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Este mini fic lo escribí en twitter para una mutual, y decidí pasarlo aquí porque Janet dijo que todos debían leerlo, además de que yo no lo quería perder. Espero que lo puedan disfrutar <3. 



En los años pasados, cuando el mundo era hermoso y sereno, no existían preocupaciones suficientes para destruir una burbuja de felicidad que cualquier par de extraños quisieran formar. Pues, en una isla muy retirada de la ciudad, dentro de un diminuto pueblo vivían, como si fuese su último día, una joven pareja de muchachos que habían decidido refugiarse en búsqueda de crear su nido de travesuras envueltas en romance. Junmyeon era uno, quien tan generoso con la población de alrededor, no tardó en ser bien recibido por todos; al contrario de su novio Sehun, quien a duros pasos y fuertes luchas contra su timidez aprendió a mostrar la dulzura de su corazón con pequeñas acciones. Un amor tan grande y puro era respetado por cada uno de los habitantes de la pequeña isla donde ambos muchachos habían decidido quedarse.

Era el año 1839, demasiadas cosas podían pasar en el mundo pero a ellos no les importaba mucho, mientras se mantuvieran unidos cualquier nuevo día podía venir en excelente forma.

En una mañana especial de primavera, tan soleada y cálida, un hombre que vivía a unas casas de distancia volvió de la gran ciudad con noticias: ¡habría un viaje próximo al espacio! la idea, tan desconocida pero excitante, iluminó los ojos de cada uno de los habitantes quienes no podían dejar de preguntar al chico, de nombre Chanyeol, más detalles sobre aquel incógnito viaje. Pero según lo dicho, sólo algunos pocos podían cumplir aquella fantasía que tendría lugar a cientos de kilómetros de su pueblo. 

Chanyeol, como fiel vecino de Junmyeon, se ofreció noblemente a invitarlo, porque también una gran experiencia no podía ser vivida sin su mejor amigo. Y aunque Junmyeon dudó en momentos, una muy afirmativa respuesta salió de sus labios después de haber sido cegado por la idea de contemplar brillantes estrellas y preciosas rocas espaciales. Pensó en su joven amante, en la idea de estar lejos de él por un tiempo, pero también imaginó su rostro lleno de gozo apenas volviera aquí junto con toda una historia por contar.

Le dijo a Sehun esa noche, y como lo previsto, este se entristeció. No pasará nada, no pasará nada. Junmyeon repetía aquellas palabras en el oído de su amante, dedicando caricias también. Estar lejos de él iba a doler, pero sabía que no por mucho, que sería un año, no más. Sellaron su acuerdo con besos, fundieron sus cuerpos en uno solo, y unieron sus almas con vigor. De algo estaban seguros: su amor era mayor a cualquier distancia en el mundo.

Y la mañana siguiente era el gran día, donde los elegidos partirían hacia una nueva y conmovedora aventura. El cielo era tan azul que el espejo enorme de agua frente a ellos daba una vista terriblemente hermosa. Todos se despidieron de sus familias, y Junmyeon no dudó en hacerlo con su joven novio, quien sollozando, pidió por favor que se mantuviera saludable en su largo viaje. Él le prometió que le escribiría cartas de amor en la arena de la costa, para que desde el alto cielo, pudiera notar lo mucho que todavía lo amaba y que nunca sería capaz de olvidarlo. Además, cuando el viaje terminara, ambos acordaron por fin casarse formalmente. Se besaron por última vez, melancólicos, antes de que Junmyeon siguiera a su mejor amigo hasta un barco que zarparía a la ciudad más cercana.

La imagen que tuvo Sehun de ese día permaneció en su memoria por siempre, ya que nunca paró de hacer las prometidas anotaciones en la orilla del mar, añorando el día en que pudiera reencontrarse con su prometido. Pensando en él a primeras horas de la mañana, imaginando sus aventuras por la tarde, y encontrándolo en sueños por las noches, donde rezaba entre fuertes llantos por su estable salud en un viaje tan eterno y peligroso; ahora ya importándole mucho más su propio aspecto cada día, mirando su apagado cabello frente al espejo o las bolsas debajo de sus ojos que se habían simplemente quedado ahí por siempre.

Junmyeon, sin miedo ni arrepentimientos, se movió por tres ciudades hasta llegar a la estación espacial, donde una muy enorme nave color blanco de más de cien metros de altura pareció intimidarlo a ratos. Pero él, inconscientemente, pensaba en su amado quien lo estaba esperando en casa, y quien le había dado el coraje suficiente para salir adelante e iniciar este gran e inexplorado viaje. Montó ese cohete con valentía al lado de su mejor amigo, quien no le permitió dudar. Tomaron sus lugares, se equiparon con un traje extraño, encendieron los motores de la enorme máquina y salieron volando del suelo hasta alcanzar el cielo. 

Junmyeon pensó nuevamente en Sehun, en su reencuentro, en las historias que podría contarle a sus nietos (si es que algún día optaban por adoptar hijos). Y se fue, sin mirar atrás, concentrado en el precioso color azul del cielo e imaginado lo que se encontraba apenas pasaba aquellos muros de nubes, rompiendo todas esas capaz celestes que llenaban el mundo. Junmyeon se fue, en una nueva aventura, buscando nuevos mundos y necesitando un gran cuento para el futuro. Arriba encontró estrellas, la luna, grandes asteroides y gigantes planetas que segundos atrás creía desconocidos. Halló grandes lagos de leche, constelaciones relucientes, colores llamativos y preciosos. Pero a pesar de tanto, Junmyeon sólo pensaba en una cosa: Sehun.

Pero el tiempo voló tan rápido que la idea de volver a la tierra fue aterradora por un momento, pero no por mucho tiempo, pues las familias de cada uno esperaban allá adentro. El cohete volvió con cada voluntario a casa. 

Apenas llegando, excitados, detectaron cómo alrededor las cosas lucían tan diferentes; pero todos rieron, creyendo que se habían sumergido ante un universo tan espacial que les había dejado confundidos. El mundo lucía tan gris, tan raro. Cada quien volvió hasta su pueblo natal en esos momentos sin pensar en nada más. 

Junmyeon viajó por cinco ciudades esta vez, extrañado pero sin ganas de perder su emoción pues encontrar a Sehun era su único propósito del momento. Y viajó tanto, como si hiciera un viaje interminable que era más largo del que tuvo en las estrellas. Subió al barco al lado de su mejor amigo y zarparon, hablando de las comodidades que tenían en casa justo antes de haber decidido explorar el universo entero. 

Pero cuando llegaron a su pueblo, nada parecía ser lo mismo. Junmyeon corrió hasta su casa, tocando desde fuera con dulzura en búsqueda de su joven amante Sehun, sin embargo lo que encontró no fue a su novio, sino un viejo de edad muy avanzada que difícilmente podía caminar debido a su espalda encorvada. El viajero le miró con susto, ¿qué año era este? ¿qué estaba pasando? y encontrando el cansado mirar del anciano, detectó en sus ojos a alguien que ya conocía, un alma muy familiar que le gritaba desde dentro. 

Era él, era Sehun. No era el año 1839, sino que habían pasado cien años más, era 1939. Junmyeon, inmediatamente rompió en llanto. ¿Cómo era posible, siendo él tres años mayor, encontrar a su amante tan viejo? Los ojos del hombre que tanto amó, ahora sin brillo y desconocidos, no podían dejar de lucir tan tristes. Había esperado por su amante por tanto tiempo que el mundo se había convertido en un lugar horrible y sin luz. Y cada lágrima significaba lo mismo: lo mucho que lo amaba y todas las veces que soñó porque este día llegara.

Junmyeon lo abrazó, pobre de él, nunca se dio cuenta de todas las veces que su amante lo llamó, las incontables cartas que le escribió sobre la arena o los días que contó para unirse en matrimonio. Su gran amor, Sehun, que había vivido ya su vida siguiendo adelante y acostumbrado a no tenerlo nunca más, colapsó en sus brazos, incapaz de mantenerse un día más en éste mundo, llorando saladas lágrimas que le decían que ahora él sería quien viajaría a conocer todas las estrellas.

Y Junmyeon, tan joven y desgraciado, lleno de dolor, necesitó comenzar una nueva vida, muy lejos de su amante, en un mundo apagado donde el amor ya no tenía lugar, donde no existía Sehun para consolarlo. Pobre de él por haber decidido realizar ese eterno viaje hacia el universo, donde descubrió que la mejor estrella de todas había muerto entre sus brazos. Pobre de él, que perdió toda su vida entre el manto del universo y su manera de manejar el tiempo, ahora incapaz de recuperar lo que perdió.

39 || SeHoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora