Lo que no me pase hoy...

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Como cada día, el despertador de Inés empezó a sonar a las ocho de la mañana, pensó que no había dormido lo suficiente, se levantó perezosamente frotándose los ojos, pero feliz.

Cada mañana al despertar le venía a la cabeza el recuerdo de los años que pasó trabajando muy duro y de sol a sol en casi cualquier sitio, un bar en el que trabajaba doce horas diarias detrás de una barra, aguantando los asquerosos piropos de algún borracho, una empresa de limpieza, en la que tenía que limpiar hasta quedarse sin uñas en bares, escaleras o casas, hasta una vez trabajó en una pequeña fábrica de utensilios de cocina en la que tenía los brazos y las manos llenos de cortes que se hacía con la chapa, y que le dolían tanto que apenas podía aguantar sin llorar el día entero.

Al cumplir los veinticinco decidió que ya estaba bien, que ella valía para algo más, estaba harta de no ser nadie en ningún sitio, de contratos basura en los que trabajaba muchísimo y no cobraba casi nada, sin estabilidad y temiendo que cualquier día la echaran a la calle. En el poco tiempo libre que le solía quedar en sus trabajos, se apuntó a la escuela de adultos para preparase el acceso a la universidad, siempre le resultó fácil estudiar, pero había sido un poco vaga, pero ésta vez, se lo tomó muy en serio y sacó en menos de un año el acceso a la universidad con una nota de diez.

Lo tenía clarísimo, sería psicóloga.

Sacó la carrera en cinco años, yendo a la universidad por las mañanas y trabajando por las tardes, apenas salía con sus amigas, siempre estaba estudiando o trabajando. Podría haberle pedido el dinero a su madre, pero nunca le gustó hacer eso, desde que su padre las abandonó a ellas y a su hermana, su madre se había vuelto un ser despreciable, se pasaba la vida enamorándose de unos y otros que lo único que hacían era dilapidar la fortuna que heredó de sus padres, y la dejaban tirada en cuanto se cansaban de ella. Nunca tenía tiempo para sus hijas, le recordaban demasiado al Hijo de puta que la había abandonado con dos niñas de dos y seis años, y cuando estaba con ellas lo único que hacía era decirles que ojala no hubieran nacido, así ella podría seguir con su desenfrenada vida sin pensar en aquellas dos renacuajas.

Se criaron con una tía, que conmovida por la situación de las muchachas, pero, sin apenas medios para criarlas, decidió llevárselas a su casa. Nunca dejaría de estar agradecida a la tía Julia.

Pero en cuanto cumplió la mayoría de edad, buscó un pisito para ella y su hermana y desde ese momento se encargó de que no le faltara de nada. Con lo que ella ganaba y lo poquito que su madre se dignó a pasarle por la manutención de su hermana, iban tirando.

Cuando Inés decidió empezar con su carrera, Alba estaba en el último año, estudió enfermería. En cuanto terminó se colocó en una clínica privada en la que le pagaban un buen jornal, así que decidió devolverle el favor a su hermana y entonces fue Alba quien ayudó a Inés para que pudiera dejar de trabajar y dedicarse al cien por cien a estudiar, pero Inés nunca dejó de trabajar del todo, conservó un trabajo a media jornada y estudiaba por las tardes.

Se quedó sentada unos instantes en la cama, inmersa en aquellos recuerdos, se levantó despacio y se dirigió a la ducha, abrió el grifo y se quitó el pijama, se quedó mirando en el espejo, tenía un cuerpo bonito, aunque siempre supo que le sobraban un par de kilos, pensó que quizás debería apuntarse al gimnasio, al fin y al cabo, tenía ya treinta y un años y empezaba a notarse la edad en su cuerpo.

Se metió en la ducha, enjabonó todo su cuerpo acariciándose cada rincón, necesitaba tanto que otras manos que no fueran las suyas la acariciaran, había pasado tanto tiempo trabajando, estudiando, preocupándose de su hermana, que no había dejado tiempo al amor, algún amante esporádico, pero nada serio, hacía más de dos años desde la última vez que tuvo sexo, estaba realmente necesitada.

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⏰ Última actualización: Oct 28, 2012 ⏰

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