CAPÍTULO 1

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Mi amiga India dice que "Todo pasa por algo". Yo elijo creerla. No siempre resulta fácil abandonarse al sentimiento ya que en cierto modo significa admitir que no todo está bajo nuestro control. Aceptar que no todo lo que nos ocurre, pasa simplemente porque nosotros así lo hayamos decidido es, muy a menudo, demasiado.

Matilde, por ejemplo, es de las que prefiere pensar que tenemos el control absoluto de nuestras vidas y que nosotros somos quien, en última instancia, tomamos la decisión de que camino escoger. Mati tan "blanco o negro", India tan "nada es verdad ni es mentira todo depende del color del cristal con que se mira" y yo tan: "¿Y no puede haber un gris?"

Así es, yo me encuentro en un punto algo intermedio. Puede que por ello nos compensemos tan bien entre nosotras. La una tan mística, la otra tan escéptica y yo, simplemente tan mental.

Y así nos va. Nos hemos pasado todo el verano enzarzadas en conversaciones infinitas sobre preguntas irresolubles y fascinadas por las tan distintas visiones del mundo que tenemos. Y, a pesar de todo, no soporto esto de no verlas a diario. Algunos días, este verano, cuando ya llevábamos una semana juntas en mi casa en el monte, de festival o en la playa, he llegado a pensar: «Qué ganas de un rato sola, para mí, mis libros y mi diario que lo tengo abandonado al pobre y ya me está llamando. ¡Ah! Y mi madre que como no pase un par de día con ella me va a empezar a llamar Olivia en lugar de hija.» Y ahora daría lo que fuese por una última cerveza antes de volver a la realidad. Pero la realidad hace ya un mes que me dio una hostia y aún parece que no me recupero.

Un poco como le pasa a mi madre. Entre ella y mi abuela Azucena... ¡Menudas dos piezas! La abu siempre me dice cuando llevo mucho sin ir a verla "Alguna vez nos conocimos" o "¡Anda! Qué se acuerda la señorita de que algún día tuvo abuela" y luego me da mil besos y achuchones. Mi madre después de 18 años sigue extrañada, dice que ser abuela ha sacado lo mejor de ella, que cuando ella y mis tíos eran pequeños el cariñoso era mi abuelo que Azu era más bien distante, siempre muy atenta, pero desde la distancias. Como cambia la gente, ¿verdad?

Y yo la primera. Este verano ha sido la mejor prueba de ello. Matilde, a la que conozco desde que nací, me lo dice mucho: "Oli es que pareces otra, es increíble". Y bueno, he de admitir que en parte tiene razón. Yo he sido una niña muy introvertida, siempre en las nubes. Toda mi vida me he preguntado porque la gente hace esto y aquello, bueno, menos mal que siempre he contado con la santa paciencia de la más hermosa de las flores, mamá Dalia. Parece que en esta familia nos gustan los nombres de flor. Quizás que mi familia siempre se hayan dedicado al campo tiene algo que ver con ello.

Y que agradecida de que así sea, eso permite que pasen cosas tan cotidianamente maravillosas como que esté merendando una tostada completamente casera, pan made in Dalia, con tomate del huerto de los abuelos. Y todo ello a pesar de la distancia. Gracias al universo que todas las semana mamá y Azu me preparan una bolsa directamente traída del huerto. ¿Qué haría yo sin ellas?

Este verano la cosecha ha sido fantástica. Por una vez no se ha cumplido aquello que decía un señor muy querido en mi pueblo de: "En la meua terra no sap ploure" y ha llovido lo justo para que los tomates sean carnosos pero dejando los suficientes días de Sol como para que tengan todo su sabor y color. Otro más de los muchos pequeños placeres de la vida en los que mi familia siempre hace tanto hincapié.

Pero como no me de prisa voy a llegar tarde. Otra vez, como siempre, que desastre Oli, hija, no tienes remedio. Realmente, cuando digo que mi cabeza va por libre, que hace lo que quiere y que le dan igual cuantos horarios, normas y reglas le imponga, lo digo muy en serio, no hay manera macho.

Por suerte, como me conozco, he tenido la previsión de dejarme la bolsa con todo lo necesario ya preparada. Hoy es el primer día de ensayo con el grupo de teatro de la universidad. Y más vale que me de prisa si no quiero llevar ya todo el curso la etiqueta de impuntual en la espalda.

