Dejó ir un suspiro gélido.
Pronto pudo sentir la humedad de la tierra mojada contra su piel y el entumecimiento de sus extremidades. En concreto de sus piernas, que eran azotadas por una leve corriente helada.Lo primero que vislumbró fueron sus dedos temblorosos azulados frente a su rostro y el cielo nocturno de Londres sobre ella, abanicado por los inmensos árboles del Highgate Wood, uno de los bosques más antiguos de Inglaterra.
Yacía junto a un riachuelo con las piernas sumergidas hasta los gemelos. Se incorporó entrando en pánico, frotó sus pies desnudos de tonalidad morada para darles algo de calor y sollozó aterrada. Estaba tan congelada que sentía como si alguien le desgarrara la carne.
Vestía únicamente su camisón de dormir el cuál se había puesto justo antes de acostarse y el silencio y la quietud eran tales que era capaz de oír el martilleo de su desbocado corazón contra sus costillas.
Ophelia se levantó del suelo en un brinco, al sentir un gruñido profundo proveniente de la oscuridad que la rodeaba.
El sutil revoloteo de las hojas secas del suelo acercándose a ella la hizo precipitarse sin rumbo por el páramo a duras penas, sin mirar hacía atrás, hiriéndose con las zarzas, que parecían garras afiladas sobre su piel. El viento de mediados de octubre era tan helado que sentía como si la piel de su rostro se desprendiera a tiras, los pulmones le ardían a cada bocanada desesperada y el sonido de los pasos agigantados tras ella anunciaban que, aquello le estaba cogiendo ventaja.
Cerró los ojos con fuerza, apretando los dientes, intentando acelerar el ritmo de sus torpes zancadas y cuándo notó el aliento putrefacto de la criatura en la nuca, todo a su alrededor pareció desvanecerse.
Abrió los ojos ante el shock térmico y se percató de que se encontraba de nuevo en su dormitorio jadeando, en el suelo.
—¡¿Qué diablos?!— se levantó profiriendo un gemido de dolor y se posicionó frente a su espejo temblando abruptamente. Autumn, su gato, saltó de la cómoda con agilidad y se frotó contra sus piernas, profiriendo un sonido ronco, con la cola erizada.
Los pies de Ophelia estaban ensangrentados y lucían un tono azulado a causa de frío, igual que sus manos. Su camisón estaba rasgado y sucio, su media melena azabache había quedado revuelta e impregnada de briznas de hierba muerta. Sólo pudo devolverse la mirada angustiada a sí misma en su reflejo, porque de su garganta no emergió sonido alguno.
Camberwell College of arts, Londres
—¿Hay alguien más con nosotras?— preguntó Seline por cuarta vez esbozando una sonrisilla de lado. Se hizo un silencio espectral.
—¿Hola?— inquirió Jessamyn aguantándose la risa.
—No deberíais reíros de la Ouija.— dijo Ophelia intentando sonar lo más seria posible, sus amigas se miraron entre ellas y estallaron en una nueva carcajada.
Todas mantenían los dedos fijos en el puntero, que descansaba sobre el viejo tablero de madera de Ophelia. La pintura negra de éste empezaba a desconcharse y el grabado del abecedario estaba medio borrado, aquello le daba un aspecto mas tétrico.
—Deberíamos acabar con esto, faltan cinco minutos para que empiece Historia del arte. — sugirió Jessamyn aburrida, mirando el móvil con su mano libre. Seline le hizo una mirada de aprobación a Ophelia y ésta asintió.
—Seas quién seas nos despedimos, vamos a cerrar éste portal. — dijo la dueña del tablero dirigiendo la vista a la vela. La llama empezó a balancearse como si estuviera expuesta a una corriente de aire.
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Susurros Esotéricos
Teen FictionOphelia Kyteler abrió su mochila para sacar el libro de historia y sus dedos rozaron el viejo tablero de Ouija provocándole un escalofrío. Era lo único que había podido rescatar de las pertenencias de su abuela, aquello y un diario. Un diario en el...