¡Hola a todos!
Este es mi primer intento de fic yaoi. No me peguen muy fuerte, y cualquier queja sepan dirigirla a Chiru_Less. Esto nació de tanta frikeada y gritos e histeria. Ah, y se lo dedico también. Porque frikeada y gritos e histeria <3.
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TREINTA Y OCHO.
—¿Otra vez? ¿Es broma?
—¿Por qué se deprimió ahora? —el rostro pálido de Konoha se cubrió por una amplia palma, refregando cada poro como si no pudiera tolerar lo que tenía en frente.
Y es que realmente, no podía tolerarlo: solo habían pasado dos horas desde el comienzo de su entrenamiento en la concentración de verano que la Academia Fukurodani organizó justo antes del torneo de primavera, y Kotarou Bokutou había anidado su trasero bajo una mesa al costado de la duela de madera.
¿No era esa la gran pregunta de cada día? ¿Cómo era que su enorme cuerpo podía caber bajo una mesa? Probablemente si. Al menos, era lo que se preguntaban cada uno de sus compañeros mientras Yukie Shirofuku repartía botellas cargadas de bebidas energéticas para recuperar las sales perdidas. Incluso, al raro que estaba metido bajo la mesa.
—Bokuto —le habló con tono cálido y desganado. Como un silbido perdiendo potencia o un globo desinflándose lentamente—. ¿Vas a salir de ahí?
Los ojos dorados voltearon al lado contrario, girando el cuello hacia la pared de mica y perdiéndola de vista. Era un niño pequeño poniéndose a si mismo en penitencia. La joven suspiró con fuerza, dejando caer los delgados hombros, moviendo la botella con líquido para llamar su atención.
—Es naranja —dijo—. ¿No me mandaste a comprar expresamente ese gusto porque el genérico te sabe a metal y luego te quejas?
Silencio.
Mierda.
—Shirofuku-san...
La joven volteó el rostro cansado hacia el dueño del timbre que siempre parecía perderse entre todas las demás voces. El que persistía aún cuando pareciera indiferente al mundo. Y los ojos verdes del muchacho de cabello negro aparecieron en su rango cuando se acercó a pasos lentos, como una gacela en un arroyo.
—Akaashi, ¿te lo encargo?
—Desde luego—. Y los pasos delicados de la manager de tercero se alejaron hacia el resto de sus compañeros, aún con las manos cargadas de bebidas.
Akaashi se detuvo frente a la mesa de madera donde el entrenador solía dejar los silbatos y banderas de penalización. Esa que siempre parecía escoger el muchacho de cabello grisáceo para esconderse como si alguien lo fuese a regañar por algo que no estaban seguros, podía haber ocurrido. Pero desde luego que él lo sabía: el colocador de segundo año siempre tenía en claro lo que pasaba por su cabeza. Incluso en esos confines oscuros donde nada de luz u oxígeno era capaz de alcanzar.
«Akaashi va a encargarse», la escuchó decir a lo lejos.
«Si lo sigue consintiendo así, va a terminar por crear un monstruo»
«Ya es un monstruo»
«Si, pero es nuestro monstruo. Es casi tierno»
«Esto no tiene una mierda de tierno»
No, no tenía nada de tierno. Al menos, no que él pudiera exteriorizarlo más allá de ese maldito rubor que amenazaba con pronunciarse en sus mejillas pálidas cuando recordó esa cara de perrito apaleado cuando el golpe cruzado que intentó dar, se proyectó derecho y fue recibido sin problemas. Y ese fue el comienzo del final, como cada maldita vez que fallaba.
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TREINTA Y OCHO
RomanceKotarou Bokuto tiene treinta y siete debilidades. Keiji Akaashi, solo una.