No son mujeres peligrosas, son mujeres para las que el mundo es peligroso.
Me dejé llevar, mi cuerpo se estaba sometiendo a un purgatorio de honestidad, este temblaba, mis labios sangraban de apretármelos con tan absoluta precisión. Sus músculos se aprovechaban de mi debilidad corporal y me dominaban como una fiera que destroza a su presa, mi barriga se tornaba como arenas movedizas. Los brazos de este me apretaban contra la cama, sus rodillas me apresaban haciendo que mi movilidad fuera nula. Me cogía del cuello mientras mis débiles dedos apretaban su espalda para pedirle suplicio. Prendimos la vela del placer y de la locura. Su lengua se deslizaba lentamente hasta llegar a mi desnudo pecho, y al segundo notaba como absorbía con sus rosados labios mis pezones que tornaban un color más oscuro. Aullaba como una loba, pidiendo auxilio. Mis gritos de deleite aumentaban casi sin darme cuenta. Su torso se postraba encima de mí, y yo lo respiraba, lentamente, sintiendo como él me secuestraba. Mis gemidos aumentaban el volumen, pero no me saciaba con su mísera lactancia de mi pecho. Me miró fijamente, y me pidió que me diera la vuelta. Noté como algo entraba dentro de mí y no cesaba en el hecho de que los segundos pasaban y mis glúteos se convertían en las grandes puertas del cielo dejando entrar al demonio que me estaba poseyendo. El sudor servía de lubricante, nos habíamos envuelto en una esfera de diversión que iba más allá del sexo. Me retorcía de placer mientras Bruno seguía penetrándome hasta tal punto de dejarme los gemidos en un tono poco común, unos quejidos poco comunes en mí. Me agarraba del pelo apretando su puño, y sus rigurosos labios me mordían la oreja que se mostraba en la parte izquierda de la posición a la que me tenía sometida, haciendo que la sangre no corriese con normalidad. Las venas de Bruno eran increíblemente grandes en comparación a su tamaño normal, la fricción de nuestros cuerpos electrizaba a cualquiera que intentase rozarnos. Habíamos creado algo tan nuestro que el placer se había convertido en algo mutuo, su gimoteo penetraba en mi cabeza haciendo que mis gemidos se coordinasen a la perfección. Lo deseaba con todas mis fuerzas, quería que esa noche, aunque solo fuera esa misma noche, me hiciera suya. Lo quería todo, todo. Notaba como sus arrugados dedos se deslizaban minuciosamente hasta mi vagina, notando como este se iba humedeciendo con el roce de mis muslos aleteando de fruición. Me levanté aceleradamente y me tiré a sus brazos, mientras este me agarraba de los heridos glúteos y me empotraba contra la pared sin dejarme un ápice de libertad. Le aruñaba indebidamente pero con intención de causarle graves heridas a causa de mis arañazos, como una gata peleando en medio de la noche. Quería que supiese quien era la que tenía el poder esa noche, quien era la que tenía a su corazón postrado a oscuras. Algo en él me hacía sentir como una mujer peligrosa, amaba sus movimientos, era un sentimiento que no podía combatir. Era una adicción a medianoche que me enloquecía. Las arterias palpitaban con mis alientos encogidos de un aparente y dulce orgasmo. Sutilmente me conduce hasta la cama de nuevo, donde me pongo encima de él. La acción aún no había terminado, me froto contra sus abdominales aún lubricados y postro sus manos contra ellos, mientras la penetración va cogiendo mayor velocidad, como si se tratase de una carrera de caballos en donde cuando menos me lo espere el caballo ya habrá terminado la carrera, pero sin el jinete haberse dado cuenta de lo sucedido. La saliva reconducía la maniobra, las palpitaciones eran versátiles al ritmo de nuestros movimientos. Noté como mi pecho tiritaba y el calor se apoderaba del entorno mientras Bruno sollozaba tras el orgasmo. En la noche más oscura, donde la luna descansaba, donde los lobos dormían, donde dos amantes eran descubiertos en el lucero del alba.
-Bruno, ¿Qué hora es?- Le pregunté mientras este se levantaba aún un poco aturdido de la cama
-¿Por qué lo dices?- Me dijo sin reparo, aún estaba adormilado
-¡Llegamos tarde a clase Bruno! Siempre nos pasa lo mismo- Le reclamé mientras me cepillaba rápidamente el cabello y me ponía el uniforme que nos obligaban a llevar en el Instituto de Catford