"Una vez volví a casa. A esa casa. Me senté en una silla de madera, a un costado de la mesa dispuesto a comer. En el centro había un amueblado de sala bastante llamativo. Qué se componía de un tapiz de lana, un sofá de tres, uno de dos y un sofá individual. Comía en la mesa mientras ellos veían televisión y yo escuchaba la música escencial para mi existir. Al terminar de comer me ponía a leer un libro, un texto, o simplemente veía la luna brillar. Nunca me había sentado en esos sofás que se veían tan cómodos. Siempre los ví tan lejanos. Tan fuera de mi. Tan ajenos. Pero en una de esas noches tranquilas y serenas, me senté a oscuras en uno de esos sofás, específicamente en el individual. Me quite los zapatos que llevaba puestos. Con mis pies desnudos sentí la suvidad del tapiz de lana. Encendí un cigarrillo y aprecié las llamas del fuego de la chimenea que me mantenían caliente. Ví los demás sofás vacíos. Los imaginé a ellos sentados en cada uno de los sofás. El jefe, La Marioneta y las dos muñecas de porcelana. Teniendo una agradable conversación de lo que pasaba en el mundo de cada uno. Estábamos riendo. Se sentía agradable el sofá. La compañía. La charla era fluida. Sus voces ya se escuchan cercanas. Se escuchan; podría decir que incluso, familiares. Me gustaba la sensación. Me gustaba estar ahí. Las llamas comenzaron a apagarse, poco a poco. El cigarrillo se terminó. El humo se esparció y mi imaginación se derritió. Me levanté, agradecí al vacío del lugar, agradecí también a las llamas, al tabaco y a mi mente por darme una visión tan realista de mis anhelos. Tomé mis zapatos con las manos y caminé hasta mi habitación. Me acosté en mi cama. Y mientras esperaba que mis ojos se cerrarán, comencé a ansiar el día en que se hiciera realidad lo sucedido en esa noche plena".