"Querido..."
—No.—
"Bonito día..."
—No.—
"Chico lindo..."
—¡NO!—
Las palabras le quedaban cortas. No sabía como iniciar una carta a una persona que no sea por motivos políticos. Su mano sudaba ante los nervios que sentía, miraba su rostro cansado en un espejo, miró sus ojos cansados, sin duda se veía horrible en ese estado. Su mente daba vueltas, se sentía agotado y había algo en su garganta que le impedía hablar con claridad. Su estomago se encogía con solo escuchar su nombre. No podía olvidar el color de sus ojos marrones. Nunca le dirigió la palabra porque no quería invadir su espacio personal y aún así quería tocar sus manos, se veían suaves al igual que sus mejillas. Pero no era el mejor para iniciar una conversación con alguien ajeno a su familia.
Cabe a destacar que él siempre mantenía una distancia considerable para evitar incomodar a su acompañante. Era un hombre de pocas palabras, tardaba mucho para confiar con alguna persona. Era seco, frío y directo. No se interesaba en alguien a menos que fuera recomendado por contactos. Bebía mucho, pero no había nada de malo, ya era un adulto, por unos tantos cientos de años, y eso que era él hermano de en medio. Imaginen al mayor y su padre que aún los mantenía juntos en aquella casona. Como si fueran unos infantes, su padre no podía dejar ir a sus bebés, no estaba preparado para soltar al menos a uno.
Se paró de su asiento, caminó por toda su habitación y sus pasos resonaban por los pasillos, ¿Desesperado? Tal vez, aún no podía escribir algo. Sus latidos se incrementaban, su rostro se enrojecía y sonreía de una manera boba, dejó salir una pequeña risa mientras su mente jugaba con sus recuerdos. Oh pobre hombre que luchaba contra sus impulsos, la vida le daba las peores cartas para jugar ¿Alguien tendrá a un Joto* para terminar con la jugada?Comenzaba a marearse, su cabeza dolía y no dejaba de repetir el mismo nombre una y otra y otra vez. Puso sus manos en su rostro hasta que escuchó la puerta abrirse —La cena, baja a comer.— habló el danés y volvió a cerrar la puerta sin poder permitirle responder. De mala gana y tirando los papeles que usaba para escribir, tuvo que acomodar algunas cosas para bajar a comer. Abrió la puerta nervioso, pasó saliva y salió al pasillo. Se sentía pequeño ahí, juraba que con cada paso que daba, él pasillo se alargaba. Sentía un nudo en su estomago y él olor de la comida no ayudaba. Parecía estar metido en un libro de terror que parecía nunca acabar, que tras página y página, el protagonista sufría ante los horrores que le ponían. Amaba esos libros, pero odiaba la idea de que le sucediera algo parecido. La madera crujía cuando él daba un paso, se agarró del pasamanos y caminaba con cuidado de no romper una tabla vieja. Las escaleras se veían agradables, tenía un lindo tapiz de flores, algo desgastado por el uso continuo, miraba la pared y la adornaban cuadros con retratos familiares ya algo viejos. Necesitaban limpiar él polvo de esos marcos.
Suspiró al ver su pierna rota. Se la había lesionado mientras patinaba en el hielo con los demás. Tuvo la suerte de no haber muerto congelado, bueno, él si tuvo suerte, él humano que le acompañaba había muerto ahogado. En un intento de salvarse, el hombre había agarrado la pierna de su contrario, trayéndola hacia el agua fría para después romperla con el duro y afilado hielo. Él sueco se salvó, pero vio en carne viva como el hombre manoteaba para no ahogarse y luego hundía a lo profundo del lago. Si tuvo la intensión de sacarlo pero sentía miedo de caerse al agua y no poder nadar por su pierna. A los cuarenta minutos de ese suceso, su familia vino para ver hacían. Los gritos de dolor y tristeza de la otra familia no se hicieron esperar, su padre, con un rostro serio, lo cargó y acarició su pierna con tristeza y delicadeza. Fue una caricia que le hizo estremecerse, no había sido por el dolor, fue lo que sucedió después de eso. Había recibido un beso en el cuello y luego su hombro. —Papá.— habló el menor con un tono extrañado y algo nervioso. Su padre era un tipo muy alto y corpulento. Era mas alto que él, y eso le hacia sentir incómodo porque aún lo trataba como un menor. Un infante y aveces, cuando él padre quería, como un adulto. Era extraño, pero era preferible no contradecirle y seguir su tonto juego.