Carta de un condenado.

21 1 0
                                    

Ayer me transfirieron a otra celda, me digo a mí mismo; joder, es mucho más pequeña que en la que estaba. Mañana es el día, finalmente mi sufrimiento terminará, todo lo que siento simplemente se apagará, me dolerá muchísimo la manera en que tendrá que pasar, figurada y literalmente. Sé que me lo merezco, jamás ni aunque fuera a morir dentro de ochocientos años en lugar de mañana podría disculparme lo suficiente con la familia del pobre chico, recuerdo ese hecho como si hubiera sido ayer, recuerdo nítidamente sus gritos, como me decía que parase, como deseaba que terminase, lamentablemente me di cuenta hasta muy tarde de que lo que había hecho estaba mal, ni siquiera sé exactamente el por qué lo hice, he pasado todos estos años en el corredor viendo como se llevaban a gente, solitarios, sin ver a sus familiares o amigos, al igual que yo, nunca tuve la oportunidad de ver a mis bebitos de nuevo, me duele mucho que la última vez que me vieron fue mientras la policía estrellaba mi cabeza contra el auto, mi esposa tuvo que criarlos sin que supieran que soy un puto delincuente, lo pienso y me dan escalofríos, me dan escalofríos sólo de pensar en su madre diciéndoles «vístance, vamos a ir a ver la ejecución de tu padre». Lo único que alegra mis días son las cartas de mi mujer, deseándome lo mejor, por petición mía no se han enterado de la sentencia hasta ayer. Un guardia vino y me preguntó qué me gustaría para cenar, yo le dije que quería lo que mi esposa siempre solía cocinar los domingos para mis bebés, patatas fritas con salsa marinara, eso es un clásico familiar, se siente un poco extraño saber que eso será lo último que comerás, lo último que llegaras a disfrutar. Las horas pasaban y empezaba a perder la calma y la cordura, me dejaron ducharme, eso me relajó un poco, vino un pastor, y pese a que no soy creyente en absoluto decidí dejar que me ayudase, cantamos canciones como "War of Change" o "Lifeline", ambas de mi grupo favorito, me sorprendió que las conociera considerando que son muy antiguas, y considerando que los pastores se la pasan escuchando canto gregoriano. Pasó el tiempo y yo no me di cuenta, llegó el alcaide personalmente, la última vez que lo había visto le había metido un batazo en la cara, me sorprende que en una prisión nos dejaran jugar béisbol. El alcaide estaba con otros 10 guardias con equipo anti disturbios, me dijo que era hora de terminar con esto, yo no tuve más reacción que asentir mientras el pastor me tomaba del hombro. Esa maldita caminata era de apenas unos 10 metros, pero para mí fueron 100 kilómetros, tenía muchas nauseas, pensaba que me iba a desmayar, cuando llegamos a la cámara, me acostaron en una camilla de piel que estaba más fría que el mismo hielo, sentí que se me hizo la piel de gallina, antes de darme cuenta de lo que estaba sucediendo, estaba atado a la camilla, el pastor estaba a mi lado recitando un rezo en latín y haciendo cánticos, estuvimos media hora conmigo ahí tendido como trapo hasta que vino una enfermera y me puso una intravenosa, dolió como nunca, tenía ganas de gritar, llorar y cagarme en sus muertos al mismo tiempo, en ese momento, toda mi vida pasó frente a mis ojos, empecé a llorar y a ponerme a profundizar ¿qué habrá más allá de la muerte?, no lo sabía y estaba apunto de averiguarlo, la cortina se abrió, estaban ahí mis hijos y mi esposa, varios representantes de la prensa y los medios de desinformación que sólo dirán mentiras de mí ahora y una que no esperaba, estaba ahí la madre del chico al que maté, estaba llorando, sosteniendo un pañuelo en la mano derecha, y agarrando la mano de mi esposa con la otra, mi padre era sordomudo así que sé cómo lees labios, sentí un gran alivio y también una gran liberación cuando logré distinguir que dijo "te perdono", sentí que estaba listo para irme y disculparme con el chico. Uno de los guardias leyó mi sentencia y me pidió mi última declaración, a mí sólo me vino una cosa a la mente, estaba dirigida hacia la madre del chico; "yo le daré el mensaje al chico, de momento, ustedes deberán esperar para decírselo". Después de eso, no pude ver que estaban haciendo del otro lado de la cámara porque tenía uno de estos vidrios que se un lado son espejos y del otro no, sólo vi el líquido fluir a través de un tubo de plástico, a medida que se aproximaba a mí yo iba cerrando los ojos poco a poco, noté cómo poco a poco me estaba quedando dormido y, en cuestión de segundos, estaba muerto.

Carta de un condenado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora