Haz De Luz

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“ Porque tú me has enseñado que para el amor no hay nada más sensato que mirar con los ojos cerrados

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“ Porque tú me has enseñado que para el amor no hay nada más sensato que mirar con los ojos cerrados.”

El último día que apreció los matices de la vida, fue a comienzos de Enero. A partir de ahí, todo se coloreó de oscuridad. Hermosa oscuridad.
Ocurrió en su última batalla contra Kyo.
Los nudillos en su torso, el fuego recorriendo su piel, la mirada airosa, la adrenalina, porciones de sangre mezclada. El estremecimiento que jamás experimentó.
Lo sintió fugaz y extrañamente agradable, como si un manto cálido en invierno lo cubriera. Fue una sensación diferente a las demás.
Lo último que contempló, fue la mirada avellana del oponente aproximarse; con hilillos de sudor y sangre discurriéndose por su piel.
Enseguida sintió su cuerpo pesado, siendo atraído al suelo; su visión tambaleante, el sudor frio y la opresión en su pecho. Luego todo se apagó.
Su cabeza se estrelló contra el suelo; Kyo gritando su apellido, se escuchó lejano; antes de que perdiera el conocimiento.
[…]
«Abre los ojos».
Brumosa penumbra se dibujó a su alrededor, como neblina negra y pastosa. Siluetas que iban y venían se pasmaron ante él, burlándose en su cara.
«Ábrelos, Yagami».
Solo podía verse así mismo, envuelto entre la densidad de sombras.
—Yagami…
Escuchó la voz odiosa, aquella que reconocería aun estuviera inconsciente. Se giró para darle la cara.
—Kusanagi —musitó hastiado.
Entre la negrura, el rostro de Kyo se vislumbraba a la perfección. Su gesto era serio y parecía morderse el labio por dentro, como si quisiera guardarse lo siguiente.
Iori esperó a que le escupiera lo que tenía que decir, pocas veces Kyo se mostraba con una faceta diferente a la engreída.
—Hay algo que me molesta de ti —dijo al fin.
Iori frunció sus cejas. ¿Con qué estupidez iba a salir?
—No me interesa, Kyo —dijo relajado—. A mí me molesta tu existencia.
—A mí que no puedas «ver» más allá.
Iori chasqueó la lengua. La especie de charla comenzó a ser un fastidio. No comprendía a dónde quería llegar Kyo con su locuacidad.
—¿No lo sentiste, Yagami? Mientras luchábamos… Aquella sensación especial. El sentimiento diferente.
—No le des tantas vueltas, Kyo.
—Tu no sientes odio por mí —espetó—. Sino lo contrario.
Ambas miradas coincidieron en aquel lugar donde el tiempo no transcurría. Los ojos castaños se adentraron en los carmesí, causándole un escalofrío.
Kyo avanzó hacia Iori, con la sonrisa ladina que tanto aborrecía el otro.
Al estar frente a frente, el Kusanagi lo tomó del mentón y lo impulsó para consigo.
Sus labios se mezclaron en un beso, sus lenguas se fusionaron entre ellas, con exquisita posesión. El pelirrojo no lo rechazó.

«Abre los ojos, Yagami».
«Ábrelos bien».
«Cuando lo hagas, lo entenderás».

El pitido del medidor de frecuencia cardiaca, perteneciente a alguien más, se adentró en sus oídos. Lo sacó del letargo. Las leves contracciones en su rostro, lo acompañaron antes de su completo despertar.
¿Qué hubiera ocurrido si todo fuera diferente? Si hubiera conocido a Kyo en otro contexto.
¿Se comportaría igual ante él? ¿La relación sería diferente?
Subió sus párpados como diario lo hacía al llegar la mañana, pero esta vez fue diferente. Un manto negro cubrió su visión, como si estuviera dentro de una habitación subterránea sin rastro de luz.
Su primera reacción fue parpadear y llevarse las manos a sus ojos, creyendo que eso lo llevaría a la normalidad.
No hubo cambio.
Abrió más sus ojos, intentando ver a su alrededor, pero fue inútil.
Se incorporó, tentó las sábanas de aquella camilla provisional, por el bullicio lejano y el narrador tras el micrófono, supo que estaba en la atención médica del torneo.
Con cuidado bajó su pie hasta tocar el suelo y enseguida hizo lo mismo con el otro.
Al no visualizar sus movimientos, con torpeza, logró ponerse de pie; después intento caminar a tientas cuidando no tropezar con algún objeto. De repente, escuchó la puerta abrirse de la habitación médica en la que se encontraba. Sintió la presencia de alguien entrar, y luego cerrar la puerta tras él.
—¡Señor Yagami! ¿Qué hace levantado?
La voz de un hombre de aproximadamente 45 años, se apresuró amonestarlo luego de ver que el pelirrojo se había levantado, y no estaba reposando como lo había dejado. —¡Debe estar descansando! Por favor, vuelva a la camilla —pidió.
Jamás lo miró a los ojos, aunque hubiera querido, no podía. Se había quedado quieto en el mismo lugar, no avanzó mucho. La mirada la había clavado fijamente en el suelo, o al menos, eso quería creer él.
—¿Quién diablos eres? —dijo sin levantar nunca la vista, su tono fue un tanto grotesco—. ¿Qué hago aquí? —cuestionó de nuevo.
—Por favor vuelva a la camilla y le explico —respondió sereno.
—No puedo.
—¿Perdón?
—Estoy débil, ¿Puede ayudarme? —mintió.
—¡Oh! ¡Claro! Lo lamento señor, Yagami —se acercó al pelirrojo de inmediato para ayudarlo a recostarse.
El médico también colocó una almohada tras su espalda, para que su paciente pudiera recargar su torso y reincorporarse en su mismo lugar con mayor comodidad
—Soy el doctor de turno. Está aquí por que sufrió un golpe en la cabeza que lo knockeó por un lapso, luego de haber tenido un fuerte combate con su contrincante —dijo finalmente en su postura normal.
«Con su contrincante» sabía a quién se refería, no hizo falta decir su nombre. Podía recordar lo sucedido con claridad, todo había sido culpa de aquel maldito Kusanagi. Él lo había mandado a una camilla de hospital, lo peor, dejándolo en penumbras.
«Me las vas a pagar, Infeliz» pensó.
Iori jamás, jamás coincidió con la vista del médico. Lo que hacía era mirar algún punto cualquiera de la habitación, como sí solo le importara estar enfocado en ver otra cosa que no fuera el rostro ajeno. Por un momento el hombre mayor imagino que el pelirrojo estaba demasiado molesto y no quería verlo. Era lógico, su expresión seria y desagradable podían hacérselo saber enseguida, aunque no fuera así.
—¿Qué tengo? —habló de nuevo el de mirada escarlata, su tonada seguía siendo la misma—. ¿Por qué me duele todavía la cabeza?
—Es normal, el golpe que recibió fue un tanto fuerte pero nada alarmante. Afortunadamente no presentó ninguna anormalidad.  Por el momento sólo son ligeras molestias, en unos días va a estar mejor si se toma los analgésicos que le voy a recetar tan pronto salga de aquí. Cabe mencionar que será dado de alta probablemente mañana mismo —puntualizó con una ligera sonrisa reconfortante.
—Está bien —dijo seco.
El médico desvaneció la sonrisa poco a poco. El semblante de su paciente seguía siendo el mismo. Lo más extraño aún: nunca volteó a mirarlo desde que lo encontró de pie.
—Señor, Yagami...
Iori no respondió. Así que el doctor continuó.
—Entiendo que esté molesto, a nadie le gusta estar en un hospital, pero… ¿Por qué no me dirige la mirada? Desde que llegué no hace otra cosa más que ver hacia otro lado —preguntó tratando de llamar su atención.
No lo logró. El de cabello escarlata solo entrecerró la vista con frustración.
—¿Pasa algo, señor Yagami? —insistió.
—¿Está seguro que no presenté ninguna anomalía después de aquel golpe? —soltó de mal genio.
—Completamente.
—Entonces… ¡Encienda las malditas luces y retíreme lo que sea que esté impidiendo ver con claridad.
Quería creer que las luces estaban apagadas, que se encontraba en un cuarto en penumbras. Si el médico le corroboró que no había ocurrido nada grave después del golpe, entonces quería suponer que la razón por la que su vista no le mostraba un panorama más allá que el color negro, era porque estaba encerrado en un lugar con falta de iluminación, y no lo que su cabeza había formulado, culpando y maldiciendo por su condición al Kusanagi.
El doctor frunció el ceño. Luego de escuchar la exigencia del descendiente de los Yasakani, se acercó un poco más al joven con curiosidad, tratando de buscar su mirada.
—No entiendo, Yagami. Las luces están encendidas. Nada le está bloqueando la vista. ¿De qué habla?
Un escalofrío recorrió su cuerpo de la cabeza a los pies al escuchar su respuesta. El pelirrojo levantó la mirada tratando de buscar al médico, aunque lo lógico era que no iba a poder verlo directamente, trató de guiarse sólo por su voz.
—No, no es cierto —respondió perplejo, mirando a un lado de donde se encontraba el hombre a una distancia de él—. ¡Maldición! —exclamó.
—Permítame revisarlo —se apresuró a decir mientras metía apuradamente su mano a uno de los bolsillos de su bata. Sacó una linterna pequeña, se acercó más al pelirrojo para revisar sus ojos.
Encendió la linterna iluminando los irises escarlatas. Primero uno, luego el otro. Arqueó una ceja al no observar nada extraño en este; se alejó de nuevo apagando la linternita médica para volver a su postura original.
