Capítulo 1

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¿Sabe alguien dónde está la traductora?

Después de pasar por las grandes puertas correderas negras pudo ver que la habitación era infinita. La sala de reuniones era inmensa, con más de dos docenas de sitios disponibles que ocupaba la mayoría del espacio disponible. Todos los gerentes y trabajadores estaban escuchando con atención a las finanzas de la empresa y nadie se percató de su entrada. Se sintió aliviada al instante, no le gustaba ser el foco de atención, así que bajó la cabeza y siguió empujando el carrito. Sus compañeros y ella se ocupaban de entregar papeleo y bebida a los altos cargos ejecutivos absortos en sus finanzas. Había comenzado a trabajar en al emperador hacía apenas unas semanas, pero hasta ahora no se le había brindado la oportunidad de asistir a una sesión tan crítica para la empresa, y esperaba no volver a hacerlo. Consumía muchos recursos y personal organizar una conferencia de esta magnitud y ya entendía por qué todo el mundo odio saber que el jefe pedía una sesión larga. Sus temblorosas manos se daban a la tarea de colocar el refresco delante de cada jefe de secciones sin salpicar y con discreción, y lo llevó bien, hasta que levantó la vista y le vio.

En el cabecero de la gran mesa estaba él, el hombre más impresionante que habían visto jamás sus ojos. Con las manos entrelazadas delante de su ancho pecho y la cabeza ladeada hacia su inversor situado en el lado izquierdo de la mesa, ese hombre acaparaba el foco de luz de la sala. Sus ojos estaban inmersos en las cantidades que le relataban y en los métodos más beneficiosos para ganar dinero. Era imposible no percatarse de su presencia pues todos los presentes miraban hacia él, siendo, evidentemente, el mandamás de la sala.

Parecía que todas las luces de la enorme sala de reuniones se centraban en él. No sabía como expresarlo, pero un sentimiento cálido surgió de su pecho y la acaloró en lo más profundo. ¿Se podía ser más perfecto? ¿Con qué derecho puede tener un cuerpo con esas perfectas proporciones? ¿Era legal?

Todo a su alrededor se paró, como si se hubiera detenido el tiempo y el espacio y solo existió él, sintió deseos de tocar esa cara, rozar esos suaves labios, sentir el tacto de su afeitada y varonil mejilla y tener el privilegio de poder sentir esas manos grandes y anchas con las suyas. Dios, se moría por él con tan solo verlo, ¿qué le estaba pasando? se obligó a desechar esos pensamientos pecaminosos que para nada iban con su personalidad y se enfadó consigo misma por reaccionar de tal manera.

Era consciente de que se había quedado muda e inmóvil, pero no podía hacer nada. Tenía la sensación que su mundo pendía de él, ¿cómo es eso posible? Era una ridiculez, pero se sentía tan correcto... tan cómodo... tan... bien.

Abrió la boca para intentar coger aire pero en vez de eso soltó un pequeño pero audible gemido que hizo que mucha de la gente que había en la sala la mirara, incluyéndose él. Giró la cabeza con un movimiento tan elegante, tan carismático y aristocrático que no supo cómo pensar. Solo supo una cosa que le hizo querer correr tan lejos como pudiera o acercarse más. Supo que sus ojos eran los que había estado buscando, el color marrón cálido de esos orbes la acunó y la hizo desear llorar de alegría y alivio. ¿Quién era ese hombre que la estaba matando por dentro sin conocerlo siquiera?

Sus ojos la escanearon sin mostrar expresión alguna, preguntándose por esa mujer que lo observaba como si fuera la persona más importante de su vida. Ella, por otra parte, se olvidó de hablar y de reaccionar. No obstante, cortó esa frágil pero necesaria conexión que mantenían sus ojos y el hombre volvió a centrarse en su inversor.

No apartes la vista de mí, por favor, la necesito, la necesito como respirar. Dios mío, ¿qué me ha hecho en un segundo?, pensó.

Un codazo la apartó de su fantasía con aquel hombre y la obligó a fijarse en su compañero, que la miraba con una clara preocupación. Ella se movió al instante, y al dirigir sus ojos a la mesa, notó que varios altos cargos de la empresa la estaba mirando de reojo, seguramente pensando si le había dado un ataque de pánico o solo se había quedado quieta como una momia por más de dos minutos. En cuanto volvió a recomponer su postura y su mente "clara" (pues nunca volvería a estar como antes) siguió dejando bebidas y papeles delante de cada cargo. Cogía los papeles, los dejaba en la mesa, entregaba su taza con café y les dedicaba una pequeña sonrisa como política de empresa. El mismo orden con cada uno hasta que llegó a él. El hombre que la había vuelto loca en menos de un pestañeo.

Arctic Lake (Lancaster I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora