Sofía salió a jugar con sus amigas después de una noche de lluviosa, había charcos por todos lados y a ellas les encantaba imaginar que eran exploradoras en alguna aventura por la selva. A Sofía, sobre todo, le encantaba la idea de introducirse en tumbas antiguas, llenas de trampas mortales, recuperar el tesoro y salir como la heroina, idea que su abuelo le había metido en la cabeza tras una maratón de películas de Indiana Jones que transmitieron en la TV el mes pasado y que a su madre, no le hacía demasiada gracia desde el incidente. Sofía se había subido al sofá con la soga para saltar de su hermana y de un brinco trató de domar a la bestia, en este caso la tabla de planchar, ubicada a unos cuantos centímetros del sofá, dos horas después ya estaban de regreso del hospital y Sofía con cuatro puntos en la cabeza. Desde ese día solo le tenían permitido jugar afuera.
La mamá de Sofía la llamó a almorzar, se despidió de sus amigas y salió corriendo, fue de frente al patio de atrás a secar sus botas para la lluvia y ahí la esperaba su abuelo Pablo, él venia todos los fines de semana desde que murió Yolanda, su esposa, y se quedaba en el cuarto de huéspedes. El abuelo abrazo a Sofía con fuerza, se agachó para estar a su altura y le dijo:
-Te tengo un regalito pequeña, pero no le digas nada a tu madre.
- ¡Pero mi cumpleaños todavía es en dos semanas!
- Lo sé, pero esto es un secreto, te voy a llevar a un lugar muy interesante, ¡pero tiene que ser mañana porque es único!
El abuelo le extendió un sobre pequeño, Sofía estaba emocionada y lo abrió apurada, dentro del sobre, había dos entradas para el museo, donde iban a exhibir los restos arqueológicos de las comunidades más antiguas de la historia, Sofía empezó a saltar y correr de alegría, el abuelo sonriendo, la agarro por los hombros y le repitió que lo mantuviera en secreto. Esa noche le fue imposible dormir, pero al día siguiente igual estaba llena de energía. Los dos se levantaron muy temprano, tomaron desayuno, y se alistaron para salir, le habían dicho a la mamá de Sofía que iban a ir al parque de diversiones que había abierto a pocos kilómetros y con esa excusa salieron hacia el museo.
El lugar era enorme, a Sofía se le abrieron los ojos y casi no podía contener la emoción, miraba a su alrededor una y otra vez, no sabía por dónde empezar su recorrido. El abuelo le tocó la cabeza y le preguntó qué es lo quería ver primero, Sofía, sin pensarlo un segundo exclamó: ¡Las tumbas! ¡Vamos a ver las tumbas! Un poco sorprendido, el abuelo asintió con una sonrisa, la tomó de la mano y fueron caminando. Como era el último día de la exposición, no había demasiada gente y era más fácil para Sofía acercarse a ver, colocó sus manos sobre la baranda y se asomó, cuando de pronto, notó una profunda excavación en el suelo, a dentro, estaba el esqueleto, no tan intacto de lo que había sido antes un emperador, estaba lleno de tesoros, vasijas y unos cuantos bultos de forma extraña.
- ¡Abuelo, abuelo, mira! ¿Qué son esos bultos? - Dijo Sofía admirada.-
- A ver, -dijo el abuelo, acerándose al panel de información que estaba en la pared.- Esos son fardos funerarios, antiguamente se enterraba a las personas importantes con sirvientes y familiares, porque creían que la muerte no era el final, sino que seguían viviendo en otro mundo con sus mismos privilegios, por eso es que también los sepultaban con sus provisiones y tesoros.
-¿entonces, la abuela Yolanda no está en el cielo? –Dijo Sofía algo confundida –
El abuelo se exaltó un poco, pero finalmente después de reflexionar unos segundos dijo:
- Tu abuela está en el cielo porque ella creía en Dios al igual que yo, por eso, cuando llegue mi hora, yo también iré al cielo a reencontrarme con ella.
- Entonces... ¿A dónde fueron todos ellos?
Hubo unos segundos de silencio, la muerte era un tema difícil de explicar, sobre todo a una niña y más, cuando ni uno mismo puede saber con certeza que hay después de la muerte. El abuelo miró a Sofía esperando que pudiera entender algo.
- ¿Tu, a dónde crees que fueron? – Dijo el abuelo con una sonrisa. –
- mmm... pues creo que se fueron a donde ellos querían. ¿Oh no?
Algo aliviado por su respuesta, soltó una pequeña risa, le hizo un cariño en la cabeza y le dijo:
- Pues entonces ahí deben estar.
- ¿Y yo donde iré cuando muera abuelo? –Él lo miro con ternura una vez más. –
- Todo depende de ti pequeña, y de lo que creas, nadie puede saber con certeza que hay después de la muerte, pero si tú crees que existe un mas allá, nadie te podrá refutar.
- Yo quiero ir al cielo contigo y la abuela Yolanda.
-¡Me parece muy bien! – Dijo el abuelo, alzando a Sofía en sus hombros – Pero todavía es muy temprano para andar pensando en esas cosas, tú todavía eres una niña y te queda mucha, mucha, vida por delante. Ahora, que te parece si vemos los tesoros encontrados que están por allá.
Sofía se llenó otra vez de energía olvidando por completo la conversación anterior y fueron a terminar su recorrido por el museo. Fue un día muy especial para los dos.
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Mi Pequeño Cuaderno de Historias
Short StoryPequeñas historias para pasar el rato y pensar.