Algo que me gusta de la oscuridad, es que todo lo que te rodea parece oculto, desde las calles, las ventanas y los postes, hasta los sentimientos y dolores de cada uno. Lo que adorna la ciudad de noche, es siempre la luna y las estrellas. Hermoso paisaje cualquiera que tenga al menos una de las dos, porque de por sí ambas son tan lindas, encandilan y hacen que la oscuridad tenga un tono no tan aterrador, y haga parecer los barrios de poca monta como un desierto fantasma, iluminado por un poste de luz blanca que te sigue a todas partes. Como toda oscuridad, oculta de tus ojos; más bien, de tu mente, todo lo que está cubierto de ella.
Eso es lo que pensaba, mientras caminaba por una calle angosta, maravillado por el escenario que la luz de las estrellas y la perla gigante sobre mi cabeza me presentaban. Mi cara estaba hacia arriba, y yo maravillado, sin prestar atención alguna a mi entorno, y en realidad, ni si quiera a mí mismo.
Los callejones. Las latas abandonadas en la calle. Los árboles desplumados y deshollejados por el frío aliento de la noche misma. Autos abandonados a su merced y al acecho de la oscuridad. Paredes rayadas, que sólo se ven por la luz clara.
La oscuridad de la noche, la falta de luz y mi persona desprevenida eran la fórmula perfecta para mi mala suerte. Eso era lo que trataba de no pensar mientras caminaba por las heladas calles que se me presentaban. La acera, dura y sin piedad con mis descalzos piés, me obsequiaban su frialdad. Mis pantalones delgados y rasgados por una vida dura tampoco ayudaban cuando se trataba de abrigarme. De lo único que podía fijarme es de mi chaqueta de cuero rasgada y mi polera sin mangas de los Guns N' Roses. Mi respiración hacia vapor con el frío, se asemejaba a como si estuviese fumando, y eso me tranquilizaba.
Mis huesos estaban calados del frío, y a mi encendedor se le había acabado el gas que le quedaba hace más de dos días. Si me preguntan a mi, yo no me veía de aquí al amanecer.
Extrañamente, cada vez más me costaba respirar, caminar, y en realidad... existir. Sentía que podía desmayarme en cualquier momento. Se me ocurre mirar hacia abajo, y ahí veo el porqué de mis problemas.
En mi abdomen veo una mancha carmesí, de la cual mis manos se habían manchado conteniéndola. Veo que la mancha gotea. Miro hacia atrás, y veo pintura roja que adornaba la acera desde que comencé a ver las estrellas. Era un caminito de gotitas, que brillaban con la luz de la luna, como si cada gota fuese un pequeño lago el cual se refleja la luz. Entonces, en efecto, me doy la razón. No me quedaba ni de aquí al amanecer. En realidad, dudaba si me quedaba una hora.
Luego de contemplar la acera que había dejado atrás, con mi propio rastro, decido ponerme a caminar hacia un lugar donde pueda descansar. Apoyo el pie derecho, y mis huesos ceden. Me caigo y choco en la tierra al lado de la vereda. Me raspo la cabeza con la caída, y contemplo cómo, al igual que mi abdomen, también sangra.
¿Qué pasa?
Siento mi cuerpo derrotado. Mis brazos, golpeados. Mis costillas, rotas, semejantes a tener espinas alrededor de los pulmones, que pinchan cada vez que respiro; casi como si se me estuviese castigando por tratar de seguir con los ojos abiertos. Mis piernas, llenas de moretones y rasgaduras. Mi cuerpo está demasiado maltratado como para que el simple hecho de vivir valga la pena. En realidad, mi existencia me está doliendo, tanto como yo mismo no me imaginé nunca. Efectivamente, la realidad supera la ficción.
Veo un charco de agua que parpadea con la reflexión de la luz. Hago el esfuerzo de pararme, para luego decidirme a arrastrar mi inútil cuerpo al espejo natural que la casualidad de la vida me puso al frente. En ella, veo mi reflejo. Un desgraciado de ojos café, con pelo despeinado, largo, negro oscuro, repleto de caspa. Una barba heterogénea que recorre mis delgadas mejillas y adorna mi huesudo mentón y los bordes de mi cara. Mi nariz, desalineada, con un tajo en el medio que la cruza en diagonal. Mi frente, que le falta un pedazo de piel, sangra con tímidas gotas que manchan mis cejas en su recorrido.
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Las Lágrimas De Una Noche Estrellada
Short StoryUn pobre hombre, que admira la noche y sus estrellas en completa soledad, pasa por dolor, agonía y drogadiccion en la oscuridad de los callejones más marginales de una ciudad ficticia. Recae, mientras contempla su propia destrucción.