Estaba harto. Harto de pasarse el día entero en su habitación. Harto de que toda la comunicación que tuviese con sus padres fuese únicamente durante las comidas y cenas. Harto de que la correspondencia vía lechuza fuese tan sumamente lenta y, por ende, harto de que su mejor amigo careciese de teléfono móvil. ¿Quién en pleno siglo veintiuno no tenía un aparato de aquellos? Gèrard soltó un pequeño suspiro y se dejó caer sobre la cama. Un día. Un día más y estaría de vuelta en su lugar favorito.
No nos confundamos, el muchacho no odiaba su casa, ni su ciudad, ni a sus padres. De hecho, hasta antes de conocer que era mago, tenía una relación estupenda con ellos, pero todo había cambiado. No solo es que todo hubiese cambiado, sino que, además, sentía que entre las cuatro paredes del castillo escocés tenía una libertad de la que no disfrutaba fuera.
— ¡Gèrard! ¡A comer! —la voz de su madre resonó por toda la casa y él no tuvo más remedio que dejar de lado sus pensamientos y bajar las escaleras con una desgana impropia del muchacho.
— ¿Has metido ya todo en el baúl? —su padre se encontraba ya en la mesa cuando él llegó y dejó el tenedor únicamente para dirigirse a su hijo.— Que no se te olvide nada, que luego vienen los problemas.
— Me faltan los libros, pero ahora los meteré. —Gèrard fijó entonces la mirada en su plato; le faltaba el apetito. Aquella situación le daba rabia. Sus padres eran incapaces de comprender que no hubiese dejado de lado aquella educación, que se separase de ellos todos los años para ir a estudiar... magia. Quizás era eso lo que les resultaba complicado de entender: la magia.
— Es el último año, ¿no? —En el tono de su madre se podía percibir cierto deje de esperanza. Esperanza que solo consiguió empeorar el humor del muchacho.— ¿Y después? ¿Cuando termines qué pasa?
Pese a que no estaba mirando a ninguno de los dos, notaba las miradas de sus padres; curiosas, inciertas. Gèrard suspiró por decimoséptima vez y asintió, aún sin levantar la mirada del plato. Los macarrones se habían vuelto impresionantemente interesantes en un momento.
— Es el último año, sí. Y no sé qué pasa después. Seguiré estudiando, supongo.
Tenía muy claro a dónde quería llegar. Y sabía a la perfección lo que aquello implicaba. Otra pelea más con sus padres que no haría más que distanciarle de ambos aún más de lo que ya lo estaban. A Gèrard le gustaba pensar que en algún momento sus padres reaccionarían y dejarían de tenerle miedo al Mundo Mágico, y para que eso sucediese, debía buscar el menor número de peleas posible.
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Se dejó caer en el asiento y, acto seguido, apoyó la cabeza en el hombro de Anaju. Al final esa pelea que tanto había estado evitando había tenido lugar minutos antes de subir al tren. Flavio se había acercado a saludar a sus padres en un intento de normalizar todo y al entablar una conversación que pretendía ser banal, se le había escapado la idea que ambos tenían de llegar a trabajar en San Mungo. Y ahí había comenzado el festival de los gritos y los reproches.
— Seguro que para cuando vuelvas, se les ha pasado, Gè. —La joven, que había presenciado la escena desde una distancia prudencial, trató de animar a su amigo. Sin éxito.
Ambos quedaron en el más absoluto silencio. Hasta que entraron en el vagón Maialen y Flavio sumidos en una conversación agitada sobre cuál era la mejor canción jamás escrita.
— Que no, Mai, que no. Que es imposible. Que Two Birds no es mejor que Make Me Cr- —Flavio se calló de golpe al ver la escena, notando cómo la culpa le invadía. Lo último que quería era generarle problemas a su mejor amigo.
Maialen arrugó la nariz y se sentó justo enfrente de Gèrard. La muchacha alargó un brazo para apoyarlo sobre la rodilla ajena y apretó; un intento de demostrarle que le apoyaba y le quería y estaba segura de que todo estaría bien al final del día.
