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Los pasos se volvieron pesados, el pasillo parecía no tener fin, el cansancio se hacía presente y la adrenalina recorría su cuerpo como una bomba apunto de explotar.

El calor seguía invadiendo al pobre omega, quien no encontraba un lugar seguro donde refugiarse. Todo a su alrededor se oscurecía, dando paso a un brillo tras de sí, al cual no quería mirar.

Subió las escaleras de la gran mansión, algo estúpido si lo que quería era escapar, pero aún así continuó subiendo, rezando para que sus piernas no cedieran. Estaba cansado, le costaba respirar, apenas le quedaba aliento, pero necesitaba seguir corriendo, debía esconderse.

Su temperatura corporal no le estaba ayudando, el sofoco de su cuerpo era una tortura que obstaculizaba su carrera. Sus zancadas se volvieron más lentas, su interior ardía horrores y el olor que desprendía tan sólo empeoraba su situación.

Podía escuchar a lo lejos la respiración del joven alfa, sus veloces pasos haciendo eco en los pasillos, y sus ansias por devorarlo estremecían su estómago.

Llegó a la segunda planta y divisó sus costados. Nada alentador para él, solo pasillos y puertas cerradas. Una lucecilla al fondo titilando, las ventanas siendo golpeadas por las gotas de lluvia y las ramas chocando contra ellas; el viento aullando descontrolado, la tormenta y la desgracia se cernían sobre el omega.

Entonces, algo en su mente brilló, una débil sensación de esperanza, una oportunidad de librarse de su amo. Volvió a emprender el paso en busca de la habitación de su hermano. Necesitaba encontrar los supresores cuanto antes.

Maldecía en sus adentros que los señores Kim hubiesen abandonado la mansión por motivos de trabajo, excepto el menor de sus hijos. Nada bueno ocurría cuando estaban a solas y, definitivamente, ese día no era una excepción.

Continuó subiendo escaleras, torciendo esquinas y corriendo desesperado mientras su mente vagaba desconcertada, recordando todos esos acorralamientos en las habitaciones, en el baño o en el jardín de la mansión Kim. Los besos robados del joven alfa se habían convertido en una rutina durante su día a día.

Con un último aliento, logró llegar a la planta deseada, pero sus piernas ya no respondían. La excitación lo había consumido, apenas podía moverse. Trató de hacer un último esfuerzo, tan sólo unos pocos pasos más y llegaría.

Avanzó lenta, muy lentamente, y se sujetó a la pared. Le costaba mantenerse en pie, dar un paso parecía como caminar sobre fuego ardiente. Dios, no podía más.

Y entonces, todo su cuerpo cayó derrotado. Su espalda impactó contra la pared, su muñeca fue fuertemente agarrada, mientras los dedos contrarios se aferraban con rudeza en su cadera.

—Te tengo.

La calidez de su aliento abrazó el cuello del omega, estremeciéndolo por completo, obnubilando su cabeza por el deseo.

—Eres un chico travieso, JiMinie.

Sintió los labios del alfa recorriendo su piel, mordiendo su lóbulo y dejando varios chupetones por su cuello.

—Tu olor es fascinante, pequeño omega.

Su pulgar ascendió despacio, trazando líneas en el torso del omega, hasta dar con su suave mejilla. El contrario jadeó por el tacto, sintiendo la excitación del pelinegro deseoso por hacerlo suyo.

El alfa volvió a atacar los labios del omega, desesperado, e introdujo su lengua sin cuidado. Quería saborear hasta el último centímetro de su ser. Mordió su labio con posesividad, deseando escucharlo gemir. Había anhelado la dulzura de sus gemidos durante los últimos días.

No huyas, Omega (VMIN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora