(Sin) Despedida Eterna

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Érase una vez, en cierto mundo, en cierta vida, Jin Zixuan nació con el privilegio que no se le concedió a nadie más, no hasta que la sangre corrió para ser digno del honor: ser reconocido como hijo de Jin Guangshan desde su nacimiento.

Vestía con orgullo la peonía; en su frente, la arrogante marca bermellón.

Sin carencias y rodeado de lujos, ajeno al anhelo de una dama en una casa de placeres, ignorante al sufrimiento de un joven que perdió a su madre. Indiferente a la necesidad de aceptación de su medio hermano.

Él vivió una buena vida. El murió lejos de aquellos por quienes deseaba vivirla.

Érase una vez, en cierto mundo, en cierta vida, Jin Zixuan fue el hijo legítimo de Jin Guangshan, Meng Yao el hijo de una prostituta.

Érase una vez, en otro mundo, en otra vida, los roles cambiaron. El destino tomó otro sendero.

⋅◈⋅

—Si vuelves ahora, mi padre te asesinará.

Sus manos tiemblan; sobre la tela, sus uñas encajan en su piel con dureza.

Su cuerpo entero duele; bajo la tela, sombras negras a causa de los golpes que recibió en la caída.

El enojo crece, por la humillación, por la calma del joven que lo enfrenta, por esa mirada compasiva.

No puede soportarlo. No la lastima en los ojos de nadie.

—¡No soy un perro que va a morir en silencio en la cuneta después de ser pateado!

⋅◈⋅

Despierta con el sudor pegado a su nuca.

Pesadillas. Recuerdos.

Pasa su mano por la frente sudorosa, tuerce los labios en desaprobación; por el sudor, por las memorias filtradas en sueños.

Era lo malo de descansar en tiempos de guerra, el subconsciente lleva la desesperación de la batalla al paisaje onírico, creando ilusiones lejos del descanso.

Se levanta, al menos lo intenta. Cae de nuevo en la cama por el dolor que, ahora recuerda, lo hizo perder el conocimiento en medio de la batalla.

'Patético— se recrimina, sus dedos se enroscan en la tela que hace de un intento de manta—.Patético, patético... Quedar fuera de combate por una herida así...Soy tan patético...'

Intenta ponerse en pie de nuevo, puede sentir el sudor deslizarse por el esfuerzo, pero finalmente lo consigue.

Respira y da un paso. No es tan complicado, su herida no es lo suficiente grave para abandonar sus obligaciones.

'Aún puedo pelear'— piensa con determinación.

Da otro paso, y otro, y está llegando a la salida. Sólo un poco más...

El dolor aparece, perfora su carne, es como un incendio que se propaga rápidamente.

Cae al suelo y todo empeora. Se retuerce, se abraza, esperando que el dolor desaparezca con ignorarlo. La sensación de estar en el suelo es más familiar que el de estar en la cama.

La cortina se abre cuando ya se ha acostumbrado al frío.

—¡Dios mío!

Escucha pasos que se apresuran a llegar junto a él; dos manos lo sujetan, temblorosas y cálidas contra su piel helada.

Grita por ayuda, eso cree. Su mente no capta las palabras, pero antes de desmayarse por segunda vez tiene un pensamiento discordante con la situación entera.

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