~Jong In~
Temperatura: 9°CCuando la película terminó (el mundo se salvaba, no sin grandes daños colaterales),me senté junto a Kyung Soo a la mesa de la cocina y lo observé mientras estudiaba. Estabaagotado; el tiempo, cada vez más frío, me iba robando las fuerzas poco a poco,aunque no lo bastante para forzar la transformación. Lo único que me apetecía eraecharme en la cama de Kyung Soo o en el sofá y dormir la siesta, pero mi parte lobuna mehacía mantenerme en guardia y me impedía dormir en presencia de extraños. Al final,por hacer algo, dejé a Kyung Soo enfrascado en sus libros y subí por la escalera para ver elestudio.
Era fácil de encontrar; sólo había dos puertas en el rellano del piso de arriba, yuna de ellas despedía un fuerte olor a productos químicos que me recordó al amargorde la naranja. La puerta estaba entreabierta. La empujé y parpadeé: en el techo habíaunas bombillas que imitaban la luz natural, y el resplandor que emitían estaba amedio camino entre el de un desierto a mediodía y el de un supermercado.
Las paredes estaban ocultas por capas y capas de lienzos colocados sin orden niconcierto. Había explosiones de color, figuras realistas en poses irreales, formasnormales de tonos formales, cosas inesperadas en lugares cotidianos. Al mirarlas, medio la impresión de haber caído en un sueño en el que todo lo que conocía sepresentaba de manera insospechada. «Madriguera en la que todo es posible, / ¿lo quemuestras es retrato, o es espejo? / Caleidoscopio de sueños que recorren / el desiertode color que ahora veo».
Contemplé dos cuadros enormes que estaban apoyados en una de las paredes.
Ambos retrataban a un hombre besando el cuello de una mujer; la escena era idéntica, pero los colores se movían en tonalidades opuestas. El primero, bañado en rojos ypúrpuras, era llamativo, feo y comercial. El otro, más oscuro, jugaba con tonosmalvas y azules, y parecía esconderse del espectador. Era discreto y hermoso. Merecordó al día en que Kyung Soo y yo nos habíamos besado en la librería, a la sensacióncálida y auténtica que me había provocado abrazarlo.—¿Cuál de ellos prefieres? —preguntó la madre de Kyung Soo con voz animada.
Supuse que aquélla era la actitud que adoptaba en sus exposiciones, la queutilizaba para animar a los visitantes a comprar sus obras.
Incliné la cabeza hacia el cuadro de tonos azules.
—Éste, sin duda.
—¿De verdad? —preguntó con franca sorpresa—. Eres el primero que lo dice.Todo el mundo prefiere el otro —dijo volviéndose hacia mí—. He vendido cientos decopias de él.
—Bueno, tampoco está mal —repuse, cortés, y ella se rió.
—Es repugnante. ¿Sabes cómo se llaman? —Los señaló con el índice, primero el
azul y después el rojo—. Éste, Amor; éste, Lujuria.Sonreí.
—Algo debe de andar mal con mis niveles de testosterona.
—¿Por haber elegido Amor? No lo creo, la verdad. En cualquier caso, esto no sonmás que cosas mías; Kyung Soo me dijo que era una estupidez pintar dos veces la mismaescena. Además, opina que los ojos de él están demasiado juntos en los dos cuadros.
Volví a sonreír.
—Muy propio de Kyung Soo. Pero él no es un artista.
La boca se le torció en una mueca de tristeza.
—No. Kyung Soo es muy pragmático. No sé de quién lo habrá heredado.
Me acerqué a otro grupo de cuadros: animales caminando sobre las cuerdas de untendedero, un ciervo en una ventana, peces asomando por una boca de desagüe.
—¿Eso te decepciona? —pregunté.
—No, claro que no. Kyung Soo es Kyung Soo, y hay que aceptarlo tal y como es —se apartópara dejarme ver, en un reflejo adquirido tras años de engatusar a compradores—.Imagino que disfrutará de una vida más sencilla que la mía. Tendrá un trabajoconvencional, y será estable y feliz.
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Los Lobos de Gangwon-Do /Temblor - {KaiSoo}
WerewolfHace años Kyung Soo estuvo a punto de morir devorado por una manada de lobos. Inexplicablemente, uno de ellos, un lobo de intensos ojos amarillos, lo salvó. Desde entonces todos los inviernos Kyung Soo se acerca al bosque y, desde la distancia, lobo...