Estoy enamorada de un escritor. Sí, he de confesarlo. Lo que aún ando estudiando es si realmente estoy enamorada sólo de sus letras, o si son sus letras una ficción de lo que realmente es. Para ser honesta, he de decir que de otra forma no me hubiese fijado en el, pero la poesía con la que alegraba mis días, me fueron cautivando hasta adentrarme en un mundo del que es muy difícil salir cuando has quedado atrapada en sus garras. ¡Es tan bonito soñar!
Al principio sólo me escribía poemas cortos, poemas que me dejaban pasar la noche en vela cavilando sobre lo que realmente querían transmitirme con aquellos bien cuidados versos, que siendo confusos, eran muy claros. Así pasó semanas calando en mi corazón.
No había visto su rostro, sólo había visto su alma, y me encantaba. Incluso sin saber de mí, parecía conocerme más que nadie, esos versos parecían estar escondidos tras mis paredes, esperando un movimiento que acertar.
Un día cualquiera, intercaló una cita en medio de una metáfora en el último poema. Pasé la noche en vela cavilando si sería lo que imaginaba, si aquel alma había solicitado mi compañía y en qué hermoso y mágico lugar querría desvelar su identidad. Al final, después de poco soñar, di con la respuesta.
Preparé mis mejores galas, me vestí con mi mejor sonrisa y me rodeé con el pañuelo de seda que tantas veces había sido testigo de los momentos en los que mi piel, descuidada, dejaba en evidencia mi rubor.
Acudí al adivinado encuentro. Según mis cálculos, el debía estar sentado en el viejo banco rodeado de árboles que se encontraba en el corazón del parque de los amantes. Ese parque, justo ese parque, fue donde recibí mi primer beso, cómo podría olvidarlo.
Ciertamente allí estaba, a lo lejos. Vestía un elegante traje con un sombrero medieval que le daba un toque muy misterioso. Sin duda mi escritor tenía caracter. Tocaba una suave melodía con una guitarra que, a mi parecer, contaba una triste historia. Yo caminaba con el corazón en la mano y apresurada por ver de cerca el rostro de quien desde hacía muchas noches, suspendía mi corazón en el aire, a la espera de la próxima entrega.
No sabría decir si fue igual de intensa la emoción de conocer a mi amante literario, a la progresiva decepción que inundó mi corazón al encontrarme en aquel banco a un hombre taciturno, triste y vacío. Mi escritor, al verme, se escondió bajo aquel sombrero.
Aquel hombre con quien hablaba no parecía ser distinto a los demás, con las mismas palabras vanales, los mismos gestos sosegados y la misma mirada perdida. ¿Acaso sería un impostor? No mencionó absolutamente nada sobre sus poemas, ni sobre mí, ni sobre el... No dijo nada más que lo que opinaba sobre el viento que esa misma semana había estado azotando la ciudad. ¿Por que se habrían escondido aquellos suaves versos, objetos de mis delirios, tan pronto como hallaron mi rostro?
No vi la hora de marcharme, de abandonar aquel lugar. Quería estar sola, llorar mi pena, dejarme seducir por la frustración y hacer el amor con la soledad de la noche fría y oscura. Asi fue que, con una vanalidad más sobre el viento que azotaba la ciudad, me marché.
Pero antes de irme, mi frustrado amor me dió un sobre. Apresurada lo tome y marché rumbo a la decepción. Cuando llegué a ella, y luego de tomarme una fría copa de dolor con dos cubitos de tristeza, tomé el sobre y lo leí.
Aquel sobre no contenía un poema, contenía una historia. Pero aquella historia no era como las demás, era distinta, especial, auténtica ... Era la historia más maravillosa jamás contada: breve como la vida pero intensa como la pasión.
¿Acaso es posible ser y no ser? ¿Sentir y ocultar? ¿Ser excepcional y común?
Me enamoré de un escritor. Sí, he de reconocerlo. Me enamoré de la pureza que vivía en su imaginación, de lo que sus versos hacían sentir a mi impotente corazón, de la poderosa fuerza con la que era capaz de desatar mil emociones, a cual de ellas más maravillosa.
Pero me depecioné del hombre en el que vivía ese don, un hombre atormentado, incapaz de plasmar ese don sobre la realidad cotidiana, un hombre cobarde, capaz de imaginar un mundo perfecto pero constructor de una realidad hostil. Un hombre que no siendo diferente a los demás, era completamente distinto.
¿Pero acaso no somos todos magníficos escritores, creadores de sublimes emociones pero presos del miedo y de la absurda realidad que hemos creado?
J. Lazett