Problemas de hadas

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Me dejé caer sobre el sillón de flores y exhalé un suspiro. ¡Vaya día! Estaba bastante abrumada, no hacía ni dos meses que había recibido el ascenso y ya me había metido en problemas.

Todo empezó hace un tiempo, cuando me planteé cambiar de empleo. No es que no me gustara mi trabajo, pues como hada que era amaba la naturaleza, sino que simplemente quería hacer algunos cambios en mi vida.

Llevaba años patrullando los bosques desde las alturas, ayudando a que las plantas y las flores crecieran en todo su esplendor y cuidando de que nada alterase el frágil equilibrio que envolvía el ambiente. Pero yo quería algo nuevo, algo que me retara, que me permitiera lucir mis capacidades mágicas.

Ahí fue cuando se me ocurrió solicitar el ascenso. Y me aceptaron, en un par de semanas comencé a trabajar de hada madrina. Aunque la verdad sea dicha, no comencé con buen pie.

Mi primer encargo vino por parte de un tal Gepetto, un loco en mi opinión. Me pidió que transformara su muñeco de madera en... ¡un niño! Pero bueno, a mí me pagaban por hacer magia no por juzgar a los demás, así que lancé el hechizo. No sé que hice mal, la verdad, pero aquello no era un niño como tal, era un títere viviente.

Así que le dije a Pinocho, el niño-marioneta, que si era generoso, obediente y sincero le convertiría en un chico de verdad. Por si acaso algo iba mal, dejé a Pepito Grillo allí para que cuidara de él mientras yo buscaba la forma de completar el conjuro. Por suerte para todos conseguí arreglarlo a tiempo.

Mi siguiente tarea fue ayudar a Cenicienta, una chiquilla desgraciada que su mayor sueño era bailar con el príncipe. Así que le creé un vestido, unos tacones de cristal y una carroza. Aquí mi fallo fue que la magia solo duraba hasta medianoche. Bueno, al menos me aseguraba que llegaba pronto a casa, ¿no?

Para rematar, mi tercera misión parecía sumamente sencilla, pero acabó convirtiéndose en un auténtico problema. Flora, Fauna y yo fuimos invitadas al bautizo de la princesa Aurora. Como regalo, cada una iba a concederle un don, pero, cuando llegó mi turno, Maléfica irrumpió en la sala y maldijo a la bebé condenándola a morir a los 16 años tras pincharse con el huso de una rueca. Mi deber era acabar con el encantamiento, pero lo máximo que pude hacer fue reducir su poder. Aurora no moriría, pero caería en un profundo sueño.

Así que ahora me veía obligada a cuidar de la princesa en una casita del bosque, acompañada de las otras dos hadas y fingiendo que era una simple campesina.

Estaba bastante decepcionada, no había abandonado mi trabajo de cuidadora de bosques para convertirme en niñera.

Tal vez aún no sepáis quién soy, pues a lo largo del tiempo he recibido muchos nombres, tales como el Hada Azul, el Hada Madrina o Primavera.

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