Perdemos los estribos por alguien que ni siquiera conocemos bien, lo miramos acercarse y sentimos cómo nos flaquean las piernas y nos palpita el corazón. Vemos al príncipe o la princesa de nuestros sueños encarnado en esa persona y le atribuimos cualidades que, por lo común, están muy lejos de tener; quisiéramos que fuera como lo hemos imaginado y nos empeñamos en ello, pero todo es una invención.