a otros negocios, insensible de nuestros trabajos, cerró el local y vendió el terreno a una inmobiliaria. A unos años de la jubilación y teniendo mis ahorros no me empeñé en buscar otro empleo, por lo que me quedaba en casa y dejaba que el devenir pase ordinario para mí, los paseos en el vecindario solo, las tardes de películas, algunos libros, caminar sin rumbo. No tenía familiares cercanos y era tedioso socializar con los que realmente no conocía bien. Hubiera deseado tanto pasar estos días con mi persona favorita, pero ella murió hace seis años. No dejo de extrañarla. Para colmo hace una semana se perdió Aristocles, gatito del vecindario que me acompañaba con su ternura. Entonces, desenvolvía los días individualmente viendo que haría cada uno de ellos, y ya era casi navidad.
Decidí que quería unos buenos cigarrillos, en esa buena época del mes de diciembre volvía a mi cabeza ese olorcito particular. Por lo que podía ir a la bodega del chino a dos cuadras por una cajetilla corriente, no lo niego. Pero qué más da jugar con el tiempo yéndome dos cuadras, yéndome al otro distrito donde estaba esa tienda de cigarros que tanto visitaba después de trabajar o yéndome al miserable fin del mundo a descansar. Y pues me decidí por la segunda opción. Necesitaba mi cabeza, casi me la olvido. Mi billetera y mis lentes de sol que estaban casi nuevos. No era muy fan de usar lente, pero el tiempo mostraba un sol demasiado intenso que me estaría jodiendo la cabeza todo el rato, y lo gracioso de estos es que me hacían parecer un ex mafioso, en su retiro ahora, pero que tenía varios familiares dispuesto a matar a quien intente hacerle problemas en la calle. Y ojalá los tuviera. Me rio con el silencio. Dejé de entretenerme en el espejo y salí a tomar el carro.
Aproximadamente tarde cuarenta minutos en llegar, pero ya estaba allí. No la veía hace años, pero seguía allí, que felicidad. Entré y el muchacho que atendía ni se percató, estaba leyendo un libro, de esos escritores que se burlan de sus lectores regurgitando cliché tras cliché, pero él estaba muy concentrado, excelente. El local, si bien se mantenía en pie, había sufrido algunas remodelaciones, unas marcas de cigarros menos, unas estanterías nuevas por aquí y más cámaras por si el país se hacía presente. Pude haberme tomado la molestia de buscar mi delicioso Midders, pero me dio la fatiga refugiada en mi edad, y no era para menos. Así que le dije al joven que me dé de esos buenos cigarros que me acompañaron tantos años.
Parpadeó, hizo algo de memoria mientras dejaba su libro en el mostrador y se fijó en la vitrina que tenía detrás de él. ¨pues vera que aquí no lo tengo, deje que me fije en el almacén, maestro. De seguro hay unas cajas de Midders allí". Se fue a paso acelerado, se notaba que era un chico de modales y sabía cuál era su trabajo. Yo me quedé esperando, viendo pipas relucientes, una sección de esos cigarrillos electrónicos y el sol que irrumpía por los ventanales de la entrada. En eso veo a un individuo cabizbajo entrar al local, se me hizo raro que use una polera con tal insufrible sol y una gorra mal puesta en su cabeza, solo pensaba en quitársela para ajustarla como debía de ser. Pero yo era un ex mafioso de camisa floreada, así que no tenía por qué criticarle nada. Se asomó a ver de soslayo algunos modelos de pipas, fue de prisa inspeccionando el lugar y levantaba la cabeza inquieto. "Solo hay dos cámaras, tres con la de afuera pero parece estar malograda". Se susurraba para sí como un personaje tan lisérgico. Creí que como fácil entró, fácil se iría, aunque también era altamente probable que sea un choro... y se acercó a mí agrandándose, concentrando sus actos, gritándome: "Anciano, saca todo lo que hay en la caja si no quieres que te queme" y sacó del bolsillo de la polera un revólver de mango de madera, ¿Quién usa ahora uno de esos? Debió robárselo a su padre. Bueno, tampoco pude tantear la edad que tenía porque seguía resguardado por su gorra. No me quedó de otra, tuve que seguirle la corriente. Se le veía tan nervioso al sujeto ese, que si yo me atrevía a decirle que no trabaja allí terminaría por balearme igual. Pude notar que estaba sudando pero más allá de tener polera creo que estaba preocupado. Yo llegué a robar por necesidad de joven, lo admito... y la primera vez me parecía mucho a este sujeto, con la diferencia de que yo lo hice con una navaja vieja. Sin romper su exigua paciencia, me acerqué a la caja y quise abrirla naturalmente pero no cedía. Levanté la mirada y él seguía viendo todo como deseando que acabe lo antes posible "No sé qué te habrá llevado a esto: sabes que no debiste" pensé, entonces noté que se abría una puerta detrás, justo por donde se había ido el muchacho hace rato, tenía la caja de cigarros, eso era lo bueno. Nos miramos y automáticamente afirmé con la cabeza, leve muy leve. "Tranquilo, amigo. Debí dejar la llave de la caja por aquí, si lo recuerdo" le dije, haciendo lo posible para que sus ojos se queden en mí, "Apúrate que te quemo, anciano" soltó casi con un gallo. Detrás de él, cauteloso pero tan eufórico en su mirada, el joven encargado se acercaba paso a paso. "¡hijo de puta, a quien tratas de robarle!" con el grito se lanzó al cuello del ladrón y usando su pierna como palanca, lo botó al piso, con el otro pie le aplastó la mano y esta tronó. Su revolver salió volando cerca de la caja de Midders.
YOU ARE READING
Mi revólver me contó un chiste
General FictionUn hombre viejo desempleado descubre que sufre una terrible enfermedad a la par que obtiene un revólver en el sitio menos esperado. Su crisis y locura, junto al caos político social que se mantiene en la ciudad, harán que tome una impredecible elecc...