—No veo nada extraño en sus ojos —afirmó.
—Entonces ¿Por qué veo todo oscuro? ¡Haga algo, maldita sea!
—Señor, Yagami. Le voy a pedir guarde la calma. Le reitero, le hicimos estudios y no arrojó nada grave, usted se encuentra en perfectas condiciones —confirmó—. Me surge la teoría que se deba al estrés y a la conmoción que sufrió al golpearse la cabeza. En unos días estará mejor e irá recuperando la visión poco a poco.
—¡Le exijo me revise un oftalmólogo! No puedo salir de aquí así.
—Está bien.
No pudo contradecirlo, asintió sin decir más. Salió de la habitación en busca del especialista, que por fortuna, la atención médica del torneo contaba con uno.
Sus médicos siempre preparados, equilibrados, con especialidades diferentes; nunca iban a saber cuándo necesitarían los servicios de cada uno. La idea era que sus peleadores siempre estuvieran bien atendidos.
[…]
Por otra parte, Kyo terminó con una ligera lesión en el brazo.
Cuando sus compañeros de equipo le sugirieron ir a la base médica, creyeron que se negaría, pero asintió enseguida. Fue extraño que decidiera ir a revisión cuando difícilmente aceptaba, pero le restaron importancia.
Al llegar al sitio, notó que era pequeño pero con el equipo necesario para las urgencias más frecuentes.
Sus ojos enseguida captaron a Iori. Había recuperado la consciencia.
—Por aquí.
La enfermera le indicó el lugar para proceder a curar sus heridas. No fue tan cerca del Yagami, pero sí lo suficiente para enterarse de la situación.
La mujer le pidió que tomara asiento y extendiera su brazo. Enseguida sumergió algodones en alcohol y preparó los hilos y aguja para zurcir una de las lesiones.
Sólo transcurrieron unos minutos y el doctor regresó con su colega especialista en oftalmología.
Ambos observaron al pelirrojo durante unos segundos, Iori sintió su presencia al instante, así que el especialista fue el primero en acercase con un aparato médico, que al parecer, le ayudaría a visualizar los ojos del paciente y con ello lograr saber sí padecía alguna anomalía.
—Buenas tardes, Yagami. Soy el oftalmólogo a cargo, y seré quien va a revisarlo, así que voy a pedirle responda mis preguntas mientras analizó sus irises.
Iori asintió con un gesto frío.
Kyo no entendió con exactitud, más las palabras sueltas le sugerían algo relacionado a los ojos.
El especialista comenzó hacer su trabajo.
Sus pupilas reaccionaban a la perfección, se empequeñecían al sentir la luz del aparato en ellas, y se dilataban al alejarla. De igual forma, no le indicaron anomalías. Todo estaba en orden. Quizás necesitaría un estudio más profundo que el anterior para conocer si el golpe lo dañó de manera interna. Sin embargo la experiencia clínica le dictaba otra cosa.
—¿Le ha sucedido esto con anterioridad?
—No.
—¿Vio algo extraño o desagradable en los últimos días?
—No.
—¿Ha experimentado sensaciones diferentes últimamente?
Recordó el estremecimiento en la pelea con Kyo.
—No.
—¿Oculta algún secreto importante?
Iori bajó sus cejas y acortó el espacio entre ellas.
—No.
—¿Cómo han fluido sus emociones en estos días?
El Kusanagi sonrió divertido.
Cada vez formulaba preguntas un tanto extrañas, al principio todo era normal, luego comenzó a cuestionarlo sobre sus sentimientos. ¿Ahora era psicólogo? Pensó con molestia, ¿Qué tenía que ver una cosa con la otra? Sin embargo las respondió, un tanto de mala gana, lo hizo.
—¿Le es difícil, transmitir sus sentimientos a los demás?
—No. ¿Es necesario todo esto?
Kyo trató de contener la risa pero una burla corta se escabulló de él. La enfermera lo miró por unos segundos y regresó a su quehacer sin importarle.
—¿Ha presentado alguna anormalidad, sueños inhabituales?
La respuesta tardó en llegar un poco más que las otras.
—No —mintió.
—Ya veo.
El especialista lo observó y luego volvió a dirigirle la palabra.
—Una última, ¿ha tenido… usted sabe, algún deseo prohibido? —el silencio se acentuó, incluso Kyo sintió la incomodidad—. Existen placeres que simplemente no podemos disfrutar, y pueden provocar angustia o culpa. ¿Usted cree que…?
—No.
—Entiendo.
Cuando el hombre terminó su labor, suspiró con pesadez, dirigió la vista a su colega y luego al pelirrojo quién esperaba una respuesta de su parte.
—¿Y bien? — interrogó Iori.
