Advertencia.

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Martha Williams había sido enterrada bajo un gran roble blanco. Fue Kaliska la que suplicó que su cuerpo descansara bajo aquel majestuoso árbol en lugar de en algún cementerio abandonado. Victoria Williams, la madre de Martha, protestó al principio:

—No es apropiado. Ella debería estar con el resto de nuestra familia...

Pero Elizabeth Williams la detuvo con un movimiento de mano. Elizabeth siempre había tendido hacia la arrogancia, pero desde que su hermana pequeña había muerto se había convertido en una persona fría e inaccesible.

Una auténtica reina.

—Puedes enterrarla donde te plazca. —Contestó, sin dignarse a mirar a su madre. Cuando Victoria abrió la boca para reprochar su decisión, Elizabeth volvió a interrumpirla—. Martha hubiera preferido yacer en un lugar donde oír el canto de los pájaros y donde poder ver las estrellas, no en un tumba rodeada de cadáveres de personas que no llegó a conocer nunca.

Victoria no contestó. Cerró la boca y dirigió una mirada iracunda a Kaliska, pero a ella no le importó. Elizabeth tenía razón. A Martha le hubiera encantado ver aquel enorme roble.

El roble que eligió se encontraba en lo más alto del bosque. Kaliska iba a visitar a Martha cada atardecer y, desde allí, podía ver como poco a poco se iban encendiendo las hogueras en la aldea. Se sentaba junto al tronco, del color de la ceniza, y le contaba a Martha cómo iban evolucionando las cosas desde que ella se había marchado. A veces, sin embargo, no podía evitar sucumbir a la pena. Gritaba y lloraba hasta quedarse sin voz, sin importarle si alguien la escuchaba.

Si realmente había un dios, tal y como aquellos colonos habían querido obligarles a creer, ¿cómo era tan cruel de separarla de su alma gemela cuando tan solo habían podido estar juntas unos meses?

¿Cómo era tan cruel de demostrarle lo que era la felicidad para luego arrebatarsela?

Muchas de las mujeres que Elizabeth Williams había llevado a aquella aldea, se mantenían apartadas. No eran brujas y, por lo tanto, no se habían esforzado en aprender sus modos y costumbres. Por las noches, se reunían alrededor de su propia hoguera, mirando a las hechiceras con suspicacia, pero sin atreverse a decir o hacer nada. Kaliska se encontraba entre ellas y por eso desconocía de la existencia del triunvirato hasta que lo vio.

El día había amanecido gris y Kaliska ya se estaba preparando para ir al gran roble cuando se percató de la multitud que había comenzado a reunirse en el centro de la aldea. No era una mujer que disfrutara metiéndose en los asuntos ajenos pero había algo extraño en el aire. Una mezcla de nerviosismo y cierto desagrado.

Se acercó sin mucha convicción, lo justo para ver quién estaba en medio del círculo. Tres mujeres encapuchadas y frente a ellas...

Un destello dorado.

Kaliska trató de internarse en la vorágine. Cuando se dio cuenta de que no le dejarían espacio comenzó a empujar. Ignoró las exclamaciones de descontento y los insultos. Durante un momento, perdió de vista a las cuatro figuras del centro, pero no se dio por vencida. Cuando consiguió colocarse en primera línea, la mujer de cabello dorado le daba la espalda, pero le bastó con aquello para saber que no se trataba de Elizabeth.

Kaliska sintió la decepción enroscándose en su interior como una serpiente. Elizabeth no se había dignado a salir de su residencia desde el entierro de Martha y, por alguna razón, Kaliska sentía la necesidad de verla.

Quizá se debía a que era la única persona allí que la conocía y no parecía tenerle asco.

Quizá se debía a que era lo único que le quedaba de Martha.

Las lágrimas del verdugo.Where stories live. Discover now