女郎屋

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El sonido de la melodía del shamisen despertó a Kiyo, abrió los ojos y se dió cuenta que apenas estaba amaneciendo.

Se sentó, estiró sus brazos y bostezó para terminar de despertar, se enjugó los ojos e inmediatamente entró Satsuki con una sonrisa.

-Ya despertaste, perfecto. -En la expresión del castaño se notaba felicidad, por notar que el joven rubio se adaptará rápido a la rutina ajetreada que le preparó Zero. -Ve a desayunar, debes tener energía para entrenar. -Antes de que Satsuki se retirase por la puerta, Kiyo le dedicó una sonrisa afirmando con su cabeza, aunque inmediatamente borró esa expresión de su rostro, pues recordó las reglas que le fueron dictadas anoche.

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El chico rubio ya se encontraba con fuerza tras haber desayunado comida llena de energía hace unos minutos; caminaba lentamente hacia la sala de entrenamientos, con su nueva ropa proporcionada por su maestro, estaba decidido a que sea un día productivo, iba a honrar a su padre como debía.

Deslizó las puertas y allí ya se encontraba su mentor, con su rostro imperturbable y con espadas de madera, una en cada mano. El alto señaló un punto específico en el piso, allí se colocó de pie Kiyo sin cuestionar nada, con un gran porte no le despegaba la mirada al pelinegro. El nombrado le entregó una de las dos armas de madera que sostenía.

-En posición. -Le ordenó Zero, ayudándole a colocarse en posición de guardia, con un pie delante del otro, mirada seria y sosteniendo aquella arma con ambas manos, lucía como un estudiante de aquellos que asistían a kendo y mostraban una mirada furiosa para intimidar, pero lo único que lograban era causar ternura. -De arriba hacia abajo. -Le señaló el arma de madera, e hizo un corte vertical con la que él portaba, esperando a que Saku replique su movimiento, y así fue, lo hizo a su manera, estrepitosamente mal. Zero se detuvo en seco y suspiró pesado. -Terminamos, te falta fuerza. -Dijo sin más y se dio la media vuelta.

-¿¡Qué!? -Soltó Kiyo, no se lo podía creer. -Se supone que eres mi maestro, no me puedes dejar así. -Se señaló a sí mismo, con un rostro un poco enojado.

-Ya lo dijiste, soy tu maestro, no tu niñera. -Respondió el más alto sin darse la vuelta, se encontraba acomodando sus armas. -Soy un guía, no debo de llevarte de la mano como niño pequeño e inmaduro. -Agregó. El rubio se quedó sin palabras, apretando los puños con fuerza, queriendo gritarle. -Véte ya, a ejercitar tus brazos. -Volteó su cabeza un poco, pero no escuchaba que el menor comenzara a desalojar. -¿No escuchas?, ¿quieres que te saque a golpes? -Se dio la media vuelta, pero antes de que pudiera completar esta acción, por el rabillo del ojo notó cómo Kiyo se retiraba furioso, colocando una mano en su rostro seguramente para limpiar sus lágrimas. -Mocoso. -Susurró, emprendiendo pasos sigilosos para seguir al pequeño sin que se dé cuenta.

Los pasos furiosos del rubio resonaban en todo el pasillo de los dormitorios, con una expresión de enojo estaba abriendo lentamente la puerta de su habitación, hasta que la voz de su mentor le interrumpió.

-Ni se te ocurra llorar como malcriado. -Le reprochó, e inmediatamente el rubio cerró de un portazo lo poco que había abierto de su habitación, dirigiéndose con rabia hacia el jardín, esperando que la fuente le tranquilice sus nervios de punta.

Se colocó frente a la fuente, donde las rocas de la construcción no le interrumpan de sentarse en posición de flor de loto, cerró fuertemente los ojos, apretando sus puños, queriendo escapar mentalmente de ese lugar, en esos instantes estaba sumamente arrepentido de haber elegido a Zero como su maestro.

-Haz esto. -La voz de Zero y el contacto de sus manos separando las de Kiyo para colocarlas en una posición de balanza le sorprendió de sobre manera al menor, haciendo que por sus brazos corra un choque eléctrico al sentir la suave y cálida piel de Zero. El más alto colocó dos pesadas rocas en las manos del rubio, una en cada una, su expresión inmediatamente cambió a una de esfuerzo. -Medita y ejercita tus brazos. Puedes encontrar otras técnicas, pero no olvides reflexionar y meditar qué haces y por qué estás aquí. Akane no te enseñará nada si no podemos comentar el entrenamiento formalmente. -Le ve con determinación, unas pocas lágrimas caen por las mejillas de Saku. El pelinegro se pone de pie y comienza a retirarse. -Y deja de llorar.

El 18 prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora