El Hombre de Botas Plateadas

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Abrió los ojos asustado, su cabeza daba vueltas y su cuerpo entero temblaba. Hubiera jurado que aquel hombre de aspecto impecable y atuendo extraño estaba mintiendo, pero estar parado frente a esa realidad lo hacía sentir extraño, llevaba consigo una sensación de desolación como si algo le faltara, no sabía qué. Intentaba observar todo, cada pequeño detalle. Lo rodeaba aquello que en su mundo parecía imposible o muy lejano y que, si volviera con su gente y lo contara, lo tratarían de loco y se reirían en su cara.

Recuerda la primera vez que lo vio, sentado en una mesita de café a la salida de su oficina, aún puede recordar lo que sintió al notar su presencia y como es que se le hacía tan familiar. Aparentaba unos cincuenta y cuatro años y llevaba consigo un par de botas plateadas, anteojos y una barba prepotente que escondía ligeramente su rostro. Se había acercado a él de manera amable y entablaron un conversación un tanto peculiar, la cual le había dejado los pelos de punta—Disculpe señor Joel, tengo algo que podría interesarle —fue lo primero que pronunció sin mirarlo a los ojos, Joel jamás comprendió por qué apartaba la mirada. Todo de él le llamaba la atención, su forma de hablar, su mirada tranquila y aquel singular artefacto que había dejado en sus manos.

Todavía escucha las últimas palabras que le dedicó antes de irse retumbar en su cabeza—Hazlo cuando te sientas seguro, sé que no estás pasando un buen momento —había dicho como si realmente supiera sobre su vida—, mientras tanto estaré esperando para que tengas un poco de paz, y recuerda... a las tres y media.

Joel caminó un poco mareado. Aquel lugar no era su ciudad, es decir, el parque seguía allí pero jamás la había visto tan distinta. Unos edificios gigantescos y con formas poco usuales lo rodeaban, eran tan altos que su vista no lograba distinguir el final. Pequeñas figuras en el cielo volaban a lo lejos y los hubiera confundido con drones si no fuera porque uno de ellos se acercó a rápida velocidad, y al verlo quedó anonadado; eran autos. Instintivamente dio unos paso hacia atrás y chocó contra alguien. Pidió disculpas al darse vuelta pero la mujer lo miró antipática, apretó el reloj que llevaba en su muñeca y desapareció frente a sus ojos.

El corazón le latía velozmente, talló sus ojos para despertarse creyendo que era un sueño más, como los que tenía de pequeño pero, sin embargo, todavía lo rodeaba aquel sitio ajeno con un singular aroma que anunciaba a gritos la palabra "misterio".

Se dirigió hacia el parque de forma pausada analizando los detalles minuciosamente, posó la mano derecha en el banco de plaza y se sentó ansioso, si aquello era lo que el hombre le había comentado sólo debía esperar unos minutos.

El tiempo pasaba, ya eran las tres y cuarto de aquel domingo y solo faltaban quince minutos para el misterioso encuentro. Comenzó a notar a cierta gente extraña, un hombre de pelo largo parecía luchar a espadazos con el aire, un niño movía las manos como si estuviera atrapando moscas invisibles y una señora hablaba a gritos con una especie de máquina automática.

—No creí que apretarías el botón. —dijo alguien a su lado sobresaltándolo— Al menos ahora sabes a donde iba a traerte.

—¿Qué haces aquí? Aún no es la hora... —ignoró su pregunta y trató de sonar ameno, con tranquilidad pero era imposible en tal circunstancias—¿Qué es todo esto?

El señor de anteojos rió entre dientes y se limitó a asentir—Sé que estás asustado y puedo entenderlo pero es que aún no comprendes, no es a mí a quien debes ver. No puedo explicarte donde estás pero quiero mostrarte algo que necesitas, y luego podrás volver.

—¿A qué te refieres? ¿Por qué la gente actúa tan extraño y...—tragó en seco— desaparece? Es un sueño ¿Verdad? —su mente se invadía de preguntas y no podía pensar en nada más, trataba de asimilar lo que estaba viviendo.

—Las personas no desaparecen por completo o bueno, aún no han inventado algo así, ellos simplemente se teletransportan —dijo como si fuera lo más normal en su mundo—¿Ves al hombre luchando en solitario? —señaló al de pelo largo—está utilizando los nuevos lentes de contacto de realidad aumentada, algo que usarás en unos... 20 años.

Fue entonces cuando Joel reaccionó, ahora todo comenzaba a encajar en su cabeza. Iba a reprochar pero entonces su compañero lo calló.

—En serio pensé que a esta altura ya me habrías reconocido, digo, no es séamos tan lejanos —rió el de barba sarcásticamente—mira, ahí vienen.

Le hizo una seña para que se levantara y lo siguiera, a una distancia considerable una mujer con unos niños salían de un edificio. Cuanto más se acercaban más podía distinguir sus facciones y fue entonces cuando la vio; era su mujer, ya un tanto mayor y por la que tanto estaba sufriendo últimamente debido a su salud. Estaba sana y salva disfrutando junto a quienes parecían ser sus hijos.

A Joel se le hizo inevitable soltar un par de lágrimas y una sonrisa inmensa apareció en su rostro, realmente comprendía lo que quería decirle y mostrarle. Su corazón se sentía más liviano.

—No puedo creerlo —soltó el muchacho finalmente—, si esto es el futuro significa que ella sobrevivirá ¿Dónde estoy yo? ¿Puedo verme? ¿Puedo acercarme a ella?

—No puedes hacerlo, el hecho de que estés aquí es ilegal... quería que la vieras porque sé por lo que tendrás que pasar, también sé que me guardarás el secreto porque te conozco, más de lo que crees —Sonrió el hombre al decir aquello y se arremangó la camisa.

Y fue entonces cuando Joel pudo notar el tatuaje en su brazo derecho... el mismo que él se había hecho apenas hace unas semanas y entendiendo finalmente por qué aquel hombre misterioso nunca le dijo su nombre.

El Hombre de Botas PlateadasWhere stories live. Discover now