Parte única

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—Ah... Más duro. Más profundo.- era lo que decía Shirabu perdido en el placer.

Semi movía sus caderas con rapidez acatando las ordenes que le daba el castaño. El sexo con Shirabu siempre fue el mejor.

Sus pieles chocaban entre si y se escuchaba el chapoteo que hacía en cada movimiento. Los pezones del menor estaban hinchados de tanto haberlos lamido y mordisqueado y movía con maestría su mano en el duro miembro del chico debajo de él viendo como se corría por tercera vez y le apretaba de manera exquisita.

Dio unas fuertes estocadas más escuchando los gemidos bajos de Shirabu al estar aún sensible, y se corrió dentro del condón que envolvía su pene.

Salió despacio y se retiró aquel pedazo de látex de su miembro, y con un nudo lo botó en el cubo de basura que tenía cerca. Se acostó a su lado con la respiración entrecortada y miró aquel hilo rojo que se encontraba atado en el meñique derecho. Aún seguía sin estar unido a alguien pero el hilo parecía más grande al que había visto la semana pasada.

Inevitablemente se miró su propio meñique viendo un diminuto hilo colgando de ahí. Aquello no había cambiado en veintidós años.

Semi Eita a sus cinco años tuvo la capacidad de ver el hilo rojo que unía a las personas. Donde primero lo vio fue en él una mañana cuando se despertó. En su pequeño meñique derecho había algo colgando de él. Era apenas un hilo amarrado y cuando quiso quitarlo sus dedos lo traspasaban.

Podía verlos, pero no tocarlos.

A los siguientes que pudo notarselo, fueron a sus padres. Sus meñiques poseían el mismo hilo que el suyo y estos estaban unidos. Él, a sus cinco años no comprendía algo como esto.

—Mami, ¿Por qué tu y papá tienen atados unos hilos de sus meñiques?

La mujer algo sorprendida por aquello, le había acariciado la cabeza y le explicó lo que significaba.

—Eita, esos son los hilos del destino. Están atados a la persona con la que pasarás el resto de tu vida.

Sin embargo Semi no pudo comprenderlo.

A medida que fue creciendo, vio la cantidad de hilos que unían a las personas. Miraba parejas que no tenían sus hilos unidos pero él prefirió no decir nada, a fin de cuentas no los conocía y sería el destino quien acabase separándolos.

Cuando entró a la secundaria conoció a Tendo Satori. Un chico pelirrojo demasiado extrovertido, ambos muy diferentes. Él fue su primer amigo. Aún así, no tuvo las agallas de decirle que tenía la capacidad de ver el hilo rojo de las personas. Pensaría que estaría loco y no quería perder su amistad.

Sin embargo, lo que sucedió en su último año de secundaria no se lo vio venir.

Una chica realmente bonita, de finos labios y ojos verdes expresivos. Con un pelo negro hasta los hombros y una piel blanca casi como la nieve había tenido la valentía de confesarle su amor delante de todo su curso. La pobre estaba con la cara sonrojada y esperaba ansiosa por una respuesta.

Semi había bajado su mirada hacia el meñique de la chica y lo siguió con la mirada. Este estaba unido al de Himura Kaito, capitán del equipo de Kyudo, quien lo miraba ceñudo y con expresión triste.

Volvió la mirada a la chica y tuvo que destruir las esperanzas de ella.

—Lo siento, pero no puedo corresponderte.- la chica bajó los hombros derrotada.— Deberías de salir con Himura, sus hilos están unidos después de todo.

Aquel día se arrepintió de lo que dijo. Las risas de sus compañeros no se tardaron en hacerse notar. Él con toda su inocencia les explicó que podía ver los hilos del destino de las personas pero solamente obtuvo las risas de sus compañeros.

Hilo Rojo (SemiShira)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora