Escuchando los latidos de mi propio corazón, logro abrir los ojos con dificultad, como recién nacido frente a las intensas luces del techo de un hospital; llevo una mano al cielo, para cubrir mis ojos de aquella luz intensa, y me doy cuenta de que todo a mi alrededor es un entorno completamente monocromático, aparentemente desolado. La luz del sol me enceguece, mas no logra calentar mi piel. Avanzo hasta un lugar donde el sol no me puede alcanzar y mis ojos ven con cada vez más claridad. Me encuentro en una calle, donde la mayor parte de las construcciones están destinadas a comercios: una joyería, una carnicería, una librería, entre otros. El único sonido que logra apreciarse en ese instante es el del viento contra las hojas de los árboles; los volantes siendo arrastrados por el mismo; y el ligero sonido de mis pasos al caminar.
Confuso y un tanto desorientado, avanzo entre las calles, buscando cualquier cosa que me proporcione algún tipo de respuesta. Una persona, un animal, un sonido o un olor. Pero por más que avanzo y me pierdo entre las calles, no logro encontrar nada, ni a nadie que pueda ayudarme. En mi camino, un lugar llama mi atención a pesar de no lucir distinto de los demás establecimientos. Me acerco al cristal y me doy cuenta de que es una tienda de antigüedades; con la yema de los dedos recorro el cristal y veo mi reflejo en él. Visto de traje y corbata, soy un hombre adulto, mi piel es clara y tersa, mi cabello es oscuro y debajo de mis ojos hay ojeras. Es entonces que me doy cuenta de que no sé quién soy en realidad, ni dónde estoy o por qué.
Dejando de lado mi aspecto, hecho un mar de dudas, vuelvo a fijar la vista en aquella tienda de antigüedades y sin pensarlo, me acerco a la entrada, toco el picaporte y lo giro. Nada más entrar, escucho una campanilla y el entorno se vuelve de un color marrón, el ambiente ahí es cálido, pero se oscurece un tanto cada minuto que pasa. Suavemente oigo una caja de música, casi imperceptible al oído, pero hermosa sin duda; decido buscarla a través de mis sentidos, mas luego de vueltas y vueltas y no encontrarla, me doy por vencido, dispuesto a marcharme. Nada más salir, todo vuelve a ser blanco y negro; un sentimiento intenso de nostalgia me inunda el corazón, como si entrar y salir de ese lugar me hubiese destrozado el corazón por completo, pero no logro comprender el porqué.
Cuando salgo del lugar, la música sigue sonando, acompañándome en mi camino por aquellas extrañas y vacías calles. Decido entrar en otro lugar cualquiera, para comprobar si algo más da lugar, pero no es así. Todo excepto la tienda de antigüedades era blanco y negro, como si el mundo entero hubiese muerto, igual que todo rastro de alegría.
Inicialmente, durante mi camino por las calles, había creído que aquella caja de música no se encontraba en otro lugar más que en mi mente, pero a medida que sigo caminando la noto intensificarse poco a poco: mientras más me alejo del centro del pueblo, más la siento cerca. Es como una especie de llamada. Al llegar a la ultima avenida del pueblo, ahí donde hasta Dios se ha olvidado de volver, la música me llena por completo.
A cada paso, siento el cuerpo cada vez más pesado y mis ojos cada vez más húmedos. Hace frío, más que en cualquier otro lugar; el viento arrastra consigo polvo que reseca poco a poco mi piel y me vuela el saco. Mi paso comienza a disminuir hasta que aparentemente logro encontrar el origen de aquella caja musical. La melodía proviene de una de las tantas casas en ruinas. Esta tiene una simple ventana en el frente, con barrotes verticales gruesos en color negro. Más que una casa, ahora que la veía con atención, me parecía una especie de celda a cuatro paredes que carecía de puerta alguna por la que entrar o salir. Pero algo me lleva hasta la ventana de aquel sitio. El cansancio es demasiado y decido sentarme en un banco debajo de la ventana. El atardecer se hace presente, aunque poco disfrutable sin esos hermosos colores que usualmente apreciamos.
En un ambiente como ese, decido suspirar y cerrar los ojos ante la melodía y el silencio del mundo, sin embargo, vuelvo a abrirlos, cuando por lo bajo logro escuchar un gemido acompañado de llanto infantil. Un pequeño brazo sale lentamente por entre los barrotes. Apenas con carne en los huesos, su piel es muy blanca. Comienzo a enderezarme en mi asiento, en completo silencio y aprecio cómo la pared a mis espaldas se vuelve transparente, dejándome apreciar lo que hay en ese oscuro lugar.
