La coleccionista

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Muchos años atrás, en un recóndito pueblo de Nebraska, habitaba una mujer tranquila y amable, maestra de primaria y buena vecina. Nadie tenía queja alguna de ella, era una mujer ejemplo a seguir y a pesar de no tener hijos, era considerada como una segunda madre por sus alumnos.

Lo que nadie sabía era lo que aquella "amable" mujer escondía en las entrañas de su colorida y floral casa; un secreto que de ser descubierto le costaría la vida. Madeleine Johnson era su nombre, era la típica maestra "miel", amada por todos y temida por nadie, que había llegado desde la ciudad para dar su vida por los niños.

Maddie, como sus voces solían decirle, tenía una fijación extraña por el cabello de las personas; a veces, mientras impartía sus clases, no podía evitar fijarse en los sedosos cabellos rubios de sus infantes estudiantes y sentir hervir en su interior un deseo intenso de poseerlos, uno que intentaba calmar con "medicamentos".

Pero todo su control se vino abajo cuando llegó a su salón de clases "Jane", una dulce y pequeña niña de anaranjados cabellos rizados. El color, el brillo, la simple libertad en el viento de cada hebra rojiza despertaban los deseos más bestiales en lo más profundo de Maddie, deseos que no podía controlar con su medicina.

"Invítala a casa, Maddie, invítala a unas ricas galletas"

Repetía con insistencia una de las voces menos agresivas e su cabeza, a medida que Maddie observaba a la pequeña Jane correr en el parque de la escuela una tarde.

"No tenemos cabellos de ese color entre los tesoros, Maddie ¿Qué estas esperando? ¡Tómala!"

Insistía otra de las voces más agresivas en su cabeza, incitándola a romper un poco sus reglas, presionando en sus puntos de control, causando un ataque de nervios que Maddie solo pudo controlar huyendo a casa antes de tiempo esa tarde.

Jane, la pequeña inocente, no sabía que despertaba los instintos bestiales en su "dulce" maestra de letras y cada mañana le llevaba una manzana cómo típica muestra de cariño escolar. Para Maddie era toda una odisea controlar el bestial deseo de tomarla por el cuello y reclamar su cabeza como trofeo, batallaba contra sus voces más agresivas sedientas de sangre y cada día tenía que ocultar su desesperación con una sonrisa que ya no cobijaba sus ojos claros.

Pero una tarde lluviosa cómo ninguna otra en aquel pueblo, Maddie no pudo ignorar más a sus voces, no cuando los tesoros se entregaban tan fácilmente a una coleccionista. La pequeña Jane fue la última en salir de su clase ese día y quedó atrapada con su atenta profesora gracias a la lluvia.

—Maestra ¿Mis padres vendrán?

—Llueve, pequeña, pueden tardar un poco. —la mujer tragó saliva ante la cercanía de la niña, su ritmo cardíaco aumentaba expectante y sus manos temblorosas se movían lentamente hacia la pequeña niña.

"¡Llévala a casa! Vamos... Llévala"

Cuando sus manos tocaron el sedoso cabello rizado, una corriente de placer se desencadenó en el cuerpo de aquella mujer y dio marcha por fin a la orden que sus voces daban una y otra vez en su cabeza. Aspiró gustosa el aroma de esos cabellos, intentó controlarse y no mostrarse errática y sospechosa ante la pequeña, la tomó de la mano con delicadeza y la invitó a su auto, con el pretexto de llevarla a "casa".

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