Emigrar de México a Corea del Sur no había sido fácil, de hecho, me había costado más de lo que habría esperado. No era particularmente porque hubiese algo que realmente extrañase, más bien es que allá estaban mis raíces, todos los recuerdos tristes, dolorosos y felices que habían pintado de diferentes colores mi vida. Todos los colores alegres y deslumbrantes habían desaparecido de mi vida el día de la muerte de mis padres y en cambio habían sido reemplazados con oscuras tonalidades, matices de negro y grises. Habían pasado más de cinco años y solo el recordar ese día hacía que se formase un nudo en mi garganta que hacía que quisiera llorar, pero no importaba cuán grande fuera la presión en mi pecho o la penumbra que arropara mi alma, nada salía, nada, solo aire.
Había tenido mucha suerte, mis tíos eran personas increíbles, pero aun así me sentía incompleta, vacía, aburrida quizás, nada movía una fibra en mi interior, a veces pensaba que estaba muerta por dentro. Quizás por eso decidí aplicar para una beca del otro lado del mundo, alejándome de todos y todo lo que conocía. Quería un cambio radical, de trescientos ochenta grados, y eso había conseguido, pero me costaba creer que estaba en un avión en camino a un lugar donde no conocía a nadie y nadie me conocía, donde la tierra me recibiría como una extraña más en busca de cambiar su destino. Había visto un anuncio de becas para arte en línea e inmediatamente sin pensarlo había decido aplicar, el hecho de que mi elección escolar de idioma había sido coreano había sido pura coincidencia, ni siquiera me había fijado que estaba aplicando para ir a Corea, pero me alegraba que pudiese hablar y escribir perfectamente en coreano, era algo surrealista.
Cuando había visto el mensaje en la bandeja de entradas de mi correo no podía creerlo, había sido aceptada, ni quiera era particularmente la más inteligente o talentosa, pero ahí estaba, una carta que decía que mi solicitud estaba aprobada, que era buena, lo suficientemente buena para recibir una beca. Solo recordar ese momento hacía que sintiese algo, ni siquiera sabía si era felicidad o miedo, pero el sentimiento se había hecho real, palpable cuando tuve que subir al avión y despedirme de mis tíos, no tenía ningún amigo del que fuese cercano en realidad. Caminar por los pasillos de aquel gran aeropuerto me hacían sentir melancolía, cuando hicieron el llamado para abordar ni siquiera miré atrás, solo subí sin siquiera despedirme de la tierra que abandonaba.
En las dieciocho horas que había durado el vuelo había aprendido todo sobre mi nueva residencia y la zona donde viviría, la universidad a la que asistiría, mi horario, el cual era más flexible del que me hubiese gustado, aunque eso era perfecto porque necesitaba trabajar, siempre lo había hecho. Miro a mi alrededor, todos duermen, era de madrugada y abro la ventana, pero solo logro ver un extenso océano que se extiende ante mis ojos, pero me quedo despierta observando el horizonte, hasta que aparecen los primeros atisbos de sol que iluminan con gracia este nuevo lugar, veo los campos coreanos en perfectas hileras que dibujaban formas que se asomaban por la ventana.
Había sido un vuelo realmente tranquilo y muy largo, el proceso había sido más rápido de lo que esperaba, pues en cuestión de minutos estaba fuera del avión con mi pequeña maleta en camino a la salida, rodeada por una gran masa de personas que iban rápido a todos lados. Luego de la revisión salgo por la puerta de llegadas y busco alrededor en busca de la persona que la universidad había enviado para que me recogiese, no veo a nadie así que busco mi celular para ver si tenía algún mensaje, pero casi inmediatamente soy empujada por una multitud de personas con carteles que gritaban efusivamente, las miro más de cerca y son chicas, muchas chicas, adolescentes con altos niveles de estrógenos y progesteronas brotando por sus poros. Recojo mi celular y por suerte estaba en perfecto estado, si no hubiese sido así me habría enojado, miro nuevamente tratando de ver a quien le gritaban, pero eran tantas que no lograba ver nada, había alcanzado algunos carteles, BTS tenían escritos con demasiadas brillantinas y fotos con lo que parecían famosos coreanos. Trato de alejarme de la multitud e intento nuevamente revisar mi celular, y cuando lo hago veo a un señor frente a un taxi con mi nombre escrito en él, "Aitana".
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My BTS Love
RomancePara Aitana mudarse desde México hasta Corea del Sur que estaba al otro lado del mundo no había sido fácil, tratando de superar y dejar todo atrás cuando recibe una beca para estudiar Artes en una universidad coreana, sin pensarlo la acepta, el prob...