Recojo la mesa de la cocina con el plato y el vaso, apago la tablet, no sin antes cerrar todas las aplicaciones y asegurarme de que se queda en "No molestar", en silencio y con el wifi quitado para que no gaste batería. ¡Las manías hija de mi vida, ahora no que no llegamos! Miro la chaqueta meditando si cogerla o no. Decido que no porque aún estamos en octubre y aquí en la costa no hace tanto frío como en casa, en las montañas. Además seguramente, hoy por ser el primer día, terminaremos temprano.

Estoy muy nerviosa. Cierro la puerta tras de mí y empiezo a bajar las escaleras, hoy no cogeré el ascensor, probablemente me pondría histérica esperar a que llegase. El edificio es viejo y el ascensor del paleozoico, además acostumbrada a vivir siempre en una casa, se me hace extraño usarlo. Nunca entenderé porque a la gente le gustan tanto. A ver, entiendo su utilidad para subir los trastos cuando llego cargada cada domingo con la maleta después de pasar el finde en casa o cuando vengo con la compra pero más allá... no lo pillo. Además, desde que subo cinco pisos varias veces al día todos los días yo creo que se me está poniendo buen culo y todo. Si es que todo son ventajas.

Quien me lo iba a decir, el primer día, hace ya un mes, en Septiembre cuando me mudé para empezar el curso. Mi primer año en la universidad. Me hacía la fuerte, odio que mi hermana me vea llorar, pero mi madre, que parece que tenga rayos-X en el corazón se dio cuenta desde el segundo uno y me repitió hasta la saciedad que podía volver a casa cuando quisiese. Recuerdo perfectamente la quemazón en la garganta y las lágrimas contenidas en mis parpados cuando le di el décimo y último abrazo antes de que se fuesen. Soy un poco niña de mamá, pero no pienso disculparme por ello, la experiencia me ha enseñado que siempre tiene los mejores consejos, y aunque haya cosas que a priori no me guste contarle o me de corte, siempre termino por confesar hasta el más mínimo pensamiento.

Pero hay veces que simplemente no hace falta. Esta mujer realmente es capaz de leer a través de mí. Dudo que alguien más logre algo así alguna vez.

Mira, una cosa te digo, a veces que tu mente vaya por libre sí que resulta más una ventaja que un inconveniente. Sin darme cuenta ya casi he llegado al aulario donde está el salón de actos. La semana pasada en la reunión informativa había muchísima gente así que me temo que el primer día va a ser más bien un "estas son las pautas. El próximo día audiciones"

No voy a mentir, estoy bastante confiada. Creo que los años de ensayos en la escuela municipal en el pueblo de algo servirán. Y las ganas. De eso: todas las del mundo. No solo porque el teatro es mi pasión (bueno y cualquier disciplina artística si te soy sincera, pero esta es en la que mejor me defiendo) sino también porque la experiencia me dice que la gente que conoces y los vínculos que creas en la preparación de una obra no se encuentran en ninguna otra parte.

Dejo mi bolsa de tela en una de la butacas como he visto que han hecho el resto de compañeros y me uno a ellos sobre el escenario, están todos charlando entre ellos, parecen que ya se conocen de antes, me siento un poco fuera la verdad.

La realidad de este tipo de actividades es que lo normal es liar a algún amigo para que se apunte contigo pero yo en mi caso no tengo tanta relación con nadie de mi carrera. India se hubiese apuntado conmigo, estoy segura pero pesaba más sus ganas de poner tierra de por medio y se ha mudado a la otra punta del país.

Bueno, no pasa nada, empezamos de cero, no me viene mal tampoco, eso te lo aseguro. Borrón y cuenta nueva. Esta es la oportunidad de ser Olivia y solo Olivia, sin cargas, motes o pasado. Si mi madre estuviese aquí seguro que me diría su frase "Déjate llevar" pero yo no sé hacer eso.

Lo mejor es ir paso a paso, de momento concentrémonos en conseguir un papel por muy secundario que sea y luego ya veremos. Pasito a pasito Oli, pasito a pasito. 

OLIVIAWhere stories live. Discover now