— Lo siento... —En cuanto Flavio abrió la boca para decir aquello, Gèrard levantó la cabeza del hombro de Anaju como un resorte y golpeó el brazo de su amigo. Mucho Ravenclaw, mucho Ravenclaw... pero era tontísimo.
— No. No es tu culpa que mis padres sean tan... así. ¿Vale? Debería haberles dicho lo que quería hacer en lugar de ocultárselo por miedo a su reacción. —El rubio pasó entonces un brazo sobre los hombros ajenos, en un intento de abrazo. Flavio era su persona favorita, la persona en la que más confiaba del mundo y ni en un millón de años le habría culpado de nada.
El resto del viaje en tren pasó sin ningún otro percance. Mai acabó quedándose dormida a la media hora, prácticamente en cuanto Flavio comenzó a cantar I'm So Lonesome I Could Cry, mientras que Anaju y Gèrard estaban centradísimos en una partida de Snap Explosivo que tenía pinta de que acabaría con el muchacho comprándole regalices a ella, otra vez, como siempre. Gèrard era buenísimo jugando a aquello, excepto cuando era contra Anaju. Ahí se hundía. En algún punto, mientras Mai aún dormía, entró en el vagón Rafa, novio de Ana Julieta y payaso por excelencia. Rafa le caía bien a todo el mundo, era gracioso, buena persona y además era uno de los mejores cazadores que había en el colegio. Un partidazo, vaya.
Los cinco bajaron del tren y pasaron a una de las carrozas tiradas por thestrals. Iban apretadillos, pero total, para lo corto que era el trayecto, tampoco era algo que les preocupase en exceso.
— Chavales, último año. Bueno, penúltimo para ti, Flavio. —Fue Rafa el que rompió el silencio, con una sonrisa de oreja a oreja y una alegría contagiosa. Sus palabras generaron en él una sensación extraña; estaba feliz de volver y quería disfrutar al máximo, pero la idea de que ese fuese su último año... Le revolvía el estómago.
— Por desgracia... —musitó el rubio— No sé, ¿no os da pena? Joder, después de seis años, pensar que este es el último...
— Claro, Gèrarditi, pero hay que mirar hacia delante. ¡Y disfrutar de lo que nos queda! ¡Que la vida son dos días! —Maialen se inclinó tras esas palabras para depositar un beso en la mejilla de su amigo.
— Además, que no es el fin del mundo. Como dice Iván, nos esperan grandes cosas fuera, solo tenemos que creer en nosotros y salir de esta burbuja. Porque al final es lo que es. Hogwarts es nuestra burbuja, nuestro lugar seguro, pero no podemos seguir aquí toda la vida, nos tenemos que enfrentar a lo de fuera. —La sonrisa de Anaju, la manera tan tranquila que tenía de hablar, completamente consciente de que todo lo que decía tenía detrás una razón, un sentido. Anaju no era de las que hablaba por hablar, pero siempre tenía algo que aportar.
Gèrard sonrió, una sonrisa preciosa que dejaba claro que sí, que estaba dispuesto a hacerles caso, a olvidarse del qué vendrá, a aceptar el final y a disfrutarlo. Y entonces comenzaron los chistes de Rafa, chistes ante los cuales solo se reía Anaju, pues el resto estaban demasiado ocupados tratando de comprenderlos, pero eh, se agradecía el esfuerzo del muchacho.
Y fue ahí, rodeado de sus amigos, que Gèrard se lo propuso: olvidarse de sus padres ese año. No dejar que nada ni nadie le amargase.
Claramente, no sabía la que se le venía encima.

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la profecía de merlín | ot x hp
Fantasía❛ y cuando la luna y el sol sean uno, entonces renacerá. Cualquiera pensaría que tras seis años en el colegio, Gèrard estaba acostumbrado ya a las idas y venidas, a los calderos explotando y a los gritos de emoción de Eva cada vez que ganaban un pa...