Capítulo I

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El viento era tan frío como pegajoso en esa época del año en el sur de Inglaterra

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El viento era tan frío como pegajoso en esa época del año en el sur de Inglaterra. Lo que no impedía a mi padre conducir con las ventanillas subidas y el aire al máximo durante el camino desde el aeropuerto. Era demasiado pronto en la mañana como para entablar una conversación normal, pero en el coche sonaba la canción "Smooth Criminal" de Michael Jackson para evitar silencios incómodos. Fuera, ni siquiera había despuntado el sol y las luces de los edificios seguían encendidas.

Las noches allí no parecían iguales que las de Georgia. Bueno, esperaba que no lo fueran, pero por alguna razón desde que había dejado atrás todo aquel infierno mediático que había supuesto Georgia no había parado de comparar las diferencias. Una tediosa manía que me permitía alimentar con tal de no pensar en lo sucedido.

— ¿Qué tal el viaje?

Miré a mi padre, sorprendida por las primeras palabras no relacionadas con el incendio que me dirigía desde hacía semanas. Esa era la espesa cabellera negra que había heredado, pero envuelta en numerosas canas. Por instinto, me llevé las manos para acariciar la melena informe que me había tenido que cortar después de que el fuego me la hubiera desigualado.

— Cansado. — no me atreví a quejarme más.

La verdad era que me encontraba exhausta, mental y físicamente. Cerrar los ojos suponía revivir intensamente cada minucioso detalle de lo ocurrido y los días se habían convertido en formas nuevas de tener que relatarlo a las personas. Primero fueron los bomberos, luego la policía y, por último, el juez. A ninguno parecía importarle que estallara en lágrimas o balbuceara, todos buscaban la inconexión, esperando el momento que alguna minucia no concretara con las pruebas.

Las arrugas que habían comenzado a hacer mella en los extremos de los ojos de mi padre no se inmutaron. Se limitó a dar unas palmaditas sobre mi muslo y recuperar su mano sobre el volante. Él había estado presente durante cada interrogatorio, en cada mala situación desde que las autoridades de Georgia demandaron la presencia de un tutor. No les culpaba, según el permiso temporal falso con el que estudiaba en EE.UU. no tenía más de diecisiete años.

— ¿Estás segura de que esto es lo que quieres? — volvió a preguntar pasado un rato.

Ahí tenía mi respuesta a la duda con la que había cargando: sí, mi padre estaba preocupado. Conforme sucedían los días, había interpretado su silencio de forma distinta, quizá enfado, tristeza, decepción, rechazo... Cuando lo vi aparecer en el hospital de St. Simons, en Georgia, temí que su ira sacudiese el pobre espíritu que me quedaba tras presenciar la muerte de mi amiga mortal. En cambio, solo recibí apatía seguida de un "tu madre no lo sabe ni lo sabrá", como si solo hubiera hecho una travesura.

Precisamente no era una simple fechoría lo que había sucedido.

— Es lo mejor. Empezar de cero...

— Sin que lo sepa nadie. — terminó mi frase.

Aquello me estranguló durante una fracción de segundo, aunque seguí manteniendo la compostura y procuré que no se notara lo mucho que me alteraban sus reacciones. Mi padre asintió y yo quise ver en ese movimiento un gesto de aprobación.

La Marca de los InmortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora