Matteo Balsano
—Hay que frenar el mal genio, hombre. Si alguien puede ganarle a Simón... serias tú, pero aún te irías caminando con una paliza —anunció Gastón mientras me salía a la carretera a un camino de tierra que llevaba de nuevo sobre el terreno.
—Han pasado seis meses, hermano. ¿Por cuánto tiempo vas a estar enojado por esto? —preguntó Ramiro desde el asiento de atrás. ¿Por qué era asunto de ellos? Ninguno sabía lo que era una relación seria. Los dos han tenido tantas chicas durante nuestros cuatro años de instituto que ni siquiera puedo nombrarlas todas. Explicarles que había planeado mi vida con Ámbar desde que tenía doce años no era exactamente fácil. Así que en su lugar, me incliné y encendí la radio para ahogar todo su interrogatorio.
—Puedes poner la música que quieras, pero la realidad es que tienes que dejar esto. Es tu primo y tu mejor amigo. Una chica no puede interponerse entre eso. No por mucho tiempo —Gastón me veía desde el asiento del pasajero. Sé que esperaba una respuesta pero no le di ninguna. Su comentario acerca de que Simón era mi primo fue un recordatorio de que nadie me conocía realmente, excepto Simón y Ámbar. No era mi primo. Era mi hermano, pero una vez que Simón descubrió la verdad de su madre, decidió mantener esa información bloqueada donde estaba el resto de su vida. No quería reclamarle a mi papá que era su hijo y no podía culparlo. No es como si mi papá hubiese hecho algo para ayudar en su casa para su crianza.
Simón no tenía nada más que desprecio por mi padre, nuestro padre. Decidió recordar al hermano de nuestro padre como su papá. Él había sido el único que Simón había conocido. Aunque cuando murió, Simón iba en primer grado, había sido un buen recuerdo para el, a diferencia de su padre real.
—¡Oye!, te pasaste, Hank‟s —anunció Gastón señalando con su dedo hacia el restaurante de hamburguesas donde normalmente solíamos comer.
—No voy a Hank‟s. —Fue mi única respuesta. Ellos fueron los que saltaron a mi camioneta. Si no les gustaba mi necesidad de salir de Grove, entonces podían caminar al pueblo cuando llegáramos a donde me dirigía.
—¿Estás dejando Grove? —preguntó Ramiro.
—Sip.
Gastón suspiró y se echó hacia atrás en el asiento.
—Quizás paremos en Florida antes de que detenga esta maldita camioneta.
—¿Florida? Me estoy muriendo de hambre y una hamburguesa de Hank‟s hubiese solucionado eso —gruñó Ramiro.
Bajando la velocidad, me orillé y miré a Ramiro.
—Eres bienvenido de bajarte y caminar de regreso —Sus ojos se estrecharon y lentamente negó con la cabeza.
—No, hombre, no importa. Estoy bien.
Volví al camino e ignoré el intercambio entre los chicos. Los dos pensaban que curaba un corazón herido. Bueno, tenían razón, nadie dijo una palabra hasta que estacioné la camioneta en el estacionamiento de Wings. Había manejado unos veinte kilómetros hacia el sur hacia el próximo pueblo lo suficientemente grande para restaurantes decentes.
—Me hubieses dicho que venías a Wings. Me hubiese callado. —Ramiro dio un emocionado grito de alegría mientras abría de par en par la puerte de la camioneta y salía.
Este era un lugar en el cual nunca había comido con Ámbar. No había muchos lugares en los que no tuviese un recuerdo con ella, así que mis opciones eran limitadas. Esta noche, necesitaba sacármela de la cabeza y enfocarme en mi futuro, o al menos en mi verano.
—Voy a comerme mi peso en algunas alas —dijo Gastón en respuesta a la emoción de Ramiro acerca de mi elección del restaurante. Al menos los había hecho felices. No es que importe.