El cadáver de un hombre apareció a las afueras de la ciudad con sus manos cortadas y su miembro cercenado. Sobre su cuerpo había un papel que decía: "Por violador".
Era el sexto cadáver que aparecía en similares condiciones. El agente de la policía Roberto Medina que estaba al frente de la investigación de tan extraños hechos se presentó en la escena.-¿Quien lo encontró? - preguntó a los funcionarios que estaban haciendo las labores de levantamiento.
-Un campesino lo halló mientras pasaba por aquí - respondió otro agente.
-¡Mierda¡ No me dejaron hacer tranquilo la siesta, en estos días con tantos cadáveres que han aparecido no me han dejado ni hacerle el amor a mi mujer- dijo Roberto mientras los demás sonrieron discretamente.
De hecho todas las muertes estaban relacionadas con abusadores sexuales, el primer muerto era un reconocido abusador de niños que había salido hace poco de la cárcel, donde estuvo preso por estrangular a uno de los menores que violentó. Ese apareció amarrado y colgado de un árbol con un anuncio que decía: "Para que no lo vuelva a hacer".
El segundo cadáver fue encontrado a la orilla de un río ocho semanas atrás. Era un drogadicto acusado de abusar de una de sus hijastras, y que estaba libre porque la madre de la víctima no lo denunció por temor, ya que la había amenazado de muerte. Este apareció con la garganta cortada y su miembro cortado y metido en su boca. En la nota que lo acompañaba decía: "La justicia tarda pero llega". El tercero, cuarto, quinto y el último, al que ahora estaban levantando, eran miembros de una pandilla juvenil dedicada al robo y acusados de abusar de chicas que encontraban caminando a su casa por las noches. Desafortunadamente se camuflaban en la clandestinidad y no tenían denuncias en su contra, pues tenían aterrorizado al vecindario. Estos habían aparecido con sus manos y genitales cercenados. Los "cazaban" mientras estaban solos, después de hacerles largos seguimientos, y desaparecían para aparecer luego muertos en lugares apartados y solitarios.Roberto llegó esa noche a su casa. Luego de cenar se sentó en el sillón junto con su esposa.
-¿Otra víctima del "justiciero"? - le preguntó ella.
-Sí, otra basura menos en la calle -respondió el agente -, pero debemos dar con él autor, nadie puede andar por ahí tomándose la justicia por su propia mano. El mundo se volvería un caos.
-Ven y te ayudo a relajarte cariño-dijo ella-, debes estar estresado con tanto trabajo.
Ella empezó a darle un masaje en los hombros que no tardó en convertirse en besos y caricias. Pero mientras hacían el amor, a treinta minutos de allí, "el cazador de abusadores" estaba planeando otro golpe.
Era un hombre joven, de estatura media, inteligente, calculador, analítico. Su nombre era Paolo.
Estaba encerrado en su estudio organizando la información obtenida para dar con los otros dos miembros de la pandilla que les faltaba "cazar", pandilla que ocho meses atrás había matado a su novia. Paolo había declarado la guerra a los abusadores de la ciudad, en especial a aquella pandilla que acabó con la vida de su prometida.
Todo empezó aquella noche en que su novia salió de una fiesta y se dirigía a su casa, los miembros de tal pandilla la atacaron y luego la apuñalaron. Cuando la encontraron estaba agonizando, y para cuando él llegó a la clínica ya ella había fallecido. El joven había prometido al pie del cadáver de la chica acabar con sus atacantes para que no volvieran a hacerle daño a otra mujer.
El trabajo le había llevado meses, tenía que evadir la justicia y el peligro por rondar y "cazar" a aquellos delincuentes.
Empleó su dinero en pagar por información y comprar elementos necesarios para disfrazarse y pasar inadvertido. También se dedicó a recorrer las calles en autos alquilados, a buscar testimonios de otras víctimas y a averiguar el lugar de residencia y la agenda de cada delincuente.
Sus dos primeras víctimas fueron abusadores que operaban por su cuenta, pero dicha pandilla era su objetivo principal, su pesadilla y su obsesión.
Dejó pasar unos días mientras la policía bajaba la guardia y sus dos víctimas restantes salían de sus guaridas.
Semanas después estaba en un bar, sentado en la barra, al lado de su futura víctima. Llegó simulando ser un comerciante viajero, fingía buscar amistad e invitó un trago al maleante que escuchaba su entretenida conversación con el mesero.
El pandillero estaba con la guardia baja, ¿qué maldad podía haber en un hombre agradable y bonachón que solo quería compartirle un trago?
La charla siguió y el pandillero empezó a sentirse mareado. El mesero notó la situación.