El comienzo.

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El comienzo.

Bufó molesto, al momento que con un movimiento brusco de su diestra movía su largo flequillo coral a un costado. Su acompañante lo regresó a ver, escaneándolo con aquellos ojos azules, profundos como los de un felino.

— ¿Seguirás con eso? —gruñó, refiriendo a el insistente movimiento de sus piernas. Aleksander se sobresalto por su pregunta y una media luna se formo en sus labios, juguetona.

— Si —respondió de lo más tranquilo, ignorando el nuevo gruñido. Amaba hacerlo enojar. Demian solo pudo voltear el rostro, ignorándolo de nueva cuenta, prefiriendo mejor ver tras la pequeña ventanilla del avión. ¿En qué momento se le ocurrió irse con ese engendro? Era estúpido, infantil, miedoso. Quizá era guapo, no lo negaba, pero las demás cosas malas nadie se las quitaba.

Cerró sus ojos en un vago intento de dormir, todavía quedaban dos horas de vuelo y prefería estar fresco para cuando aterrizaran en aquellas tierras desconocidas.

Aleksander aún no había querido decirle la razón de su pronta decisión, de hecho, llegó un día antes a la guarida anunciando su ida, todos quedaron extrañados. ¿Cómo no hacerlo? Lo dijo con una expresión tan seria que daba risa.

Igual no negaba que aquello le cayó como un balde de agua fría, no se lo esperaba, ni siquiera Yuuta, su amigo japonés que igual había venido con ellos, siguiendo como perro faldero al estúpido de su mejor amigo, bueno, él igual lo había seguido pero tenía sus propósito, gruñó de nuevo, mejor se dormía.

El ajeno observaba atentó las expresiones de su acompañante, incluso se inclinó hacia delante, pues era cómico ver como de un aura apacible aparecía una furiosa. Ciertamente agradeció que ellos lo acompañaran, necesitaba aire fresco y mudarse de Italia había sido una buena idea, hasta que recordó que su inglés era malo. . .  hubiese ido a otro lado. Pero no había marcha atrás, eso lo sabía. Aún se sentía culpable por dejar a su progenitora en manos de ese ganalla, pero sabía que Emiliano, el mayordomo, la cuidaría como lo hizo con él. Prefirió no pensar en eso y justo como lo hizo Demian, cayó dormido todo lo que restaba del viaje.

— Oye, cosa fea —escuchó que lo llamaban, el sueño aún lo tenía palpable y solo se removió incómodo sobre su asiento. Yuuta se fastidió y con fuerza lo movió por el hombro, no le importó que lo lastimara o no. Aleksander se quejó  cuando sintió pequeñas punzadas de dolor. Chilló bajito, abriendo sus ojos de golpe, sus orbes aguamarina quedaron a la vista y su ceño se frunció graciosamente. Pequeñas risas acompañaron la escena y fue cuando se percató que además de su amigo japonés, la azafata y Demian lo miraban atentamente. Sus mejillas adquirieron una tonalidad carmín, pero por pura vergüenza, debía tener un estado lamentable—. El avión aterrizó hace media hora Alek, tienes suerte que la señorita haya estado aquí —comentó sacándole de sus pensamientos y se disculpo varias veces en italiano.

Con sus  maletas en mano los tres hombres se miraron entre sí, el menor se sintió desfallecer. Pues ahora lo miraban solo a él, perfecto, estaban en Los Ángeles y. . .

— ¿Ahora? —completó la pregunta que estaba formulando en su mente, era Demian, el mayor de los tres. Yuuta se quedo en silencio, meditando.

— Yo tengo cosas que hacer —murmuró el moreno a Aleksander, colocándose la única mochila que había traído sobre su hombro.

— Nadie te pregunto, nipon —se mofó Demian, el japonés solo lo miró feo y prefirió no responder. En verdad necesitaba irse. Se excuso con el menor, quien le insistia en quedarse y luego de una larga pelea ya estaba en un taxi rumbo a su destino. Quedando así solos él y Demian.

— ¿Tienes idea de dónde ir? —Se percató de cómo negaba con la cabeza, suspiró, sería un largo día, pero que esperaba. ¡Era Aleksander después de todo! Le rodeó por los hombros con su brazo, mientras su mano libre sostenía su maleta, apegándose de esa forma al menor contra él. Aleksander lo miró furioso, tratando de apartarse, o al menos ese era su plan cuando sintió los tibios labios del mayor contra su mejilla. Abrió los ojos sorprendió y con toda la fuerza que tenía lo empujó, logrando que trastabillase.

— ¡Cat! —bramó, utilizando aquel mofe que le otorgó cuando se conocieron. El aludido rasco despreocupado su corta melena, tintada de azul—. ¡Estúpido! ¡Imbécil! —y los insultos seguían, pero Demian solo pudo reír divertido, prefería ver a un Aleksander eufórico que cabizbajo.

— Princesa, deja de gruñirme y mejor vámonos, se que te gusta exhibirte, pero a mí no.

Se calló, en efecto muchas personas lo miraban, unos con burla y otros con enfado. Tomó de la muñeca a Cat, su mochila ya la traía sobre su hombro y cuando doblaron la esquina, lejos de aeropuerto, ambos rieron a carcajada limpia.

— Eres un idiota —la risa no cesaba, más no era tan escandalosa— pero fue divertido huir sin razón alguna.

— Tienes razón, Aleksei —aunque no se llevaban más que por cinco centímetros, Demian revolvió el revoltoso cabello pardo del menor, bajado su mano por el costado rapado, igual que el suyo, rapados de ambos lados. Terminando así de jalar su mejilla, eliminando esa atmosfera cursi que los rodeaba. Aleksander se dejo hacer en silencio, más bien no podía decir nada al tratar de recuperar el aire que sus pulmones tanto necesitaban. Esbozó una sonrisa, esos juegos eran peligrosos, lo sabía.

— ¿Y ahora. . .? —se miraron cómplices

— ¡A conocer los Ángeles se ha dicho!

Pues su aventura apenas comenzaba, llegando así los problemas que ambos enfrentarían.

¿Qué tal? ¿Les gusto? Tenía pensado otro comienzo, pero quiero que se den una idea de cómo son los dos protagonistas, se que muchos los odiaran por su testarudez. . . sin más que agregar.

¡Gracias por leer!


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⏰ Última actualización: Sep 20, 2015 ⏰

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