a tu lado todo es mejor, incluso si morimos.

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  "Te veré allí, cuando ardamos
eternamente, sin escapatoria.
Te veré y volveré a abrazarte,
tomarte entre mis brazos y
besarte una y otra vez sin
descanso alguno".

Leyó, una y otra vez, tres, cuatro, cinco veces hasta que las lágrimas bloquearon su visión por completo, dejándole incapaz de ver algo más que manchas borrosas.
Los atraparon y sabía, ambos sabían, cual sería su cruel destino, una tortura que duraría hasta que la vida escapara por completo de sus cuerpos.
Lloró y gritó tanto que por poco desgarra su garganta, destruyó jarrones y un par de hojas desafortunadas que se encontraban en su camino, arañó su cara y jaló sus cabellos en un ataque que describiría como maniaco.
Estaba triste, enfadado y asustado, no quería morir, y mucho menos quería ver sufrir a su preciado amado, todo menos él.
Se durmió entre lastimosos gemidos, prometiéndose que ni bien se asomara el sol, correría hasta la morada de su ángel, si iban a morir, quería hacerlo a su lado.
Con el sol siendo a penas visible, el morocho se levantó, su cuerpo siendo totalmente consumido por la adrenalina.
Partió, procurando no ser visto por nadie, pasando entre los estrechos y mugrientos callejones, medio tropezándose pero sin parar ni un segundo, quería llegar rápido.
Una vez llegó a la pequeña casita, pintada pulcramente de un blanco reluciente, se dignó a respirar profundamente, recuperando el aliento mientras llamaba a la puerta para poder ingresar. Y cuando vió a su amado, luciendo cansado, probablemente por el miedo, no pudo hacer nada más que empujarlo dentro de la casa y besar desesperadamente sus labios, apropiándose de ellos de forma agresiva.
No notó cuando sus lágrimas comenzaron a caer, ni cuándo estas se mezclaron con las de su pretendiente, tampoco se dió cuenta de cuando comenzaron a sollozar, aterrados por la idea de morir, de que dañaran al otro. Sus cuerpos temblaban a la par que se abrazaban con fuerza y rozaban sus labios suavemente, quedándose con un gusto salados en ellos, y se mimaron tanto hasta que sus llantos cesaron.
Se murmuraron palabras cargadas de amor y dulzura mientras sus pieles se tocaban entre ellas, creando cierto calor en el ambiente.
Hicieron el amor por última vez, con tanta ternura como pudieron, procurando que ambos sintieran placer, centrándose únicamente en eso, transmitiendo el amor que sentían el uno por el otro entre besos y caricias, como haberse conocido cambió sus vidas para mejor y no se arrepentían ni un segundo de ello. Porque incluso si estaban a horas de morir, elegirían el mismo destino una y otra vez, solo para poder seguir encontrándose.
Una vez que se recostaron sobre las sábanas de seda, mirándose el uno al otro con sus cuerpos aún desnudos y agitados, compartieron lo que sería su último beso antes del trágico final.
Un estruendo se oyó en la entrada y con miedo miraron la puerta de la habitación, había llegado su hora y no tenían escapatoria, solo podían rogar por una muerte rápida e indolora.
Llegó un grupo pequeño de personas pero luego de que los agarraran y los arrastraran afuera con brutalidad, se dieron cuenta de la cantidad de espectadores que había realmente, eran miles o incluso más.
Los hicieron arrodillarse y en el proceso los maldijeron sin descanso.
Renjun tomó la mano de Jeno y lo miró fijamente a los ojos, mientras le juraba que sus almas volverían a encontrarse en otra vida y lograrían ser felices juntos, sin tener que esconderse y vivir con temor.
Los ojos de ambos muchachos rebalsaron con abundantes gotas saladas que cayeron hasta chocar contra el suelo, al igual que sus cuerpos luego de que todo se volviese negro para ellos.
Así fue como la vida de ambos jóvenes amantes fue arrebatada injustamente, por haber cometido un pecado monstruoso a ojos de otros, incluso si este fue simplemente haberse amado, porque dos hombres juntos es antinatural y enfermo, justo como ellos.

𝐨𝐧 𝐛𝐫𝐮̂𝐥𝐞𝐫𝐚|noren. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora