I. NO HAY QUE TEMER A LAS DESPEDIDAS.

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Montaña.

...

Carretera.

...

Vacío.

...

Fuego.

...

Sangre.

...

Dolor.

...

Caos.

...

Muerte.

El aroma a gasolina. El dolor de los huesos y los músculos tras un fuerte golpe. El abrazo salvador de una madre.

El pequeño de cabellos morenos descansaba en los brazos heridos y sangrantes de su madre tras la caída del vehículo. El Ford Escort RS Cosworth azul de su padre yacía destrozado y volcado en el suelo entre dos árboles. Los cristales de las ventanas y las lunas decoraban la verde hierba del bosque, y el olor a combustible que se escapaba del depósito impregnaba el aire de mayo. El cuerpo sin vida de su padre al volante, con su cabeza escupiendo sangre y sus ojos profundamente inertes. No sabía que había pasado, todo había ocurrido en un segundo. Sus padres lo llevaban de vacaciones a una pequeña cabaña familiar en las montañas de Massachusetts. Sin embargo, en un leve pestañeo todo había acabado, uno de los neumáticos había sido dañado, causando inestabilidad en el automóvil, y originando una gran caída al vacío.

- Dylan... -La voz de su madre resonaba perdida y distorsionada en sus tímpanos, como si una bomba hubiese caído al lado y lo hubiese dejado temporalmente sin audición. - ¡Dylan!

El niño de cinco años despertaba en los brazos inmóviles de su golpeada madre. Al abrir los ojos tardó en acostumbrarse al entorno, comenzando a ver de forma desenfocada. Cuando consiguió aclarar la vista, observó la situación y empezó a llorar por el dolor y el temor. Su madre intentando tranquilizarlo, le decía que todo iba a salir bien, que pronto irían a comer ese helado de vainilla con nueces de Annie's que tanto le encantaba, que obtendría la bici que tanto quería por su cumpleaños y que le contaría todas las noches su historia favorita sobre piratas y hadas para poder dormir.

Las lágrimas de su madre caían en su rostro, haciendo que él también comenzase a llorar, por alguna razón sabía que no volvería a ver a su madre. La mujer pasó una de sus manos por el rostro de su hijo, acariciando un corte en su frente y posando la palma de su mano en su mejilla, una mano que fue bañada por las lágrimas saladas de la inocencia y el dolor de ver a unos padres siéndote arrebatados.

- Todo va a salir bien, ¿vale cielo? - Dijo la madre a su pequeño mientras besaba su frente. - Tienes que salir de aquí y buscar ayuda. ¿De acuerdo?

- No pienso dejarte aquí mamá, quiero estar contigo. - Dijo Dylan entre sollozos y arrebatos de tristeza. Por alguna extraña razón sabía que no iba a poder volver a verla ni hablar con ella nuevamente.

La madre comprobó el nivel de la gasolina, sabía que pronto iba a acabar todo, pero tenía que sacar a su hijo de aquel coche que estaba a punto de explotar. Empujó al chico fuera del auto, a pesar de que éste tuviese una pierna herida y no pudiese caminar en condiciones.

- Vamos a hacer una cosa, pequeño. Vas contar treinta pasos en dirección al bosque que se encuentra detrás de ti y mamá te alcanzará luego, ¿está bien? -Dijo la progenitora, mientras sonreía sabiendo que no volvería a ver de nuevo a su retoño.

Lightwood AcademyWhere stories live. Discover now