Me subí a otro buque. Más claro, limpio, sano y pacifico que el mío. Había solo un problema, tenia, ya, una capitana. No obstante, no me importo, es más, me pareció una de las mejores ideas. No tendría que dirigir la embarcación, descansaría de todos los miedos y problemas, e, igualmente, llegaría al puerto, a tierra firme, ¡Era genial!