Prólogo

85 4 0
                                    

Estaba cansado...

Él siempre estaba para todos, pero nadie nunca estaba para él. Era frustrante no tener en quién confiar cuando sientes que tienes tantas cosas que te están matando de forma silenciosa... Necesitaba un amigo, pero simplemente no lo tenía; los que decían serlo, sólo terminaban utilizándolo y se iban como si él fuera sólo un trapo sucio. Era injusto. Se sentía tan solo y de alguna manera tóxico, cuando realmente los demás eran los tóxicos. Sin amigos... Con su ex-prometida que ahora tenía a alguien más, rompiendo así su promesa por ir en busca de su propia felicidad, pero, ¿Ella era feliz, o acaso era igual o más infeliz que él?

¿Quién le contestaría?

Nadie, estaba sólo...

La carretera era extensa y solitaria. Ignoraba todos aquellos avisos de velocidad; él, a sus 22 años estaba por rendirse de la vida. Lo único que tenía que realmente amaba tanto, eran sus gatos... tal vez por ellos luchaba, pero no tenía a otros. Pero...

Justo cuando aquel crucé cerrado estaba a unos metros frente a él, el nerviosismo y arrepentimiento llegaron. Sin embargo, el auto no se detenía. Su pie se encontraba pisando el freno, estaba apunto de crear un hueco en el suelo del auto, si con eso tuviese posibilidad alguna para detenerlo, pero no. El miedo lo invadía y como si fuera cuestión de suerte, el tan largo recorrido había agotado la gasolina del auto, haciendo que esté poco a poco disminuyera su velocidad, hasta que finalmente fue a paso lento, al pasar por aquella curva, quedando varado a mitad de ésta.

Con el corazón en la garganta, respiro agitando, tratando de pasar el susto inicial. Sus manos se mantenían aferradas al volante, mientras sus ojos se mantenían firmemente cerrados, con el miedo de abrirlos. Dejo caer su frente en el volante, al instante escuchando la bocina del auto, hasta que decidió alejarse y mirar al frente. Ahora estaba varado en medio de la carretera y ningún auto se atrevía a aparecer.

Sin más salió del auto y se dirigió a la parte trasera para empujarlo varios metros para sacarlo de aquel tan peligroso cruce. Hasta que por fin estuvo en un lugar seguro y caminó unos cuantos metros hasta encontrar un teléfono público, que parecía iluminar su día, o por lo menos, por esos momentos.

Justo en esos momentos, un joven rubio de 19 años, se encontraba en el taller de su tío, acabando de terminar de arreglar un auto. Y justo al terminar de quitar el aceite sus manos, Roger fue informado de la llamada recibida previamente desde la carretera, era más que obvio que debía ir él, aunque no se quejaba; preferiría mil veces ir a la mitad de la nada y ser robado como un estúpido, a quedarse un segundo más con los machistas, de pensamientos arcaicos de sus familiares, aunque al final de todo, sus opiniones no importaban, el sólo debía aparentar ser el hijo perfecto que sus padres quieren.

La radio sonaba con las mejores canciones del momento, hasta que luego de un cruce, a unos cuantos metros de éste, diviso un auto varado y a un hombre de lentes apoyado en el auto, cruzado de brazos. Se acercó y redujo la velocidad hasta detenerse frente a él.

—¿Eres Faror... F-Farrokh Bul... Bulsara?— leyó el rubio en el pequeño papel que se le había entregado, notando como apesar de sus lentes oscuros, era notable la molestia en su ceño fruncido, pero después de todo asintió.

Roger no hizo más que aparcar la camioneta de su tío delante del lujoso auto del pelinegro, y acercarse a éste, con una amable sonrisa, como lo hacía con cada cliente, a pesar de querer matar a alguien en incontables ocasiones.

—¿Cuál es el problema?.

—Los frenos. El problema son los frenos, casi muero por culpa de ellos.

Aunque trataba de sonar tranquilo, Roger había notado perfectamente la molestia en sus palabras, pero no dijo nada, sólo echó un pequeño vistazo y decidió que lo mejor sería ir directamente al taller para más comodidad, y así, emprendió un nuevo viaje al taller, sólo que ahora llevaba un auto enganchado a la camioneta y a un cliente furioso por la mala y a la vez buena suerte de que sus frenos fallaran en aquella carretera que por los momentos, era como un desierto: totalmente deshabilitado. Y como el hombre de lentes oscuros se encontraba en su propio auto, él podía seguir escuchando la radio sin incomodidad o interrupciones, hasta que se encontraba de nuevo en el taller.

Sin más, levantó el coche con el gato y si, sin duda eran las pastillas de freno, lo que sospechaba. Sin más, tomo su llave cruz, su llave Allen y su destornillador plano, y se puso manos a la obra.

Tal vez estuvo media hora en eso, como máximo, pero lo que no sabía Roger, era la forma en la que era observando por el pelinegro, quién debajo de esos lentes oscuros, parecía desnudarle con la mirada.

—Listo.— dijo finalmente, luego de bajar el coche.— Debo probarlo, por lo que necesitaré las llaves.

Farrokh, sin rechistar, solo le entrego las llaves y vió como el chico rubio salía en su auto, para luego regresar poco tiempo después.

—Esta más que listo.

Aseguró con cierto orgullo, y sin más, le indico donde debía pagar por el servicio, pero una sonrisa salió de sus labios al ver cómo ahora, su cliente satisfecho, le habida dejado una buena propina.

—Muchas gracias... Por cierto, llámame Freddie, cariño.

Este pequeño y sútil nombre hicieron una gran confusión en Roger, no era común que un hombre le dijera "cariño" a otro hombre, pero el sólo acepto el dinero y soltó una leve risa por la pena de aquel tan lindo nombre con el que se había dirigido hacía él, cuando las únicas veces que era llamado así era por su madre o alguna de las chicas con las que se había acostado.

—Soy Roger.

Sonrió amable y estrecho su mano, aclarando que ese era su nombre y no «cariño». Había sido agradable que alguien le tratara así de bien, pero aún era raro que se dirigiera así hacía su persona.

—Es un placer, Roggie.

Tal vez estuvo apunto de morir, pero si eso no fuera ocurrido, nunca se hubieran conocido. Tal vez era hora de agradecerle al destino....

Ojos de Cristal •||:Froger:||•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora