Quince

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A la mañana siguiente Amelia se levantó temprano con el propósito de tomar una ducha.

Desayunó algo ligero y se dio a la tarea de hacer su cama y limpiar un poco su cuarto.

Cuando terminó, se sentó sobre su lecho y revisó su billetera, quería ver cuánto dinero le quedaba ya que tenía ganas de comprar unos jeans.

—No...

Había dinero, mucho dinero que no le pertenecía.

Lo contó rápidamente.

Quinientos dólares.

Tenía quinientos dólares en su maldita billetera.

—Tom...

En donde ponía sus tarjetas había una hoja de cuaderno prolijamente doblada, la tomó y leyó con cuidado.

"Lo lamento Amelia, tengo mucho que hacer y no podré ir de compras contigo como lo prometí, Dorian me mataría si falto otra vez esta semana...pero eso no significa que tú no irás... te llevaré a cenar y tendremos nuestra cita, así que te dejo algo de efectivo que no recibiré de vuelta, ya sabes, para una visita a la peluquería y esas cosas, lo necesitas más que nada, pequeño erizo. Tom Hiddleston."

En primera instancia, no pudo evitar sonreír, pero luego pensó un segundo y se sintió molesta. Él no podía ser así, no tenía el derecho de venir y darle dinero como si ella fuese su maldita mascota y...

No, Amelia. No debes ser tan mal intencionada, no tienes el derecho de malpensar a Tom de esa manera, de tergiversar todas sus acciones, dándoles otro sentido, volviéndolas perversas. Él solo quiere ser lindo contigo y eso es todo.

Eso habría dicho Baba Svetlana, su abuelita.

—Solo me cortaré el cabello, el resto se lo regresaré... —habló guardando los billetes.

Su primera parada sería la peluquería, ya hacía más de tres años desde la última vez que visitó una y eso era lo que definitivamente más necesitaba. Tom tenía razón, parecía un maldito erizo.

Posterior a poco más de una hora en el salón de belleza, Amelia abandonó el lugar con un bello corte poco más arriba de sus hombros, conservando sus lindas ondas naturales, pero que lucían más definidas y brillantes, también compró otros productos para el cabello que la estilista le recomendó.

Dio una vuelta por sus acostumbradas tiendas de segunda mano, consiguiendo cosas realmente lindas y muy baratas también. Compró unas delicadas y cómodas ballerinas que le hacían sentir como si caminara sobre malvaviscos, además de unos jeans negros y una blusa color mostaza, que sería lo que usaría esa noche. Sobre eso, usaría su vieja chaqueta para capear el frío.

Después de recorrer varios lugares, llegó a una pequeña tienda en el centro de la ciudad. Al entrar vio lo que pensó sería el mejor regalo del mundo para Tom, por lo que lo compró sin pensarlo dos veces.

Amelia sentía que el inglés merecía una demostración de su gratitud, ya que había hecho mucho por ella y estaba segura de que todas sus acciones no correspondían a algo que cualquiera haría por una persona que apenas conocía.

La tarde llegó, y al ya estar en casa, Amelia se cambió y se puso un poco de labial para esperar a Tom.

Dieron las siete.

Luego las siete y media.

Después las ocho.

Posteriormente las ocho y media.

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