Hay dos camas en forma de litera, para infantes. Un ropero cerrado en el fondo y un escritorio pegado a la ventana, en donde un pequeño niño se encuentra sentado, sollozando quedamente, mientras observa algo a la distancia que es incapaz de alcanzar. Veo sus lágrimas correr por sus tiernas mejillas, mientras se apoya en los barrotes. No parece mayor a cuatro años, viste pantalones cortos, un par de calcetines y una camiseta simple. A su lado se encuentra una caja musical del tamaño de su pie. Preciosa. Es el único objeto con color en este lugar: madera antigua barnizada por fuera, aterciopelada en rojo por dentro y un árbol con un corazón en su tronco como figura giratoria. Es de ahí donde la melodía proviene.
—¿Qué fue lo que hice para merecer este castigo, es que he sido un niño tan malo? —le escuchaba pronunciar con su voz aguda entre sollozos.
—Estamos donde tenemos que estar —le dice alguien más desde el interior que no había logrado percibir antes. Es un adolescente de al menos dieciséis años, viste un pantalón holgado y una sudadera con una capucha que cubre la mayor parte de su rostro, sus mechones de cabello largo sobresalen un poco. Parece ser un chico misterioso, sentado en la litera en medio de la oscuridad.
—Dime, ¿qué es este lugar, por qué no puedo salir?, ¿qué es lo que somos?
—Es en este lugar donde descasa todo lo que un día fue —le dice—. Somos parte del pasado que ha influido en la formación de un futuro. Tú eres el reflejo de la niñez; eres la imaginación; el asombro; la inocencia; la ternura; el amor y la fe. En ti descansan las primeras creencias y sueños de un ser. Este mundo no es más que una reminiscencia de lo que ha visto y vivido a lo largo de su vida. Y nosotros somos sus diversas representaciones. Yo soy otra etapa: su primer golpe de realidad. Conmigo dejó de creer en la magia, en que un conejo podía salir de un sombrero, en los seres que traen obsequios, que la luna es de queso, que la menguante lo seguía en sus viajes nocturnos, que los monstruos y las pesadillas existen, que los primeros amigos serían para siempre, que al ser mayor sería todo lo que desee, que la adultez sería la mejor etapa de su vida, que las personas que ama permanecerían para siempre, que las personas no mueren. Yo fui su bienvenida al mundo adulto.
» Una vez recibió el primer golpe, comenzó a desarrollar a fondo este lugar, con aquello de lo que poco a poco se olvidaba, o aquello que le parecía innecesario retener en la memoria. Cuando obtuvo una edad suficiente, te mandó aquí sin darse cuenta. Inicialmente te dejó libre por este mundo y con el paso del tiempo, te comenzó a limitar y a debilitar. Hasta el día de hoy.
» Te encerró en este lugar, para mantenerte a salvo, como un recuerdo maravilloso que jamás volvería. Sin saber que él mismo se olvidaba poco a poco de ti dentro de sí. Luego, cuando creció, me mandó a mí aquí también. Cuando el tiempo le era insuficiente para sus hobbies, cuando terminó de amargar su carácter, cuando finalmente se convirtió en un hombre adulto. Poco a poco comencé a vivir lo que tú. Y vine a este lugar donde todos nosotros terminaremos. Guiados por tu nostalgia y un anhelo de vivir aquello que un día fue y no volverá a ser.
—¿Entonces por qué no puedo recordar?
—Porque el tiempo avanza y una nueva etapa llega, porque en su mente gobiernan nuevas cosas. La vejez trae consigo el olvido de ciertos acontecimientos, a medida que crece, se olvida de más cosas. Nuestro ser se olvidó poco a poco de su yo pequeño, su parte alegre y creativa, su niño interior. Al llegar a la etapa final, lo normal en muchos seres es recordar al niño interior más que nunca. Entonces volvemos a experimentar un poco la libertad. Pero no todo es color de rosa siempre, depende de cada individuo.
—¿Estamos enfermos?, ¿es por eso que se está olvidando de todo?
—Tu esencia se desgasta y viaja con el viento, haciéndote desaparecer, hasta no existir más. Lo mismo pasará con todo este mundo al final de los tiempos. Este será nuestro lugar de descanso. Aquí es donde todo terminará. Durante la juventud, las personas deciden quién de nosotros desaparece y quién permanece; esa decisión, le hace ver el mundo de forma distinta: quien se deshace del niño interior, vive sin asombro, sin sueños, sin diversión, sin aspiraciones, cual oveja en rebaño. Quien se olvida de los golpes de realidad, vive en un mundo inexistente y la locura se hace presente en su mente. En la vida, debemos aprender a apreciar los buenos momentos y aprender de los malos. Levantarnos en las caídas y apreciar el arte a nuestro alrededor. Lo mejor que podemos hacer es aprovechar el día mientras aún tengamos tiempo para ello.
Fue lo último que le escuché decir, antes de que abrazase al pequeño, dentro de aquella celda. En lo más recóndito de la mente de quienes éramos en realidad.