Scars

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Desde que era pequeño había tenido cicatrices.

Más bien, se podría decir que desde que tenía memoria. Lo primero que recordaba eran sus manos llenas con su sangre que salía de las heridas abiertas en sus manos. A su alrededor, todo era escombros, oscuridad y destrucción.

No sabía en ese momento ponerle una palabra al sentimiento que le abrumaba por dentro. Ahora, con recién cumplidos veintitrés años, no estaba seguro si era tristeza o miedo. Apenas sabía caminar. Miraba a su alrededor y reconocía las cosas, pero no era como si las hubiera visto antes, sino que sabía qué eran, como si las hubiese memorizado.

Al final un policía le encontró y le llevó a un hospital. Ahí tan solo le curaron las heridas y le preguntaron cosas que no sabía responder, excepto una.

Lo único que sabía de sí mismo era que su nombre era Nakahara Chuuya.

No encontraron registros de él. Ni médicos, ni familiares. Ni siquiera un acta de nacimiento. Cuando le preguntaron si sabía qué día había nacido, tan solo miró el reloj digital que estaba encima de la mesilla, en el cual ponía la fecha, y respondió el día que marcaba. Para Chuuya, ese día fue en el que había nacido. El primer día de su vida. Según los médicos, establecían por su físico y su desarrollo la edad de siete años, pero no era una exactitud.

Chuuya no quería ser llevado a un orfanato. Así que en cuanto mencionaron la idea, salió volando por la ventana. Sabía que no era normal lo que podía hacer él, pero de alguna manera lo controlaba. Gracias a la utilidad de su habilidad pudo sobrevivir mucho tiempo en las calles con tan corta edad. Era muy fácil robar y huir cuando se puede volar directamente.

Quizá lo único que no podía proporcionarle su habilidad era el llenar su vacío interior. La soledad y el miedo llenaban sus sueños, además de la incertidumbre de no saber quién era ni de dónde venía. Por eso no lo pensó dos veces antes de unirse a una banda. Se había hecho famoso ya con nueve años en el bajo mundo de la ciudad, y las Ovejas le prometían lo que nunca había tenido: una familia.

Tal vez fue ingenuo pensar que sería para siempre. Muchas de las cicatrices que ahora tenía habían sido provocadas por diversas peleas con muchos usuarios de habilidad en su tiempo con las Ovejas, donde aún no dominaba a la perfección su poder.

Muchas veces odiaba sus cicatrices. Las que tenía desde pequeño, que nunca se acabaron de recuperar por su prematura salida y anteriores que ya portaba, le recordaba que no tenía procedencia. Las de su tiempo en las Ovejas le recordaban a su antigua familia y hacía que el dolor de la traición sufrida se reavivase.

Las que ahora tenía, provocadas por peleas junto a Dazai que anulaba su habilidad y por Corrupción, le recordaban a quien había sido su mejor amigo, su compañero, y también le había traicionado.

Quizá por eso sus guantes eran tan importantes para él. Ocultaban sus errores, su pasado y su dolor.

El veintinueve de abril era otra cicatriz que tenía en su cuerpo, pero no en la piel, sino en el corazón. Le recordaba que no sabía ni qué día había nacido, que no había tenido infancia, y además los recuerdos con las Ovejas.

Por ello, normalmente prefería pasar ese día a solas en su apartamento. No iba a trabajar, Mori le daba el día libre como regalo siempre, y Kouyou se encargaba de que le llegara un regalo suyo (normalmente, un yukata nuevo o un vino). Recibía también un regalo de Dazai, que aunque nunca lo decía, siempre sabía que era de él, simplemente porque el regalo iba desde una pluma estilográfica nueva hasta una caja de herramientas.

Esta vez tan solo había recibido una nota suya diciéndole que fuera al lugar donde se habían visto por primera vez. No era su ideal de cumpleaños, pero realmente, ¿qué podía ser peor?

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