—El doctor tenía razón, usted no presenta ninguna anomalía en la vista. Sus ojos biológicamente están sanos.
—¡Estoy ciego! ¡No veo! ¿No lo entienden? ¿Cómo deducen que no tengo nada? —molesto trato de levantarse pero enseguida los doctores lo contuvieron.
—No se mueva, señor Kusanagi.
El castaño asintió, había meneado su brazo sin darse cuenta tras escuchar aquello. No creyó que se tratara de una ceguera.
El profesional continuó mientras ayudaba a su compañero a sostener al pelirrojo que insistía en levantarse.
—Respecto a las respuestas que dio a mis preguntas, creo saber lo que está pasando. No quiero asegurarlo, pero quizás usted tiene sentimientos reprimidos —Iori estuvo a punto de objetar, pero el médico se apuró a terminar su diagnóstico—. Lo cual le está afectando a la vista y le impide ver la realidad. Usted no está ciego, más bien, está ciego por qué quiere estarlo y se niega a ver las cosas...
El Yagami sintió una mezcla de calor y frio recorrerle el pecho.
¿Qué tanta porquería salía de la boca del médico? Su visión era la noche misma. No estaba fingiendo, si quisiera ver lo habría hecho desde el principio. ¿Quién en su sano juicio haría algo así?
Kyo volvió a sacudirse. Sintió la aguja adentrarse más profundo por su piel.
—…Desafortunadamente, no tenemos al especialista que puede tratar su problema, pero…
—¡Ja! ¿Usted qué puede saber? Haga bien su trabajo y deje de escupir estupideces. Yo no tengo porqué ir con charlatanes. ¿La atención de aquí siempre ha sido así de mediocre?
Kyo tampoco terminó de comprender el padecimiento de Iori. Es decir, ¿qué podría reprimir su enemigo? Nada. Era un tipo indiferente y muy despreocupado. Además, se había desplomado luego de luchar contra él; ciertamente, una parte de la responsabilidad la tenía Kyo.
Negó con la cabeza. Se convenció de que no había sido su culpa.
—Quizá al principio le cueste entenderlo, más… —continuó el especialista.
—¿No me escuchó, o es idiota? —interrumpió—. No tengo esa tontería que se acaba de inventar. Jamás me ha sucedido, no tengo traumas, no guardo secretos. No reprimo mis sentimientos porque no los necesito…
La pesadilla de Kyo besándolo se clavó en su mente.
—…Tampoco tengo deseos prohibidos, ni he tenido sueños extraños. Nunca recuerdo lo que sueño. ¿Lo entiende?
—Por supuesto, por ello es que le aconsejamos que acuda con un profesional de salud me…
—Tch, ¿Sabe algo? No me interesa seguir aquí. Quiero largarme, no importa que tenga que firmar para deslindarlos de responsabilidad. Solo no quiero escuchar sus cantaletas.
—¿Es su última palabra? —cuestionó el primero que lo atendió.
—¡Vaya! Al parecer sí es estúpido ¿o tiene algún problema de audición?
Ambos médicos asintieron entre ellos y le informaron a una enfermera.
Enseguida llegó, acató las indicaciones y le extendió su ayuda al Yagami para dirigirlo a recepción.
Iori accedió de mala gana, no tuvo otra opción que dejarse guiar por la mujer.
Kyo aun sentía el algodón húmedo recorriendo su piel. Tomó la muñeca de la enfermera.
—¿Qué ocurre? me falta esa herida para que pueda irse.
—Así está bien.
Se levantó ignorando las palabras insistentes de la mujer que le invitaban a tomar asiento de nuevo.
Salió por la misma puerta que su enemigo y fue tras él sin hacerse notar.
Al llegar al destino, la joven de blanco que acompañó a Iori y la encargada del lugar, intercambiaron palabras relacionadas a la situación del combatiente.
Iori chasqueó su lengua, al parecer su estado no le permitiría firmar e irse. Le leerían sus datos en voz alta para corroborar su información, y mediante un dispositivo electrónico, tomarían sus huellas dactilares para autenticar su decisión.
Kyo se situó cerca de ahí. Cruzó sus brazos y fingió impaciencia como si estuviera esperando a alguien.
La mujer comenzó leyendo el nombre completo, edad y fecha de nacimiento de Iori. El otro asentía en silencio.
Después, pasó a pronunciar la información por la cual Kyo estaba allí mismo.
—¿El domicilio es correcto, Señor Yagami?
—Sí. ¿Podría darse prisa?
Kyo trató de memorizarlo.
La mujer concluyó con las interrogantes, luego ofreció un taxi al pelirrojo que lo llevaría a su departamento. No se negó. En su condición le sería inútil regresar por su cuenta, lo mejor era aceptar lo que la recepcionista le había sugerido amablemente.

25 🄳🄴 🄼🄰🅁🅉🄾 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora