El Carnaval

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No hace mucho había llegado a Capital para hacer la locura de seguir mi sueño de ser bailarina. Me inscribí en una academia de baile con la esperanza de aprender algo nuevo y hacer contactos que me llevaran a un trabajo en un vídeo musical o espectáculo, algo que empezara mi carrera. También conseguí un trabajo revendiendo productos coleccionables en línea, pero lo más importante; conseguí un lugar donde vivir en donde no les importara el ruido. Era un pequeño departamento, nada lujoso y prácticamente vacío, en la segunda planta de la casa de una pareja de ancianos que venían de España. Ambos eran músicos, él era un pianista y ella era una cantante, por lo que cuando me dijeron que, durante el día, y algunas noches de inspiración del señor, habría ruido no dudé en preguntar si habría problema si también yo pusiera música y practicara mis coreografías. Las dos partes aceptamos el ruido ajeno y una semana después empezó lo que bien podría haber sido un carnaval.

Para las nueve de la mañana Beethoven y Chopin se empezaban a escuchar, a esto le seguían patrones de notas que solo puedo asumir que eran ejercicios para mantener la agilidad en los dedos. Iban de do a mi y de vuelta a do, asegurándose de pasar por todas las octavas de aquel piano. Ya pasada la hora de la comida era el turno de la señora, que empezaba con ejercicios para calentar la garganta, continuaba con algunas armonías y de vez en cuando alguna canción de ópera en un idioma que yo desconozco, pero puedo decir con seguridad que era más bello que "Ángel de la Música" del Fantasma de la Ópera.

Yo ensayaba por las tardes, pues en las mañanas debía de trabajar o ir a la academia. No sabía que tanto les gustaba la música contemporánea, pero les puedo asegurar que estaban al día con los éxitos del hip-hop y del k-pop gracias a mí, pues es lo que más disfruto bailar. Al anochecer algunos días se podía escuchar cómo ellos pasaban un tiempo de calidad, tocaban algún dueto y entre risas se podía escuchar el chocar del cristal de sus copas.

Afortunadamente los vecinos de los lados no se quejaban de particular concierto, debió ser la combinación de la distancia entre casas dada por los jardines, y la mezcla de sonidos urbanos que venían de la calle; cláxones, motores, parloteo e incluso ocasional choque automovilístico contra el poste de luz en la curva que todos tomaban con mucha velocidad. Como dije, un verdadero carnaval.

Así, con la rutina antes descrita, pasaban los días en casa; sin mucha interacción cara a cara entre mis caseros y yo. No porque no me agradaran, pero dado a que venían de alguna parte de Cataluña en España, hablaban catalán entre ellos y esto contribuyó a que nunca lograra a entablar una conversación de verdad por mera pena de llegar a importunar, o de que me respondieran en catalán y yo no entendiera... aunque se que hablaban perfecto español.

Con el tiempo llegué a entender un par de palabras que se gritaban de un lado de la casa a la hora de cocinar, como pa y el teu plat, pero desearía haber aprendido mas que eso; porque un domingo se rompió la rutina por unos gritos en tono enfurecido. No entendía lo que estaban diciendo, pero por su tono de voz era claro que estaban discutiendo. Al inicio fueron un par de gritos seguidos de una discusión en tono severo, aunque mas calmo, pero para un lunes se pudo escuchar al señor tener un monologo lleno de bilis, o eso asumía porque ninguna respuesta obtuvo.

El martes me despertó la falta del piano, y en su lugar un portazo. Logré ver al señor caminando por la acera de enfrente con el periódico bajo el brazo y toda la mañana escuché a la señora llorar y hablar entre ratos enojada y otros con la voz quebrada, no sé si por teléfono o con ella misma.

Lo peor vino el miércoles, me despertaron los más gritos enfadados que entre ellos se compartieron, y una palabra que me sonó familiar, "¡hijo de puta!" escuché. No pude evitar pensar que eso no significaba nada bueno. Decidí que sería buena idea salir temprano y comer afuera, pues me incomodaba escuchar aquella situación.

Llegué ya caída la noche, los gritos habían terminado y cuando me disponía a dormir volví a escuchar sollozos, pero esta vez por parte del señor. Me puse mis audífonos para poder dormir, pero me despertó el sonido de un vidrio quebrándose en la madrugada, lo que me dejó con un poco de angustia.

El siguiente día no se escuchó nada, al menos no hasta la noche, cuando el señor volvió a tocar el piano. No era ninguna pieza que conociera, pero el sonido de ella rebosaba tristeza, era como si las notas de aquella partitura hubieran sido escritas con lagrimas. El ritmo de esa pieza era lento y los tonos iban de los altos a los bajos. Toda la noche se escucharon diferentes versiones de aquella melodía. Mi oído no estaba entrenado para apreciar la complejidad musical que pudiera tener la pieza, pero me hizo sentir lo suficientemente triste como para llorar hasta dormir.

A aquella trágica noche le siguieron días de silencio absoluto, aquello era raro para mí y días después mi departamento se llenó de otro tipo de sonidos. Por las mañanas ya no había piano, solamente el canto de las aves. Al medio día se lograba escuchar el sonido de un partido de futbol que tenían unos niños en algún lugar cerca, los gritos, las porras y el sonido del balón contra la pared que usaban de portería. Y por las noches, grillos; solo el monótono y sutil canto de los grillos del patio.

El día de pagar la renta se llegó, así que bajé para entregarles el dinero de ese mes. Toqué la puerta un par de veces sin obtener respuesta alguna y cuando estaba a punto de irme vi un sobre atorado en la parte de debajo de la puerta. Sobre él tenía algo escrito en catalán, y consumida por la tentación y la curiosidad, aquella maldita necesidad de saber que había sucedido, saqué mi teléfono móvil y abrí el traductor. El sobre tenía escrito lo siguiente:

        "Para cuando vuelvas,

        Te regalo mi ultima pieza, la serenata de las lagrimas.

        Yo te amo, aunque tu ames a otro.

        Espero que algún día nos volvamos a encontrar.

                       -Joan"

Días después volvió la señora y yo le pagué la renta.

Desde aquel día el carnaval ha acabado, no hay más Beethoven, armonías o duetos.

El carnavalWhere stories live. Discover now