Luna de Valparaíso

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...«Queda prohibido no sonreír a los problemas, no luchar por lo que quieres, abandonarlo todo por miedo, no convertir en realidad los sueños»...Pablo Neruda.

Ciudad de Valparaíso, Chile.

Desde la terraza puedo ver el inmenso azul del mar. La brisa me acaricia la cara y sacude mi vestido azul con margaritas. Una de mis manos se suelta de la baranda para no dejar que mi sombrero se vuele. Las calles de Valparaíso son tan luminosas. Las casas pintadas de colores alegres me recuerdan un poco a Brighton, donde fui con mis papás hace un año.

—Ven aquí, princesa, para que observes mejor —me dice papi levantándome, y yo le rodeo el cuello con mis brazos. Luego me recargo en él.

El mar es de un color entre azul y gris, el sonido de las olas me tranquiliza. Mami se une  a nosotros y los tres disfrutamos de esa vista sin hablar.

Caminamos hasta la hermosa casona que mis papás me dijeron que visitaríamos. Había muchas personas en la entrada parecían no ponerse de acuerdo como lo hacen mis tías cuando se meten a la cocina. Una señora les señala por donde ir y enseguida desaparece rumbo al jardín siguiendo a una niña.

—Nada de buscar pasadizos aquí —me recomienda mi mami haciéndome  ese gesto suyo de «te estoy vigilando». Niego sacudiendo la cabeza pero, sé que mi sonrisa no se le escapa.

La chimenea del salón principal es como la de un castillo, papá me cuenta que fue hecha con piedras que trajeron de una Isla. Después salimos por una puerta que parece ventana hacia el jardín.

Juego unos instantes dando brincos sobre el camino de piedras del patio. Papi y mami se hacen unas fotos para tener un recuerdo de nuestra visita a la hermosa casona que flota en el aire. El viento me hace una travesura y logra quitarme mi sombrero de paja. Lo sigo hasta que lo veo caer al lado de una palmera enana.

Me inclino a recogerlo y mis verdes ojos se enlazan con unos de profundo color chocolate. Me enderezo con lentitud. Fascinada miro sus elegantes líneas. Es todo un galán. Me coloco el sombrero y me vuelvo un poco sobre el hombro para verificar a mis padres. Como si lo adivinara, papá, se vuelve también en ese segundo, asiente al intuir mis intenciones. Me dedica una de sus desarmantes sonrisas y con un guiño me deja ir.

Un par de zancadas son suficientes para llegar hasta aquella criatura que había llamado mi atención. Sacude su cabello, y yo deseo tocarlo.

—Tom ¿qué sucede bonito? —pregunta la niña de gafas oscuras que está a su lado— ¿Tenemos compañía? —cuestiona de nuevo en tono dulzón.

Me doy cuenta que no puede verme pero me siente. Tom, el hermoso labrador chocolate que permanece sentado a su lado adopta una postura amistosa.

—Es muy lindo tu perro —digo por fin y la chica sonríe a mi comentario—. Soy Luna ¿cómo te llamas?

—Me llamo Beatriz —responde amable y aunque sé que no puede verme su rostro se ha girado justo a mi posición sorprendiéndome—. Tu acento...¿eres mexicana?

—Sí. Estoy de visita con mis papás, están por allá ¿Qué haces aquí, estas sola?

—No. Mi mamá es guía turística y yo la estoy acompañando pero, el recorrido ya me resultó cansado y decidí quedarme un rato aquí en el jardín con Tom ¿Te ha gustado La Sebastiana? (1)

—Mucho —contesté de inmediato—. Mis papás admiran mucho al señor que vivió aquí y por eso hemos venido —comenté rascando a Tom sobre su frente, él me dedica una mirada  profunda y tierna.

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