Había una vez, un pueblo. Un pueblo diferente, más bien especial.
Ese pueblo estaba repleto de seres pequeños, especiales, amistosos y pacíficos. Eran demasiado bondadosos.
Un día, otros seres aparecieron en el pueblo pero estos eran diferentes. Eran bestias, monstruos, seres malévolos y aterradores. Que no tenían piedad de nada ni nadie, y que se pasaban el día aterrorizando, dañando a los seres de ese pueblo. Ellos no se defendían, se dejaban dañar, atacar y acribillar. Ellos no querían hacer daño, ellos querían la paz.
Pero era imposible.
Apenas tardaron 3 días en exterminar el 85% de la población de aquel pueblo.
Los pocos que quedaron, se escondieron en una vieja torre, de un viejo y derrumbado castillo. Se quedaron ahí viviendo con miedo y temor de la muerte devastadora que les llegaría tarde o temprano.
Pasaron tres semanas desde que tomaron el pueblo y seguían vivos. En esas tres semanas pudieron observar que aquellas bestias mataban todo lo que se ponía enfrente. Pero eso no fue lo único de lo que pudieron observar. También se dieron cuenta de que les gustaban los sonidos y la música.
Las criaturas empezaron a pensar que podrían hacer para aprovechar esa ''debilidad'' que tenían y poder salvarse o conseguir alguna forma de vivir en paz.
Pensaron día y noche hasta que a uno se le ocurrió una solución. El que fue rey del castillo en el que vivían, era un fanático de la música y en el sótano tenía un millón de instrumentos. Esos instrumentos, nunca se sacaron de allí, por lo tanto alguno seguiría intacto.
Arriesgándose y con la esperanza de que algún instrumento seguiría entero, bajaron al sótano sin ser vistos.
Todo estaba cubierto de sabanas, polvo y escombros. Parecía que ningún instrumento sobrevivió al paso del tiempo. En ese momento, se dieron por vencidos.
Pero se hizo escuchar un ápice de esperanza.
En las profundidades de aquel desván, yacía un piano, era hermoso para ellos, era su salvación.
Lo subieron a la cima de la torre con cuidado de que no fuera dañado, y al llegar la noche, uno de ellos toco la única melodía que recordaba después de aquella tragedia.
Las notas salían del piano creando un bello sonido que podía escucharse por todo el pueblo gracias a la altura de aquella torre.
Las bestias, se sobresaltaron al oír esa melodía. Pero empezaron a tranquilizarse con ella, con cada nota que escuchaban hasta que dormían.
Cuando la melodía dejo de sonar, se hizo el silencio. La paz. Fue entonces cuando las pequeñas criaturas aprovecharon y disfrutaron de su libertad. Pero no se fueron de aquel pueblo. Era su pueblo y no podían abandonarlo. Ni lo arian.
Desde aquel día, cada noche suena una melodía que deja dormidas a todas las bestias haciendo la paz y dando la libertad a los pequeños seres de vivir hasta que llegase el amanecer.